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(Montevideo, Uruguay, 1932. Reside en Tacuarembó, Uruguay)
Entrevista, por Carlos Reyes
—¿Qué significa para usted un premio de esta magnitud (Gran Premio a la Labor Intelectual, distinción especial que cada tres años otorga la Dirección de Cultura, del Ministerio de Educación y Cultura)?
—Un poco me resultó abrumador, es un premio importante. La única manera que puedo recibirlo es no personalmente, a mi poesía. La poesía es tan Cenicienta en las librerías, y sin embargo el poema no es solo la poesía escrita. La poesía nos rodea desde tantos siglos, es tan antigua su voz, y tan plural.
—¿Siente que la poesía es una herramienta social?
—No, no estoy segura. Las definiciones, en general, todas nos dejan insatisfechos. Yo sobre todo le veo su papel importante por la posibilidad que brinda de saltar de un mundo a otro. Por eso también hago traducciones. Saltar de mundos lingüísticos y también de las realidades. Cada cultura es un mundo. Penetrar en un lenguaje es el deseo de penetrar en un mundo. La poesía es una extraordinaria herramienta para entrar en la vida de una lengua, en profundidad, con intensidad. Lo veo así.
—Usted publicó su primer libro en 1944...
—Pero ese es un libro infantil: tenía 11 años y a mi padre se le ocurrió, estando yo en sexto de escuela. Y no fue una buena experiencia. Ni siquiera lo cuente. Mi primer libro, del que me sentí responsable de él, fue En el tiempo.
—Bueno, desde su primer libro, ¿cómo ha ido cambiando su poesía?
—Esa es una pregunta que corresponde más a un estudioso. Yo no me doy cuenta bien, no lo sabría contestar. Creo que sin embargo se mantiene lo que puse en el prólogo de En el tiempo. Yo no soy de hablar en metáforas, es muy vivo el lenguaje corriente. Hay muchas formas de escribir, una es tipo diálogo. Y en mi último libro, Dualidades, insisto en eso y todos los poemas se me vuelven cercanos al diálogo, a la forma de la conversación. Claro, un poema no es una charla, pero puede adoptar esa forma. Tal vez se intensificó en mi obra ese modo de escribir conversacional.
—¿Se siente integrante de una generación?
—Tampoco me parece muy satisfactorio el concepto de generación. ¿Generación del 45? Somos todos muy diferentes. Aunque es claro, en cada uno resuenan las otras voces. Pero no tanto de la generación de uno: de lo que ha leído, y vivido. También le corresponde más a un estudioso decirlo.
—¿De Idea Vilariño se siente muy próxima?
—La conocí a Idea fugazmente. Idea tiene también una transparencia, en tanto que usa un vocabulario accesible. Pero en ella es muy fuerte lo exótico, que no aparece para nada en mi poesía.
—¿Sus experiencias de vida marcaron su poesía?
—Es imposible que no la marcaran: lo leído y lo vivido siempre te marcan muy fuertemente. Pero tampoco me parece que mi poesía sea confesional. No me gusta la primera persona. Aunque por mucho que uno hable del mundo, habla de sí mismo. Nunca me pareció muy lúdica la poesía, ni eso de jugar con las palabras. Porque no veo las palabras en sí mismas. A veces hasta una gran desconfianza tengo por la palabra. Más que la palabra, es el pensamiento poético, una forma de lenguaje. Y me gusta más verlo como oral que como escrito. No me gusta decir "juego", ni "jugar con las palabras". No me parece un juego.
—¿Y qué lugar tendía?
—No sé. Tampoco un trabajo. A mí un poco me choca lo de "labor intelectual", porque el que escribe no está sintiendo que es un trabajo penoso. Y tampoco es un juego: es más serio que un juego.
—¿Cuáles son sus poetas de cabecera?
—Me gusta descubrir, por eso traduzco mucho. De golpe me deslumbra un autor. La tarea de traducir hace leer con más cuidado, y eso te marca, te influye.
—De su poesía se han editado discos. ¿Cómo valúa eso?
—Me pidieron una vez que leyera. Y no estoy tan segura de eso, de varios poemas leídos uno después del otro. Un poema exige tiempo: es leerlo, y tiene que crear su propia resonancia. En ese montón de poemas, me parece que se pierde mucho. Yo leí igual, porque me pedían. Pero no me doy cuenta si esa experiencia es buena o no. Pero sí me parece muy importante que se haga oral. El poema se tiene que oír. En el libro, es como una partitura. El poema requiere tiempo de asimilación, porque exige volver.
—Usted recibió en 2012 la Medalla Delmira Agustini. ¿Se siente vinculada a la gran poetisa, o es solo el nombre de la medalla?
—Yo la leía mucho, hace muchos años, pero no es la poesía que más me ha marcado. Pero va más allá de ser para mí el nombre de una medalla. Ella tuvo su asombroso mundo poético, pero lo veo como poesía fundamentalmente erótica, ajena a cómo se ha dado en mí la poesía.
—La poesía estuvo muy presente en su infancia...
—Sí, con mi hermana disfrutábamos mucho, leíamos como un juego. La poesía estaba muy presente en los niños, a veces en los juegos. Los romances españoles se cantaban como juegos, y así se mantuvieron vivos durante siglos. Ahora no veo que los niños canten en las veredas: empezando que ya no pueden ni jugar allí. Pero de todos modos, en la infancia está presente la poesía, más de lo que creemos. Es el sustento de la cultura: los grandes poemas han sido para los pueblos su alma.
—¿De chica le hacían memorizar poemas?
—Las maestras, a veces. El recitado era lo que menos nos gustaba. Era un sufrimiento, delante de un montón de gente. Pero para uno mismo, es como una compañía un poema. Te lo decís todo y disfrutás. Te acompaña: es otra cosa propia de la poesía.
"No me veo como una intelectual"
"Yo no estudio mucho literatura, por eso me siento abrumada por un premio que requiere labor intelectual. Yo estoy acá en Tacuarembó, con una enorme familia, y no me veo como una intelectual. He disfrutado mucho con lo que estudiado, con lo que he leído, pero más bien por el lado de la filosofía. La filosofía exige estudio: pero en la poesía siempre he puesto por delante el placer. He disfrutado", afirma Circe Maia.
Fuente: elpais.com.uy
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