Liliana Díaz Mindurry
(Buenos Aires, Argentina, 1953)
El cuadro Cazadores en la nieve de Brueghel tiene para mí una resonancia infinita. Hasta he soñado con él. Cuando lo vi en el film Solaris de Andrei Tarkovsky sentí que alguien en otro tiempo y distancia sentía esas vibraciones que no terminan de suceder. Como si hoy se siguiera pintando. Como si formara parte de nuestra vida.
(...)
Empecé el libro de poemas Cazadores en la nieve casi con el año. Me pregunté por qué ese cuadro de Brueghel me atraía de un modo magnético. Por qué me gustaba el blanco, la nieve, el frío, el fuego. Por qué me había peleado a muerte con los trópicos siendo que por ellos viajé toda mi infancia. Pensé en un niño haciendo una ecuación fría, imposible para comprender el sentido del mundo. Y un maestro ciego, opaco, que no lo ayudaba. Esa helada desesperación, de que los maestros son ciegos y no tenemos más que el arte para no morir en el intento de comprender algo por más pequeña que sea la comprensión.
L.D.M.
**
TERCERA MUJER CERCA DEL FUEGO
Que simules
ver una mujer cerca del fuego y que su vida sea un cuento
para dormir. Una mujer con la lengua
llena de lastimaduras,
ésas que producen las palabras
deformes. Que simules ver el Aqueronte
cerca, a sólo un paso, el inestable color del vino en tu mirada
y en la mujer con frío. Que simules
ver una mujer cualquiera como las otras,
y que se te agote la vista
ante esa cosa oscura de los perros
que ladran a la luna,
como si supieran
como si la mujer supiera
el salto del instante. Que simules
la secreta unción que une al fuego y las mujeres,
el cielo verde y los hielos, o que simules
ver a la pobre mujer de Brueghel
como virgen etérea que apresa al unicornio.
Es tarde ya para simulaciones,
para soñar paraísos:
cualquier hecho es el primero de la serie
o el último. Y cualquier hecho
mirarlo o no mirarlo
revela
siempre lo mismo:
la vocación de abismo de las cosas.
**
Gritos
Se pueden ver las carretillas que llevan los desperdicios
de la luz. Un mundo fuera de foco
abstraído,
extraño.
Los perros fuera de foco que llaman a presas de otros mundos,
los cazadores que cazan
huecos para llevar a sus
casas.
Nada en su sitio.
O tal vez cada cosa conservando empecinadamente
la obstinación
del sueño.
La oscuridad verde sobre el blanco, los cristalizados
gritos. La historia impersonal de todos
y de cualquiera.
Hay un momento en la tarde, un exacto momento
en que las cosas se tuercen
y de a poco,
como si nada,
enpiezan lentamente
a despeñarse.
(La ilusión de la vida es quebradiza y tiembla).
**
Tercer cazador
Hay un tercer cazador más adelante
más pequeño que los otros
(igualmente encorvado y vestido de igual forma).
Es él,
el que miente por gusto, el que caza mentiras.
La mentira tiene gusto a fresas escondidas debajo de la nieve.
El que se consume cada día
bajo un cielo disperso. El que olfatea otros pensamientos
como un perro. El del pensamiento que humea
calor y fuego. Un pensamiento con olor a carne cruda
inventada. El que, abrigado hasta los dientes,
cuenta estrellas en un cielo sin estrellas
como si hubiera estrellas,
cacerías. Por algo le atraen los acordes bajos.
Quién sabe que hay en su cabeza,
si harapos,
si inviernos para salir de caza
empecinadamente,
para medir le dispersión del cielo.
Es ése. El que mira a las mujeres frente al fuego,
perras todas:
él se inventa. El que dibuja mundos, perros, presas, cazadores, casas, nieve, hielo, pájaros
y mujeres.
La representación es esa forma de negar la sustancia.
**
Nueva mirada sobre niños
Con la seducción de una luna
fragmentaria,
como si la condena fuera ver estanques helados
con niños que patinan,
y mirarlos desde esa brutalidad del que mide las cosas
con precisión imposible pero con un ahogo
nacido del fondo de los años,
ver esa selva oscura de Dante en las casitas de tejados blancos
y también adentro de figuras pintadas
que se deslizan en cuadros donde la nieve no disimula
el malestar futuro
los cuartos
húmedos,
vacíos,
como si siempre la condena fuera verlos
sin saber hasta cuándo se puede soportar
el saber que ya la violencia
se organiza
en los ojos
de los niños.
(De Cazadores en la nieve, La Letra EME, Buenos Aires, 2014)
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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char
No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char
René Char
No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char
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