SIMONE WEIL
(París, Francia, 1909-Londres, Inglaterra, 1943)
«A los 14 años, pensé seriamente en morir a causa de la mediocridad de mis facultades naturales. Tras meses de tinieblas interiores tuve de repente y para siempre la certeza de que cualquier ser humano podía entrar en ese reino en el que habita la verdad, tan solo a condición de desearla y hacer un continuo esfuerzo de atención por alcanzarla. En la palabra verdad englobo también la belleza, la virtud y toda clase de bien. La aceptación de la voluntad de Dios, cualquiera que sea, se impuso a mi espíritu como el primero y más necesario de los deberes desde que lo encontré expuesto en Marco Aurelio bajo la forma de amor fati [amor al destino] de los estoicos. Yo sabía muy bien que mi concepción de la vida era cristiana, y por tal motivo jamás me vino a la mente la idea de entrar en el cristianismo. Tenía la impresión de haber nacido en su interior. Pero añadir el dogma a esta concepción de la vida me habría parecido falto de probidad. Poseo una noción en extremo rigurosa de la probidad intelectual. No obstante, tuve con el catolicismo tres contactos verdaderamente cruciales. En 1935, con el alma hecha pedazos y en unas condiciones físicas miserables, llegué a un pequeño pueblo portugués, igualmente miserable, sola, de noche, bajo la luna llena, el día de la fiesta patronal. Las mujeres de los pescadores portaban cirios y entonaban cánticos de una tristeza desgarradora. Allí tuve de repente la certeza de que el cristianismo era por excelencia la religión de los esclavos, y yo entre ellos. En 1937 pasé dos días en Asís. Allí, sola en la pequeña capilla del siglo XII donde tan a menudo rezó San Francisco, algo más fuerte que yo me obligó, por vez primera en mi vida, a ponerme de rodillas. En 1938, pasé diez días en el monasterio de Solesmes [el misma al que se había retirado doce años antes Reverdy]. Tenía intensos dolores de cabeza, y cada sonido me dañaba como si fuese un golpe; un extremo esfuerzo de atención me permitía salir de esta carne miserable y encontrar una alegría pura y perfecta en la insólita belleza del canto. El pensamiento de la pasión de Cristo entró en mí de una vez y para siempre. El azar —pues prefiero decir azar y no providencia— hizo que un joven católico inglés me diera a conocer la existencia de los poetas metafísicos del siglo XVII. Leyéndolos, descubrí el poema "Amor" [de George Herbert]. Lo aprendí de memoria, y a menudo, en el momento culminante de las violentas crisis de dolor de cabeza, me dedicaba a recitarlo. Fue en el curso de esas recitaciones cuando Cristo mismo descendió y me tomó. En mis razonamientos sobre la insolubilidad del problema de Dios, no había previsto la posibilidad de un contacto real, de persona a persona, aquí abajo, entre un ser humano y Dios. Las historias de apariciones me desagradaban, lo mismo que los milagros en el evangelio. Nunca había leído a los místicos, pues nunca había sentido nada que me ordenase leerlos. También en las lecturas me he esforzado siempre por practicar la obediencia. No hay nada más favorable al progreso intelectual. Dios me había impedido leer a los místicos a fin de que me resultara evidente que yo no había fabricado ese contacto absolutamente inesperado. Después de decirme a mí misma durante tantos años: "Quizá todo eso no sea verdad", sentí que, sin dejar de decírmelo, debía añadir a esa fórmula su contraria: "Quizá todo eso sea verdad". Jamás he tenido la sensación de que Dios me quisiera en su Iglesia. Estoy siempre dispuesta a obedecer toda orden, cualquiera que sea. Obedecería con alegría la orden de ir al centro mismo del infierno y permanecer allí eternamente. No pretendo decir, claro está, que tenga preferencia por este tipo de órdenes. No tengo tal perversión. Pero el uso de dos palabras: anathema sit [sea condenado], me impide franquear el umbral de la Iglesia. Permanezco junto a todas las cosas que no pueden entrar en la Iglesia. Me parece positivo que algunas ovejas se queden fuera del redil. Para que la actitud de la Iglesia fuese verdaderamente eficaz y penetrara como una cuña en la existencia social, haría falta que manifestara abiertamente que ha cambiado o quiere cambiar. De otro modo, ¿quién podría tomarla en serio, recordando la Inquisición? La Iglesia fue la primera en establecer en Europa, en el siglo XIII, un esbozo de totalitarismo. Y el resorte de ese totalitarismo es el uso de esas dos palabras: anathema sit» (Marsella, 15 de mayo de 1942).
***
Cuadernos (1941-1943)
[Editados póstumamente a partir de 1950]
Estrellas y árboles frutales en flor. La completa permanencia y la extrema fragilidad proporcionan por igual el sentimiento de lo eterno.
◊
El prójimo. Ver a cada ser humano (imagen de uno mismo) como una prisión en la que habita un prisionero con todo el universo a su alrededor.
◊
Cuando algo parece imposible de obtener, se hagan los esfuerzos que se hagan, significa que se ha llegado a un límite infranqueable en ese plano, e indica la necesidad de un cambio de plano, de una ruptura del techo. Esforzarse hasta el agotamiento en ese plano, degrada. Más vale aceptar el límite, contemplarlo y saborear toda su amargura.
◊
Enfermedades que, curadas de una forma, reaparecen de otra (Hipócrates). Idea de gran calado. Que vale también para el alma. Y vale para los obstáculos de una doctrina o de una ciencia. Y para la sociedad. Y para el arte. Sustituimos una palabra, una imagen o un verso por otro, y se produce la misma imperfección. ¿Cómo lograr que no sea así, cómo conseguir un tránsito a mejor?
◊
Virtud simbólica del agua: su tendencia natural al equilibrio.
◊
Renuncia. Renunciar a los bienes materiales. ¿Pero no son estos acaso condición de algunos bienes espirituales? ¿Acaso se piensa igual cuando se padece hambre, o se está agotado físicamente o se siente uno humillado y sin consideración? Por tanto, hay que renunciar también a esos bienes espirituales. ¿Qué es lo que queda cuando se ha renunciado a todo lo que tiene una dependencia del exterior? ¿Tal vez nada? Esa es la verdadera renuncia a uno mismo. Yo soy nada. Yo soy todo.
◊
El tiempo nos conduce —siempre— adonde no queremos ir. Amemos el tiempo.
◊
El infierno como un paraíso ilusorio. No otra cosa es la voluptuosidad. La de «paraísos artificiales», es una expresión excelente. La voluptuosidad (pero no el placer puro) constituye una dicha ilusoria. En su lugar, el placer puro puede acompañar a la dicha, pero no encierra una ilusión. No parece infinito; tiene una apariencia de limitado. / Algunos buscan el reino de Dios como si se tratara de un paraíso artificial, aunque sea el mejor de los paraísos artificiales.
◊
Llega un punto en la desgracia en el que ya no somos capaces de soportar ni que continúe ni que se nos libere de ella.
◊
Pedagogía. Debería enseñársele a los niños de primaria la lista de las cosas que la ciencia no está en absoluto en condiciones de explicar.
◊
El objeto de mi estudio no es lo sobrenatural, sino este mundo. Lo sobrenatural es la luz. Si nos atreviéramos a hacer de ello un objeto de estudio, lo menoscabaríamos.
◊
Los únicos esfuerzos puros son los esfuerzos sin finalidad, pero son humanamente imposibles.
◊
El sufrimiento y el goce como fuentes de saber. La serpiente ofreció el conocimiento a Adán y Eva. Las sirenas ofrecieron el conocimiento a Ulises. Estas historias ponen de manifiesto que el alma se pierde al poner el conocimiento en el placer. ¿Por qué? El placer es quizá inocente, siempre que no se busque en él el conocimiento. Este solo está permitido buscarlo en el sufrimiento.
◊
Goza con el desapego. En cuanto a los bienes, la prueba del desapego es la alegría.
◊
Sin el mal, este mundo sería irreconocible.
◊
No es el hombre quien debe ir hacia Dios; es Dios quien va hacia el hombre. Este solo debe mirar y esperar.
◊
Dios nos ha vestido con una personalidad —lo que somos— con objeto de que nos la quitemos.
◊
Si mi salvación eterna se hallara en esta mesa bajo la forma de objeto, y no tuviera más que alargar la mano para cogerla, no lo haría sin haber recibido la orden.
◊
El racionalismo: si el racionalismo consiste en pensar que la razón es el único instrumento, está bien; si consiste en pensar que puede ser un instrumento suficiente, es una tontería.
◊
Maya, la ilusión. Es muy real (a su modo), pues cuesta mucho trabajo salir de ella. Pero su realidad consiste en ser ilusión.
◊
La vida humana es imposible. Pero solo la desgracia logra que lo sintamos.
◊
Nada poseemos en el mundo —porque el azar puede quitárnoslo todo—, salvo el poder de decir yo. Eso es lo que hay que entregar a Dios, o sea, destruir. No hay en absoluto ningún acto libre que nos esté permitido, salvo la destrucción del yo.
◊
Dios solo puede estar presente en la creación en forma de ausencia.
◊
Zen. Contemplar la Estrella Polar mirando al Sur.
◊
No creer en la inmortalidad del alma, sino contemplar la vida entera como algo destinado a preparar el instante de la muerte; no creer en Dios, sino amar siempre el universo como a una patria, incluso desde la angustia del sufrimiento; ese es el camino de la fe por la vía del ateísmo. Esa fe es la misma que resplandece en las imágenes religiosas. Sin embargo, cuando se llega a ella por ese otro camino, las imágenes sobran.
◊
Definir lo real. Nada hay tan importante como eso.
◊
No hay cosa más opuesta a la unión de los contrarios que «el justo medio».
◊
Dos encarcelados en celdas vecinas que se comunican dando golpes en la pared. La pared es lo que los separa, pero también lo que les permite comunicarse. Igual que nosotros y Dios. Toda separación es un vínculo.
◊
El cuerpo humano es la balanza en la que lo sobrenatural y la naturaleza hacen de contrapeso.
◊
Concebir la posibilidad de que los contrarios se unan es lo propio de la parte divina del alma.
◊
Uno de los placeres más deliciosos del amor humano, servir al ser amado sin que lo sepa, no es posible en el amor a Dios más que por el ateísmo.
◊
Axioma: todo lo que me pertenece carece de valor, pues, por esencia, hay incompatibilidad entre el valor verdadero y la propiedad.
◊
Vivimos aquí abajo en una mezcla de tiempo y eternidad. La alegría corresponde a un crecimiento del factor eternidad; el dolor, a un predominio del factor tiempo. ¿Por qué, pues, el paso por el dolor hace más sensible a la belleza?
◊
El fin de la vida humana es construir una arquitectura en el alma.
◊
Si el cielo fuese como lo pintan, seríamos allí más desdichados que en la tierra; pues en la tierra se puede tener la esperanza de avanzar hacia cualquier grado de perfección, mientras que en el cielo, tal como lo describen, aunque unos valgan menos que otros, y en consecuencia todos menos de lo que es posible valer, no hay nunca ningún progreso. ¿Cuánto habrá envenenado el imperio romano al cristianismo para que describan el paraíso como la corte de un soberano?
◊
Solo lo universal es verdadero, y el hombre no puede prestar atención más que a lo particular. Esta dificultad es el origen de la idolatría.
◊
¿Por qué la reunión de dos o tres cristianos en el nombre de Cristo no cuenta como un sacramento?
◊
En la Biblia, se dice siempre: Haréis huir a vuestros enemigos, los masacraréis, etcétera, para que se sepa quién es vuestro Dios. Jamás: mandaréis trigo allí donde hay hambre, etcétera, para que se sepa...
◊
Si actualmente un hombre se vendiera como esclavo a otro, la convención sería jurídicamente nula, pues la libertad es inalienable por el hecho de ser sagrada. / Colocando la propiedad junto con la libertad entre las cosas sagradas, las gentes de 1789 —si las palabras tienen algún sentido— la declaraban inalienable y la sustraían al tráfico. Pero los hechos han mostrado que las palabras no tienen sentido.
◊
La humildad es ante todo una cualidad de la atención.
◊
Algo misterioso en este universo es cómplice de aquellos que no aman más que el bien.
◊
* No te dejes encarcelar por ningún afecto. Preserva tu soledad. Si alguna vez ocurre que se te ofrezca un afecto verdadero, aquel día no hallarás oposición entre la soledad interior y la amistad, sino al contrario. Precisamente lo reconocerás por ese indicio infalible. Los demás afectos deben someterse a una disciplina severa.
◊
* La pureza es nuestra capacidad para contemplar la mancha.
◊
* El poder —y el dinero, esa llave maestra del poder— es el medio puro. Precisamente por eso, es también el fin supremo de todos aquellos que no han comprendido nada.
◊
* Belleza: una fruta a la que se mira sin alargar la mano. Semejante a una desgracia a la que se mira sin retroceder.
* Fragmentos de SW acotados por Gustave Thibon, editor de La gravedad y la gracia (1947), antología de sus Cuadernos.
Fuente: elestadomental.com
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char
No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char
René Char
No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char
No hay comentarios:
Publicar un comentario