sábado, 16 de enero de 2016

La turbulencia de los astros se asemeja a una locura

LILA ZEMBORAIN
Tomada de poetas siglo XXI

(Buenos Aires, 1955. Vive en Nueva York desde 1985)


17 de septiembre 2001

oh cielo azul, cielo celeste de
tenochtitlán, la ciudad blanca ha
sido destruida, lloran los aztecas
la ciudad sitiada, los puentes
destruidos, simples
botes ante un enemigo poderoso
simples naves sobrevuelan la ciudad
en ascuas, avanzan hacia la
mole poderosa que intentan
vulnerar, cada noche un cofre se
abre a la codicia, circuito electrónico
desplegado a las estrellas, alhajero
titilante, no hay ojo que no se
atreva al asombro en la neblina
anaranjada del imperio

***

Estar en la barranca de los perros
con miedo de ensuciarme
un miedo que no contemplaba
cuando el pasto era escenario
de encuentros de amor
que aún hoy se repiten
en esta barranca gigantesca
que mira hacia los plátanos
y vive resguardada
por los famosos gomeros de la ciudad.
***

Toda acción es una reacción, dice Santo Tomás, y viceversa; si se respira es porque hay aire, si se tiene sed es porque hay agua, si hablo es porque alguien puede escucharme, si tengo miedo es porque la naturaleza humana tiene la capacidad del odio; pero entonces,  ¿por qué esta generalización provoca la sospecha de perderse en el sentido de lo último, de lo mínimo, en la disolución sin alegría? Buscar esa FRACCION que haga romper este ciclo de evidencias, esa gama de exclamaciones internas que hacen que uno quiera inmediatamente levantarse.

Catalizar sería ahora levantarse, agarrar el diccionario de la A la J de María Moliner, buscar entre las LETRAS la c, abrir el libraco y hojear hasta llegar a ca, cat, cata: prefijo de origen griego que significa “abajo” o “hacia abajo”, cataplasma, cataclismo, catacresis, catacumba, catalepsis, catalejo, catálisis, catarro, catástrofe.

Pero a veces hay deseos apremiados a cerrar el desaliento, sin aire, la desazón, sin sal, el desconcierto, sin concierto, una suerte de optimismo forzado. Yo quisiera que hoy nadie viniera, quedarme todo el día en camisón, sin bañarme, sin salir, sin tener la necesidad de hablar, sólo pensar en todo esto, seguir pensando, desazonada, porque al desazonar algo se desconcierta.

___________________                                    

En todos lados hay CUERPOS y voces y mentes y ruidos, pero acá mismo, ahora, en esta tierra, un lenguaje se estampa en la magnolia como un jeroglífico de oro entre las hojas, letras de un alfabeto de luces, secretos evidentes, vetas en el tronco, fríos inviernos y veranos de miel y polvo en las chicharras.
Reconocer el fraseo de los PAJAROS y su confabulación poderosa con la rama, el terciopelo de la luz, los acertijos que le hablan a mis genes, a mis células abiertas a un horizonte de caballos quietos, meneando las colas al celeste con las orejas paradas, el olor de la gramilla, el agua en las aguadas, el bebedero incierto y el molino, el glosario en las membranas, en las vías del tren o en las palomas, en los gorriones tal vez o en los jilgueros, el campo desechado, la soja enardecida, el cielo desatado en pomposos nubarrones, y vuelven las marcas que quieren ser borradas, como esas cicatrices de los árboles, o los archipiélagos de cáscaras que dejan en sus troncos.
Acaricio lentamente esa textura.
La turbulencia de los astros se asemeja a una locura.
Así volvemos a los titubeos certeros del tacto, a la hinchazón que produce el borboteo.

1 comentario:

Alberto Chaile dijo...

Muy buena lectura, de esas que lo dejan a uno con ganas de quedarse ahí, enredado entre esas letras.

Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char