martes, 25 de noviembre de 2014

Todo aquello que viene después será restos

ANDI NACHON
Tomada del blog kriller71

(Buenos Aires, Argentina, 1970)



Nada tan arduo como cruzar este mapa, recorrido
repetido al infinito donde mi madre
todavía desespera cada tardanza y se esfuman

nombres y amigos. Tus hermanos
juegan simulacros de batalla, estrategias
de huida y camuflajes. Al tiempo

reclamarás precisiones, indicios
capaces de certificar tus fantasías
como eso: una mera fantasía más. Están los viajes
meses avanzando en auto la falta, están las mudanzas y papeles
sin nombre paterno. Nada más arduo que

el cruce de este viaje
lanzado a un espacio donde a veces
confiás en cierta clave que aparezca, alguna pauta
capaz de dar volumen o sentido
a tanto barullo inasible, casi viento

feroz de Comodoro y la obligación
imposible de atravesarlo. Al tiempo pedirás mapas
un entendimiento adulto o al menos
alguna teoría de la compensación. Todo

tanto más sencillo que admitir
la huida fue real, real el peligro
empujó y empujó al chevy siempre un poco
más allá: tu infancia fue esto

arduo –infinitamente arduo– el trabajo de cruzarla.
**

No despegan los misiles, no dibujan claros

centelleos por los aires: las batallas
se vuelven masacres
aunque otras. Crecemos en el miedo

como quien crece hacia adentro, en cierta
forma del aliento. Tal vez
mucho después mientas: no hay buenos ni malos

todos fantasmas
hasta que te cortan las manos. No

los misiles no despegan y la tierra
frente a la avidez de estos ojos se niega
y no logra estallar. Tan cerca

dicta la muerte sus sentencias

demasiado para que alguien afirme:
este cuerpo es mío, ésta
su retirada.
**

En el fin del mundo, el mundo
no termina. Ensenada, Bahía Inútil
Renegada. En el fin
el mundo

no deja de ser ni un segundo
aunque tu hermano, vos, la familia unida

pretendan renombrarlo. Agua del aire detenida
sobre el agua clara en la bahía: dos grises

en continuidad perfecta y sin
escisión posible. Hasta vos anhelarías eso
como instancia última. Tanta

belleza así visible donde acampa
al norte la tormenta y nada
tiene final. Cuando a Ushuaia vuelvas

serás una mujer en sus cuarenta, paradita ahí
frente a la calma, ahora hermana
de esa niña que fuiste y entendió cómo

aceptar qué cuestiones terminan, cuáles
no tienen fin.
**
Eco: gritás ¡Gerónimo! y el acantilado
devuelve amplificada
en escalofrío la voz. Eco de mí, mi eco
convoca una valentía que ha sido mía

no elegida: como ese cuerpo al borde

siempre de caerse y sin caer, porque sabe
la humanidad niña del precipicio desde ahí

decide y grita: ¡Gerónimo! Abajo el cañadón
lengas moradas como esta tarde
dando paso a la noche. Eco de vos, hermano

esta valentía niña no sabe

ya está caída, solita ahí en el borde
grita y grita.
**

Todo esto que viene después
es resto. Caminamos las aguas mansas de Rada Tilly
metros y metros mar adentro hasta alcanzar
cierta profundidad. Resto

estas olas transparentes y la altura
sobre los hombros del hermano mayor. Satisfecho
tu cuerpo es revoleado, cae y se sumerge. Nada importa

el terror anterior o los gritos
repetidos de la madre y la palabra perdedor. Ahora

los hermanos son un mismo titán
incontenibles luchan en un ring de espuma
y no hay ningún final. Si cerrás los ojos

todo aquello que viene después será restos,
extrañeza y restos.

De La III Guerra Mundial, Bajo la luna, 2014

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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char