miércoles, 29 de julio de 2015

Si este canto saliera de mi corazón, quebraría mi corazón

Giovanni Papini 

(Florencia, Italia, 1881-1956) 

Este libro esta dedicado a todos mis amigos que no sean secretamente un poco enemigos y a todos aquellos enemigos que podrían llegar a ser, acaso mañana mismo, nuevos amigos. Pero lo dedico sobre todo a los lectores, próximos o lejanos, que estén dotados a la vez de buena inteligencia y de buena fe.
G.P.
(Dedicatoria, en El diablo)
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HAY UN CANTO EN MÍ
C'è un canto dentro di me»)


Hay un canto en mí que mi boca jamás pronunciará - que no escribirá mi mano en ningún trozo de papel.
Hay un canto en mí que debo escuchar yo solo, que debo padecer y soportar solamente yo.
Hay un canto preso en mis venas como los celestiales adagios del argentado órgano - hay un canto que como la raíz del gladiolo no florecerá bajo el alud.
Hay un canto en mí que estará siempre en mí.
Si este canto saliera de mi corazón, quebraría mi corazón.
Si este canto escribiera mi mano, ninguna otra palabra escribiría mi mano.
Este canto no se dirá sino en la última hora de mi vida; este canto será el inicio de una feliz agonía.
Hay un canto en mí que no puede salir de mí porque no se han creado aún las palabras necesarias.
Un canto sin medida y sin tiempo; sin ritmo y sin leyes.
Un canto sin ningún sosiego y que astillaría cualquier lenguaje.
Un canto inatendible sin que el alma se intimide por la sorpresa y se coloree de otro sol.
Un canto más respirado que dicho, más presentido que expresado: son de luces, rayo de acordes.
Un canto sin ansias de música porque sería más melodioso que cualquier otro instrumento conocido.
En mi corazón inmenso, que por días abarca el universo, a este canto, le cuesta quedarse adentro. En los minutos más angustiantes de la vida, este canto querría derramarse de mi corazón demasiado estrecho como el llanto de los ojos de quien se llora a sí mismo. Pero lo rechazo y lo engullo, pues junto a él también la sangre de mi corazón se derramaría con la misma furia voluptuosa. Lo encierro en mí mismo porque no quiero morir aún.
Soy una víctima dulce de este canto divino y homicida. Debo cerrar el corazón como la puerta de una cárcel y sofocar sus latidos sobrehumanos como si fueran remordimientos. Y ser, con toda mi ternura, el hombre feroz al que no se acercan los débiles.
Porque mi canto sería un aterrador canto de amor, y ese amor abrasaría todo lo que toca.
El amor que solo cobija es apenas tibio, pero el verdadero amor en el mismo soplo besa y destruye.
Este amor resplandecería tanto de candente avidez que ese día la tierra iluminaría al sol y la medianoche sería más ardiente que el mediodía más ardiente.
Pero yo no cantaré jamás este canto terrible que me consume sin que nadie tenga compasión de mi tormento.
Yo no cantaré jamás este canto maravilloso del que mi temor reniega y que espanta mi debilidad.
No cantaré este canto porque nadie podría sustentar la infinita, la desgarrante, la dolorosa dulzura.
***
LAS MÁSCARAS
Nagasaki, 3 febrero

Ayer compré tres máscaras japonesas antiguas, auténticas, maravillosas. En seguida las colgué en la pared de mi cuarto y no me sacio de mirarlas. El hombre es más artista que la Naturaleza. Nuestro rostros verdaderos parecen muertos y sin carácter ante estas creaciones obtenidas con un poco de madera y de laca.

Y al mirarlas pensaba: ¿Para qué el hombre cubre las partes de su cuerpo, incluso las manos (guantes), y deja desnuda la más importante, la cara? Si ocultamos todos los miembros por pudor o vergüenza, ¿por qué no esconder la cara, que es indudablemente la parte menos bella y perfecta?

Los antiguos y los primitivos, en muchas cosas más inteligentes que nosotros, adoptaron y adoptan las máscaras para los actos graves, bellos de la vida.
De Gog
***

”¿Queréis acaso matarme por segunda vez? ¿Qué os he hecho? Nada os pido. Sólo quiero volver a mi pétrea yacija allá abajo en el vientre de la tierra, donde me sentía seguro, donde no era atormentado por el hambre y por el miedo, donde nadie me atormentaba como has querido hacer tú. ¡Si tuviese, por lo menos, mi hacha y mi honda!”

“Fui poco más que un animal en medio de animales peores que yo. Desde joven fui la bestia de carga de la familia. Y ya nadie me miraba ni nadie me agradecía las labores que realizaba. Una noche de lluvia me dormí para siempre. Mi nombre era Wambé y ésta fue la vida de Wambé.”
***
Y ahora, desde hace más de un año, estoy aquí en la ciudad que me vio nacer y de la que me marché todavía joven para enterrarme hasta la vejez. Todo lo que veo me cansa; no reconozco muchas cosas; otras son completamente nuevas para mí. Me parece que amo a los hombres como un niño ama a la madre que ha vuelto a encontrar; sin embargo, nadie me quiere a su lado. Mi aspecto singular, mi ignorancia de la vida presente, la torpeza inexplicable de mis movimientos, la lentitud de mis ideas, la imposibilidad de encontrar a esta edad nuevos amigos, me hace vivir solo en medio de millones de hombres, como en mi torre. He intentado, alguna vez, parar en la calle a algún joven para contarle mi historia, pero todos sienten repugnancia hacia mí y me juzgan un enfermo fastidioso salido de repente de lo desconocido. Mi casa ha sido destruida para hacer sitio a una calle más ancha; mi nombre ha desaparecido de los registros de la ciudad y de la memoria de los hombres. Ya no soy nada para los demás y casi nada para mí. Desde que he vuelto entre los demás, no puedo respirar bien, mi pecho está oprimido por un aire pesado; todo lo que me rodea parece lleno de polvo. No consigo apasionarme, y recuerdo únicamente, casi con deseos, los balidos desgarrados y tristes de las ovejas lejanas.

No sé cuánto tiempo permaneceré aquí, no sé dónde iré. La muerte está próxima, pero no deseo morir. Tengo miedo de volver a encontrar a "mis" muertos, y tener que volver a empezar con ellos, una vez más, mi vida.

De Palabras y sangre, 1912
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Todo está acabado, todo perdido, todo cerrado.
No hay nada que hacer. ¿Consolarse? No. ¿Llorar? Para llorar hace falta un poco de
esperanza. Y yo no soy nada, no cuento nada y no quiero nada. Soy una cosa, no un
hombre. Tocadme, estoy frío, frío como un sepulcro. Aquí está enterrado un hombre,
que no puede llegar a ser Dios.
Y sigue diciendo: Yo no quiero ni pan ni gloria ni compasión. Pido,
humildemente, de rodillas, con toda la fuerza y la pasión de mi alma, un poco de
certeza: una pequeña fe segura, un átomo de verdad… Tengo necesidad de algo
verdadero. No puedo vivir sin la verdad. No pido otra cosa, no pido nada más, pero
esto que pido es mucho, es una cosa extraordinaria, lo sé. Pero lo quiero de todos
modos, a todo costo. Sin esta verdad, no consigo vivir y, si nadie tiene piedad de mí, si
nadie me puede responder, buscaré en la muerte, la felicidad de la plena luz o la
quietud de la eterna nada. 

De Un hombre acabado
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Conversación 56
LA POESÍA DEL OCTOGENARIO
(DE VICTOR HUGO)
Niza, 29 de diciembre.

Paso las noches seleccionando en mi colección de escritos, autógrafos e inéditos. Una de las perlas que hallé entre esos viejos papeles es una poesía corta de Víctor Hugo, fechada el 12 de septiembre de 1880. Cuando escribió esos dieciséis versos contaba el poeta casi ochenta años de edad, y tal vez fueron los últimos que brotaron de su alma y de su pluma. Y sin embargo, el pensamiento, o mejor el nostálgico deseo que se los inspiró, es todavía deliciosamente poético. Durante su juventud, su madurez y su ancianidad, Víctor Hugo fue el poeta de lo terrible, de lo enorme, de lo espantoso, de lo majestuoso, de la naturaleza salvaje y de la noche misteriosa, exceptuando, quizás, algunas aclaraciones y trozos aislados. Ahora, en la víspera de la muerte, el poeta habría querido que se deshiciera y desapareciera su mundo pavoroso y solemne, le bastaría un fresco jardín, una jovencita vestida de blanco. Más allá del trágico escenario dantesco y esquiliano, el octogenario visionario de Notre Dame entrevé la infancia del mundo: un jardín y una mujer, el Edén y Eva antes del pecado.
Pero yo no soy un crítico, y hay ciertas cosas que no sé decir. Me contentaré con copiar aquí los suaves versos de la edad senil de Victor Hugo:

Si les deserts, si les sables,
Si les grands bois,
Si les choses formidables
Que l'entrevois

Etaient, sauvage nature,
Coupés soudain
Par la gaité toute pure
D'un frais jardín,

Si tout á coup, en mantille,
En blanc corset,
Une belle jeune fille
Apparissait,

Si je rencontrais des roses
Dans les forêts,
Nymphes, ah! les douces choses
Que je dirais!

(12 septiembre 1880).

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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char