viernes, 22 de enero de 2016

Habrá quien vea en, por ejemplo, mi mamá me mima, un verso genial, otros no

Darío Rojo habla sobre ¡Párense derecho! de Eduardo Ainbinder


"En muchas ocasiones cuando Eduardo me contaba algún detalle de su vida, algún episodio gástrico, o alguna problemática de logística personal, mi comentario era siempre el mismo; en realidad era un sugerencia que nunca había sido solicitada, y era 
muy sencilla: trepanación. 
Al pensar en este libro de alguna manera me acordé de esa intervención quirúrgica, y entonces me pregunté por qué yo le decía eso, y creo que lo que yo trataba de decir, o mejor dicho, yo trataba de aludir a un mundo en el que él se moviera con mayor solvencia, el mundo de la literatura.
Porque en la literatura, o en cierta literatura que es la que este libro produce, la trepanación es un hecho, es decir, ya fue efectuada. Voy a tratar de explicar esto, porque bien puede dar a confusiones, no es una apología de los descerebrados, todo lo 
contrario.
En la literatura a un cerebro que funciona correctamente y reproduce fielmente sus mecanismos de desarrollo, se le hace muy difícil escribir poesía, diría que casi es imposible. El cerebro de un tonto, de un engolado, de un objetivista, aunque funcione en su mínima potencialidad, funciona bien, pero cuando escribe intenta reproducir el diseño de su casa matriz y ahí es cuando fracasa. Lo mismo ocurre con la emoción y con tantos otros procesos que de alguna manera configuran la realidad, no tiene sentido reproducirlos respetando cada una de sus leyes, sin ningún tipo de contaminación. Esto puede parecer una obviedad y para otros algo a discutir, habrá quien vea en, por ejemplo, mi mamá me mima, un verso genial, otros no, pero bueno... no importa.
Por esto mismo me parece que una de las razones de la solvencia de estos poemas es la renuncia parcial, en realidad, la atenuación de la naturaleza de esos procesos que hacen a un ser humano en pos de un hecho literario. Aquí se trepana, se renuncia, se adecua para que funcione esa realidad que es la literatura.
De todos modos, las herramientas que en este libro se utilizan para lograr esa autonomía son múltiples y exceden el espacio de una presentación, pero una que me parece que es bastante curiosa es la vía del naturalismo fantástico. En ese tipo de narración en la que se describe una cotidianidad enriquecida con elementos no inmediatos, casi nacidos en la imaginación, de alguna manera nos obliga a cambiar nuestra postura, a pararnos derecho y convivir mientras dura la lectura, o en este caso la escucha, con leyes destinadas a transformar cada palabra en procura de la creación de un nuevo valor de entendimiento, que solo puede producirse cuando se entiende que hay un valor especifico en la creación de un poema, en donde las fuerzas interiores son mucho más fuertes que cualquier suceso exterior. Es decir, el poema es ese lugar en donde la realidad llega para ser transformada.
Esto, creo, que es un logro poco común en estos días, y como en todo triunfo hay una paradoja, me parece que la que aquí se presenta con mayor fuerza, es la de cómo desde cierta neutralidad se logra un alto grado de extrañeza y un decir profundamente íntimo y conmovedor."

Darío Rojo
(Eduardo Castex, provincia de La Pampa, Argentina, 1964)

Para leer algunos de sus poemas, haga clic AQUÍ
**
Eduardo Ainbinder
(Buenos Aires, Argentina, 1968)

 Para leer algunos de sus poemas, haga clic  AQUÍ

No hay comentarios:

Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char