lunes, 4 de agosto de 2014

Su vida después de su vida

SHARON OLDS
(San Francisco, EE.UU., 1942)

Mi padre roncando 
(de Los muertos y los vivos)

En la noche profunda lo oía a través de la pared—
mi padre roncando, el enorme y oscuro
coágulo de flema subía por su nariz y
bajaba, como espirales de algas que una ola
trae y se lleva de la orilla. El rugido atorado
llenaba la casa. Incluso abajo en la cocina,
en los cajones, los cuchillos y los tenedores vibraban
con aquel latido distante. Pero en mi habitación
al lado de la ellos, era tan fuerte
que podía sentirme adentro de su cuerpo,
alzada en la soga anudada de su vida
y bajada otra vez  al estrecho y oscuro
pozo, sus paredes de ámbar
viscosas alrededor de mi torso, el olor a bourbon
denso como el esputo. Permanecía toda la noche acostado
como una bestia abatida y emitía su llamado espeso
abismal, tapado, como un grito de
ayuda. Y nadie nunca acudió:
no había ninguno de su especie
en ningún lugar de los alrededores.
 ***

Por qué mi madre me hizo
(de La celda de oro)

Quizás yo soy lo que ella siempre quiso,
mi padre en mujer,
quizás soy lo que ella quería ser
cuando lo vio por primera vez, alto e inteligente,
parado en el patio de la universidad con la
luz dura y masculina de 1937
brillando en su pelo negro. Ella quería ese
poder. Quería ese tamaño. Tironeó
y tironeó a través de él como si él fuera caramelo
oscuro de bourbon, tironeó y tironeó y
tironeó a través de su cuerpo hasta que me sacó,
patinosa y brillante, su vida después de su vida.
Quizás yo sea como soy
porque ella quería exactamente eso,
Quería que hubiera una mujer
muy parecida a ella, pero que no se retaceara, así que
se apretó fuerte contra él,
apretó y apretó la pelota clara
y suave de sí misma como un palo de crema batida
contra el agrio rallador metálico manchado
hasta que yo salí atravesando el cuerpo de él,
una mujer grande, manchada, agria, filosa,
pero con esa leche en el centro de mi naturaleza,
estoy recostada aquí como estuve alguna vez recostada
en la curva de su brazo, su criatura,
y la siento mirándome como el
hacedor de una espada mira el reflejo de su cara en
el metal de la hoja.
*
Traducción: Inés Garland e Ignacio Di Tullio

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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char