miércoles, 9 de abril de 2014

La escritura no debe producir la impresión de que el escritor está tratando de ser “poético.”

W.G. SEBALD
Tomada de corsinocolekivlin.blogspot.com

 (Wertach im Allgäu, Baviera, 1944-Norfolk, Reino Unido, 2001)

"Si Newton pensaba, dijo Austerlitz señalando por la ventana hacia abajo, a la curva de agua, deslumbrante al último reflejo del día, que rodea la llamada isla de los Perros, si Newton creía realmente que el tiempo era un río como el Támesis, ¿dónde estaba el nacimiento y en qué mar desembocaba finalmente? Todo río, como sabemos, está necesariamente limitado a ambos lados. Visto así, ¿cuáles serían las orillas del tiempo? ¿Cómo serían sus cualidades específicas, parecidas por ejemplo a las del agua, que es fluida, bastante pesada y transparente? ¿De qué forma se diferenciaban las cosas sumergidas en el tiempo de las que el tiempo no rozaba? ¿Por qué se indicaban en un mismo círculo las horas de luz y de oscuridad? ¿Por qué estaba el tiempo eternamente inmóvil en un lugar y se disipaba y precipitaba en otro?"

De Austerlitz, Anagrama.
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“De vez en cuando ocurría aún que se perfilara en mi cabeza un razonamiento con hermosa claridad, pero sabía ya, mientras eso sucedía, que no estaba en condiciones de retenerlo, porque, en cuanto tomara el lápiz, las infinitas posibilidades del idioma, a las que antes podía abandonarme con confianza, se convertirían en una mescolanza de frases de pésimo gusto. No había giro de frase que no resultara ser una lamentable muletilla, ni palabra que no sonara vacía y falaz. Y en ese espantoso estado de ánimo me pasaba horas y días mirando a la pared, me atormentaba el espíritu y aprendía poco a poco a comprender lo horrible que es que incluso la tarea o el deber más nimio, como, por ejemplo, ordenar un cajón de cosas diversas, pueda ser superior a nuestras fuerzas. Era como si alguna enfermedad ya latente en mí se dispusiera a declararse, como si algo desmoralizador y obstinado se hubiera metido en mi interior y, poco a poco, lo paralizara todo. Sentía ya tras mi frente la infame apatía que precede al desmoronamiento de la personalidad, sospechaba que en realidad no tenía memoria ni capacidad intelectual, ni una verdadera existencia, que durante toda mi vida sólo me había ido extinguiendo y apartando del mundo y de mí mismo. Si alguien hubiera venido para llevarme al patíbulo, hubiera permitido tranquilamente que me ocurriera lo que fuera sin decir palabra, sin abrir los ojos, lo mismo que las personas sumamente mareadas, cuando, por ejemplo, van en vapor por el Mar Caspio, tampoco oponen la menor resistencia si alguien les comunica que las van a tirar por la borda. Pasara lo que pasara dentro de mí, la sensación de pánico en que me sumía el estar a punto de escribir una frase, sin saber cómo empezar esa frase o, en general, cualquier otra, se extendió pronto a la operación, en sí más sencilla, de leer, hasta que, inevitablemente, al intentar comprender una página entera, caía en un estado de la mayor confusión. Si se puede considerar al idioma como una antigua ciudad, como un laberinto de calles y plazas, con distritos que se remontan muy atrás en el tiempo, con barrios demolidos, saneados y reconstruidos, y con suburbios que se extienden cada vez más hacia el campo, yo parecía alguien que, por una larga ausencia, no se orienta ya en esa aglomeración, que no sabe ya para qué sirve una parada de autobús, qué es un patio trasero, un cruce de calles, un bulevar o un puente. Toda la estructura del idioma, el orden sintáctico de las distintas partes, la puntuación, las conjunciones y, en definitiva, hasta los nombres de las cosas corrientes, todo estaba envuelto en una niebla impenetrable. Tampoco entendía lo que yo mismo había escrito en el pasado, sí, especialmente eso. Sin cesar pensaba únicamente: una frase así es algo que sólo supuestamente tiene sentido, en realidad, en el mejor de los casos, provisionalmente, una especie de excrecencia de nuestra ignorancia con la que, como algunas plantas y animales marinos con sus tentáculos, tanteamos a ciegas en la oscuridad que nos rodea. Precisamente lo que, por lo común, puede dar la impresión de una inteligencia metódica, la exposición de una idea por medio de cierta habilidad estilística, me parecía entonces nada más que una empresa totalmente arbitraria o demencial. En ninguna parte veía ya una conexión, las frases se disolvían en palabras aisladas, las palabras, en una sucesión arbitraria de letras, las letras en signos inconexos y éstos en una huella gris azulada, que brillaba plateada aquí o allá y que algún ser reptante había segregado y arrastrado tras sí, y cuya vista me llenaba cada vez más de sentimientos de horror y vergüenza. Un atardecer saqué de la casa todos mis papeles, atados y sueltos, los libros de notas y cuadernos de notas, los archivadores y legajos de mis clases, todo lo que estaba cubierto de mi escritura, y lo tiré al extremo más lejano del jardín en el montón de estiércol, cubriéndolo con capas de hojas podridas y unas paladas de tierra. Es cierto que luego me creí durante unas semanas, mientras arreglaba mi cuarto y repintaba el suelo y las paredes, aligerado de la carga de mi vida, pero enseguida me di cuenta de que las sombras se extendían sobre mí. Sobre todo en las horas del crepúsculo vespertino, que normalmente habían sido siempre mis preferidas, me invadía una especie de angustia, al principio difusa pero luego cada vez más densa, que hacía que el hermoso espectáculo de los colores que iban desvaneciéndose se tornase en una palidez malvada y sin luz, el corazón se me encogiera en el pecho hasta una cuarta parte de su tamaño natural y en mi cabeza sólo quedara un pensamiento: en el rellano de la escalera, en un tercer piso de cierto edificio de Great Portland Street en el que hacía años, después de una visita al médico, había tenido un extraño arrebato, precipitarme por encima de la barandilla en la oscura profundidad del pozo.”

De Austerlitz, Anagrama.
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“Allí fuera [Kafka y una joven, ambos enfermos en un sanatorio cercano al hotel del anterior fragmento] se cuentan historias de sus enfermedades, los dos, podría decirse, llevados por una buena mejoría provisional y una sensación de letargo pacífico. El Dr. K. desarrolla una teoría fragmentaria del amor incorpóreo según la cual no cabe diferenciar entre acercamiento y lejanía. Dice que si abriéramos los ojos sabríamos que la naturaleza es nuestra felicidad y no nuestro cuerpo, el cual hace tiempo ya no pertenece a la naturaleza. Por ello, continúa, todos los falsos amantes, y casi sólo los hay de este tipo, mantienen los ojos cerrados mientras están amando, o, lo que es lo mismo, los mantienen abiertos con la brusquedad que ha provocado el ansia. Los seres humanos, afirma, nunca están más desamparados y son más irracionales que en este estado. Ya no se puede gobernar la imaginación. Se subyace a un imperativo de variación y repetición en el que, como él mismo había experimentado con suficiente frecuencia, todo, incluso la imagen de la persona amada a la que uno se intenta aferrar, se dispersa. En cualquier caso es extraño, dice, que él sólo haya sabido remediar un estado semejante, en su opinión rayano en la locura, cubriendo su conciencia con un imaginario sombrero negro de general napoleónico. Pero por el momento, concluye, nada le era menos necesario que uno de estos sombreros napoleónicos, pues aquí afuera, en el lago, eran casi incorpóreos, y disfrutaban de un entendimiento natural de la futilidad de su propio significado.”

De Vértigo, Anagrama.
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Consejos para escritores

“W. G. Sebald dio su último taller de escritura en la Universidad de East Anglia, en el otoño de 2001. En el mundo literario estaba ganando rápidamente renombre: había sido un éxito de crítica con sus primeros tres libros y después vino la publicación a principios de año de su Austerlitz. En el aula, donde David Lambert y yo éramos dos de dieciséis estudiantes, Sebald era discreto, casi tímido y pidió que le llamásemos Max. Cuando discutía el trabajo de los estudiantes siempre estaba lleno de anécdotas y asociaciones, era más cuentista que técnico. Tenía unos ojos cansados que hacían tentador identificarlo con los melancólicos narradores de sus libros, pero también una gentil amabilidad y un irónico sentido del humor. Nos cautivó. Murió tres días después de la clase final.
Hasta donde sé, nadie en aquel momento recogió sistemáticamente las palabras de Max. Sin embargo, tras su muerte, David y yo nos encontramos repasando nuestras notas, donde habíamos escrito muchos de sus comentarios. Seleccionamos y compartimos éstos con nuestros condiscípulos. Aún así, desearía que hubiéramos sido más diligentes, más exhaustivos. Los comentarios aquí recogidos representan tan sólo una pequeña porción de la contribución de Max a la clase.”

David Lambert & Robert McGill.
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Sobre la aproximación:

La ficción debe tener una presencia fantasmal en alguna parte, ser algo omnisciente. Crea una realidad diferente.

Escribir es descubrir cosas no vistas con anterioridad. De otra forma no vale la pena el proceso.

Sed experimentales por todos los medios, pero dejad al lector ser parte del experimento.

El expresionismo fue en realidad una especie de voluntarioso vanguardismo, tras la Primera Guerra Mundial, un intento de retorcer el lenguaje en una forma que normalmente no tiene. Aún así, debe tener un objetivo. Ha pasado pocas veces en inglés pero es bastante común en alemán.

Escribid sobre cosas oscuras pero no escribáis oscuramente.

Existe un cierto mérito en dejar a oscuras algunas partes de vuestra escritura.

Es difícil escribir algo original sobre Napoleón, pero uno de sus ayudante es caso aparte.

Sobre narrativa y estructura:

En el siglo XIX el autor omnisciente era Dios: totalitario y monolítico. El siglo XX, con todos sus horrores, fue más demótico. Aceptó los recuentos de la gente; de pronto existían otras opiniones. En las ciencias naturales el siglo [XX] vio la refutación de Newton y la introducción de la noción de relatividad.

En el siglo XX sabemos que el observador siempre afecta lo que es observado. Así, escribiendo ahora una biografía, tenéis que hablar de dónde obtuvisteis vuestras fuentes, como hablar a aquella mujer en Beverly Hills sobre el problema que tuvisteis en el aeropuerto.

Los físicos ahora dicen que no existe el tiempo: todo coexiste. La cronología es enteramente artificial y esencialmente determinada por la emoción. La contigüidad sugiere capas de cosas, de alguna manera fundiéndose o coexistiendo el pasado y el presente.

El presente simple encaja con la comedia. El pasado es algo ido y naturalmente melancólico.

Hay un tipo de narrador, el cronista; es desapasionado, lo ha visto todo.

No podéis atribuir un fallo en un texto al estado en que se encuentra uno de sus personajes. Por ejemplo, “no conoce el paisaje de forma que no puede describirlo”, “esta borracho, de forma que no puede conocer esto o aquello.”
Sobre el detalle:

El “detalle significativo” da vida a situaciones que de otra manera serían mundanas. Necesitáis observaciones agudas, implacables.

Las rarezas son interesantes.

Los personajes necesitan detalles que los anclen en nuestra mente.

El uso de mellizos y trillizos virtualmente indistinguibles entre sí puede dar un filo espeluznante y asombroso. Kafka lo hace.

Siempre es gratificante aprender algo cuando se lee ficción. Dickens fue quien inició esto. El ensayo invadió la novela. Pero tal vez no debemos confiar en los hechos de la ficción. Se trata, después de todo, de una ilusión.

La exageración es la base de la comedia.

Es bueno incluir varias patologías no reconocidas y enfermedades mentales en vuestras historias. El campo está lleno de patologías no declaradas. Por el contrario, en el ambiente urbano, la aflicción mental no es reconocida.

El dialecto hace que palabras normales parezcan distintas, extrañas y asperas. Por ejemplo, ‘Jeziz’ en vez de Jesús.

Disciplinas concretas tienen una terminología especializada que forma su propio lenguaje. Puedo traducir una página de Ian McEwan en media hora —pero el equipamiento del golf es otro tema. Dos administrativos de Sainsbury hablando entre sí son una especie aparte.

Sobre la lectura y la intertextualidad:

Leed libros que no tengan nada que ver con la literatura.

Apartaos de los caminos transitados; no veréis nada ahí. Por ejemplo, la Crítica de Kant es aburrida pero sus escritos menores son fascinantes.

Tiene que existir un deseo libidinoso de encontrar cosas y meterlas en vuestros bolsillos.

Que los criados trabajen por vosotros. No debéis hacer todo el trabajo vosotros mismos. Debéis pedir información a otra gente, y robar implacablemente lo que os den.

Nada de lo que inventéis será tan escalofriante como las cosas que otra gente os cuente.

Debo animaros a robar todo lo que podáis. Nadie se dará cuenta nunca. Debéis mantener una libreta de notas con pedacitos, pero no anotéis las atribuciones, al cabo de un par de años podéis volver sobre la libreta de notas y emplear el material como propio sin culpabilidad.

No tengáis miedo de traer citas raras, elocuentes, e insertarlas en vuestra narración. Enriquecen la prosa. Las citas son como la levadura u otro ingrediente que uno añade.

Mirad en las viejas enciclopedias. Tienen una perspectiva distinta. Intentan ser completas y estructuradas pero de hecho son sólo cosas recogidas de manera completamente aleatoria que se suponen representan nuestro mundo.

Es muy bueno escribir sobre otro texto, de forma que escribas a partir del mismo y conviertas tu obra en un palimpsesto. No tienes que declararlo o decir de dónde viene.

Una estructura rígida abre posibilidades. Tomad un patrón, un modelo establecido o un subgénero, y escribid a partir del mismo. A la hora de escribir, la limitación te da libertad.

Mirando atentamente podeis encontrar problemas en todos los escritores. Y eso debe llenaros de esperanza. Y cuando mejor os volváis identificando esos problemas, mejor seréis a la hora de evitarlos.

Sobre el estilo:

Cada frase por sí sola debe significar algo.

La escritura no debe producir la impresión de que el escritor está tratando de ser “poético.”

Es fácil escribir prosa rítmica. Te arrastra consigo. Al cabo de un rato se vuelve tediosa.

Las frases largas te ahorran el tener que nombrar repetidamente al sujeto (Gertie hizo esto, Gertie sintió que, etc…).

Evitad frases que sólo sirven para introducir frases posteriores.

Emplead la palabra “y” lo menos posible. Buscad la variedad en las conjunciones.

Sobre las revisiones:

No reviséis demasiado o se convertirá en un conjunto de parches.

Muchas cosas se resuelven por sí mismas simplemente dejándolas en el cajón un tiempo.

No escuchéis a nadie. Ni siquiera a nosotros. Es fatal.

W.G. Sebald.

Traducción: Juan Carlos Castillón

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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char