viernes, 8 de agosto de 2014

Él duerme, duerme, duerme

PAUL ÉLUARD

Eugène Grindel
(Francia, 1895-1952)

«El poema consiste en dar a ver»
Paul Éluard



Yo no estoy solo

Cargada
de frutos ligeros los labios
Ataviada
de mil flores distintas
Gloriosa
en los brazos del sol
Dichosa
con un pájaro familiar
Feliz
con una gota de agua
Más bella
que el cielo matinal
Fiel

Yo hablo de un jardín
Yo sueño

Pero exactamente es que amo.

De: "Mediadoras", 1939. (Paul Éluard inventó la palabra mediadoras
 en alusión a las mujeres amadas. Médieuses, en francés)
Editorial Lautaro, 1957. Versión de María Teresa León y Rafael Alberti.

**
Jamás soñé con noche tan bella

Las mujeres del jardín tratan de besarme
Sostenes del cielo, los árboles inmóviles
Abrazan fuertemente la sombra que los sostiene.

Una mujer de corazón pálido
Guarda la noche en sus vestidos
El amor ha descubierto la noche
Sobre sus senos impalpables.

¿Cómo poder gozar de todo?
Mejor borrarlo todo.
El hombre de la movilidad total
Del sacrificio total, de la conquista total
Duerme. Duerme, duerme, duerme.
Borra con sus suspiros la noche minúscula, invisible.

No sufre ni frío ni calor.
Su prisionero se ha evadido para dormir
No está muerto, duerme.

Mientras dormía
Todo lo asombraba,
Jugaba ardorosamente,
Miraba,
Oía.
Su última palabra:
"si volviera a empezar, te encontraría sin buscarte".

El duerme, duerme, duerme.
En vano el alba alza la cabeza,
Él duerme.
**

Al alba te amo tengo toda la noche en las venas
Toda la noche te he contemplado
Tengo que adivinarlo todo me siento seguro en las tinieblas
Ellas me conceden el poder
De envolverte
De sacudirte deseo de vivir
En el seno de mi inmovilidad
El poder de revelarte
De liberarte de perderte
Llama invisible de día.

Si te vas la puerta se abre hacia el día
Si te vas la puerta se abre hacia mí mismo.

De "L'amour la poesie"
Versión de Aldo Pellegrini

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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char