Philippe Jaccottet
(Moudon, Suiza, 1925)
Día apenas más amarillo sobre la piedra y más extenso,
¿no me podrás restablecer?
Sol al fin menos tímido, sol creciente,
restáñame este corazón.
Luz que te curvas para alzar la sombra
y sacudir el frío de tus hombros,
siempre he intentado comprenderte y obedecerte.
Es ahora, en febrero, cuando te yergues
muy lentamente como un luchador lanzado a tierra
que va a vencer
—levántame sobre tus hombros,
lávame de nuevo los ojos, haz que al fin me despierte,
arráncame ya de la tierra, que no la siga masticando
antes de tiempo como el cobarde que soy.
Ya sólo puedo hablar a través de estos fragmentos parecidos
a piedras que hay que levantar con su parte de sombra
y contra las que tropezamos,
más dispersos que ellas.
**
Escucha, mira...
Escucha, mira: ¿no hay algo que sube
de la tierra, de mucho más abajo,
como una luz, en oleadas, como un Lázaro
herido, absorto, en lento batir de alas
blancas -mientras que por un instante todo calla,
y es en verdad aquí donde estamos, asustados,
y no descienden así de más allá del cielo,
a su encuentro, otros vuelos, más blancos
-por no haber discurrido entre raíces de barro-,
y no corren ahora unos contra otros
cada vez más deprisa, a la manera
de los encuentros amorosos?
Ah, piénsalo, dilo, sea lo que sea,
di que algo así puede ser visto,
que sabréis aún correr así,
pero dentro del áspero manto de la noche.
**
Interior
Hace mucho tiempo que intento vivir aquí,
En esta habitación que aparentemente amo,
Con la mesa, los objetos indiferentes, la ventana
Que se abre al final de cada noche a otro ramaje,
El corazón del mirlo late e la hiedra sombría,
En resplandor consume en todas partes la antigua oscuridad.
Yo también acepto creer que todo es aquí dulce,
Que estoy en mi casa, que el día será hermoso.
Pero justo al pie de la cama está esa araña
(A causa del jardín) que no he pisoteado
Bastante, y se diría que aún fabrica
La trampa que espera a mi frágil fantasma.
**
El alma, tan friolera y miedosa...
El alma, tan friolera y miedosa,
¿tendrá que caminar sin fin sobre este hielo,
sola, descalza, sin saber ya ni siquiera balbucear
la oración de la infancia,
castigada sin fin su frialdad por este frío?
**
El ignorante
Cuanto más envejezco, más crezco en ignorancia,
cuanto más he vivido, menos poseo y menos reino.
Todo lo que tengo es un espacio alternativamente
nevado o brillante, pero nunca habitado.
¿Dónde está el dador, el guía, el guardián?
Permanezco en mi cuarto y de momento me callo
(el silencio, como un sirviente, viene a poner un poco de orden),
y espero a que las mentiras se aparten una a una:
¿qué queda? ¿Qué le queda a quien muere
que le impide morir? ¿Qué fuerza
le hace hablar aún entre sus cuatro paredes?
Versiones de Rafael-José Díaz
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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char
No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char
René Char
No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char
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