lunes, 26 de mayo de 2014

Espantadas golondrinas caseras como murciélagos y fuegos fatuos

Friederike Mayröcker 
Tomada de diepresse.com

(Viena, Austria, 1924)
Vaticinio desde las horas matutinas de un día despejado
(Traducción de Héctor A. Piccoli)

hollado y azul olvido de genciana
dintel de un pequeño monóculo inmerso en el juncal
oh triste anémona abedulito en el Atlántico
batir de alas del sol gigante mar sobre olas meridianas
sólo en el entorno abandonados sitios casas de música foliada
I like the sunrise fa sostenido mayor las sombras del saúco en este instante
dispersa en flores palidecerte palomas acuáticas luna tenue
estancamiento de la sangre en la ruta principal de las palomas
suave y puro por el día de setiembre verde y cerval hacia la vastedad
sobre las pendientes por fin el pámpano: siempre-cepa
***
Tilo cintilante

Hacia el clarísimo limón
oh arce tañendo tanto
el arpa; derraman
guirnaldas su rojo sanguíneo
como cabello de mujer en llamas:
rastro playo de la
luz vagando
en el lácteo mediodía
...........
cómo te nombro
cuando pienso en ti
y tú no estás:

mi fresa silvestre
mi lagartija confitada
mi cucurucho consuelo
mi hilador de seda
cuco de mis cuidados
mi Aurelia
mi flor de grava
mi criatura en sueño
mi mano matutina
mi muy olvidadizo
crucero de mi ventana
mi ocultador lunar
mi cayado argénteo
mi crepúsculo vespertino
mi hebra solar
mi liebre hocicuda
mi cabeza cervuna
mi pata de liebre
mi rana de escalera
mi guirnalda de luces
mi ladrón de primavera
mi jamelgo temblón
mi caracol de plata
mi tintero
mi zorro escobillero
mi talador
mi fugitivo tempestuoso
mi guardaosos
mi muestradientes
mi oreja de caballo
mi árbol en el Práter
mi cuerno espiralado
mi portamonos
mi fin de invierno
mi alcaucil
mi medianoche
mi contador regresivo.

(¡da capo!).
***
Tenemos ahora dientes de cabos de vela

Afuera el pino el abeto gris el pluvial pino de Flandes
y la charla en la glorieta de la hostería
con ese aroma a cerveza

de mañana hacia las alturas grises de nubes
se abre allí una ventana tan temprano
de par en par como el aire que fluye separándose
se extienden los brazos abriendo las ventanas

del otro lado del día la caída
de la gris congoja
estos crepúsculos grises como el polvo
desapareciendo con los trenes y las nieblas y volviendo a irrumpir:
debajo de sí Vineta ciudad de campanas.

Y luego la noche
negra y como con la mano hasta la muñeca en el agua
vamos tropezando hasta la puerta:
oh las muchas estrellas
y un negro mechón en el rostro
descalzos sobre la escalera crujiente.
Las falenas revoloteando:
espantadas golondrinas caseras como murciélagos y fuegos fatuos
y la horrible lengua de miel de las moscas muertas.

Ahora
en medio de la primavera en inmersión
después de muchos meses:
un bolso abierto
un viejo cigarrillo de la Rue des dames
un saquito de sosa
un trozo de pan endurecido
en la cama el molde de tu cuerpo.
***
Retorno a ti niño muerto

Tengo un niño yace enterrado
con dos ojos-ojos azules
dos ojos del color del pomito de olor
y las aves trizadoras de Etiopía acuden en bandadas
en torno a sus dos ojos azules para arrancarlos con sus picos
y los pequeños cisnes de Seckau
que querían venir al bautismo
se han vuelto volando
mi bello niño muerto yace sobre mí
y encima de mí ha respirado
yo oía sus largos alientos dormidos
parecía el murmullo de las hojas en los árboles estivales
cuando bajo la techumbre de esos árboles él y yo nos acuclillábamos
y las hojas verde esmeralda murmuraban
y él me miraba desde sus ojos azules
y los árboles seguían murmurando luego y murmuraban:
pronto estará muerto…
pusimos luego en la iglesia su ataúd
tenía tan sólo una pequeña ventanita
por la que él miraba hacia afuera
es mi niño
y se llamaba como el cielo azul y el arrebol
y el viento matinal en primavera y las hojas en la copa murmurante
y el narciso y el más bello de los días
y aunque le había cerrado los ojos
los párpados volvían y volvían a elevarse
tenía ojos azules y una redonda naricita
y una boca entreabierta con dos hermosos dientes
era un varoncito
era un regalo como jamás lo había antes recibido
lo amo por sobre todo
está muerto
ya no volverá jamás
a mi brazo izquierdo a mi brazo derecho a mis dos brazos
a mis pechos yaciendo sobre mí yo inclinada sobre él
las aves todas los arroyos todos las piedras todas las nubes todas y el humo

vienen a la ventanita y contemplan a mi niño muerto
yo le tejo una guirnalda de diente de león silvestre
le entrelazo un suave cestillo para el rostro
plantaré sus ojos azules en la tierra
como un par de flores de azafrán
derramaré sus cabellos rubios
esparciré su boca su nariz su piel
sus rodillas y muslitos
sus uñas sus lugares rubicundos en los pliegues del codo
jugaba con pequeños caballitos y borriquillos de crin rizada
con espiralados caracoles a la vera del camino
y soplaba en sus cuernos
y se posaba gozoso las antenas de las mariposas
y compartía con las lilas
las nubes de lluvia y a las bellísimas nubes saturadas de la siesta
a los balcones los conocía por su nombre
y como Miró escribía en ellos: »s 5«, »s 5«, »s 5«, y sin cesar
salteaba muchas cosas
y arriesgaba los saltos más osados de hocico a hocico de oveja
hasta que la lana se desgreñaba más y más
le gustaba encrespar el agua con la mano
y yo arreglaba cosiendo su peinado
él sacaba hacia adelante la bandera negra
y a su horquilla le ponía un asta
la mandaba a buscar el cordero pascual de mansa errancia
e iba por la punteada curvatura de un arbusto maduro
de viburno
se iba a menudo con mi sombrilla azul
yo gritaba detrás de él y lloraba por su dulzura
(él está muerto él es mi todo).
***
Cincuenta y cuatro a cincuenta y siete
(Traducción de Héctor A. Piccoli)

En un compartimiento del
real e imperial ferrocarril
austro-húngaro celebraban
una fiesta
pasaban junto a las refinerías de azúcar
se peinaban las rojas mejillas de felpa
se comportaban como una vez Hölderlin y quamquam el borracho
esperando
que ascendiera el coche comedor

pues en el coche comedor en la red prohibitiva
en la abrazadera entre Neulengbach y Himmelskrätz
querían volver a verse
era un lanoso día de julio
él llevaba pantalón de franela y una maletita
brindaron uno por el otro

mas los otros vieron que eran las seis
en la escuadrilla del sol de la tarde
los grifos de cobre y los grifos de cobre
caía un plumaje fumífero sobre la frente
en el compartimiento que daba a Viena Oeste Este
y llovía como Thomas Reuth
como la Alhambra en el cuento Scutum
como mañana de sol daga incandescente
ella se aparta deja el camino y dobla la esquina
hacia el pequeño Dorotheum

y se asalamandran en este rincón de sueño aterciopelado
y se encrespan quitándose las huellas de la era
las estrellas vespertinas de todos los soles vespertinos
como violas coronarias oro a oro
y goteo de miel de la boca de raso
y palacios de montaña aquí y en alto
una imagen de cisne vestida de lana
de este aquí y allí un beso
allí ascendí en tibieza de choza
y recogí nieve y lilas
y flecheaban del húmedo trampolín
el dios del agua con tricornio y perfume
el heliantemo y el tamboril
sobre los cuales verdes fardos de césped
rozados tan sólo con el zapato

en camino a casa
en el frío taxi rápido a casa
y muchas mañanas noche blanda como las nubes
y lágrimas manos con lisura de mejillas
y botellas con ductilidad cuellos de cigarrillos
y cordero pascual
y cobrar aliento y no saber si.
***
Misterio
(Traducción de Héctor A. Piccoli)

La imagen sacra tiene
una espina azul.
Jesús es bautizado
en naranja. Casi más allá
una y otra vez el Juicio Final.
Bienaventurados que sonríen y
forman coros. Verde clara
la tierra se hunde, pero
los cielos pronto se apaciguan.
Más claros, ondean como argénteas
banderas en lento movimiento,
y el cirio más alto se afana
y da olor.
Estoy ante ti en el polvo frío
estoy ante ti desde algún sitio
desde una aterida oscuridad
estoy ante ti y canto loas:
miradas de alabanza me elevaron
de los cansados estribos de mi
sentimiento, sin un murmullo.

Versiones de Héctor A. Piccoli y Helena G. Quinteros (Argentina), y Tobias Burghardt (Alemania)


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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char