sábado, 20 de febrero de 2016

Ganas de Usted, eso tengo

GUILLERMO SACCOMANNO (Mataderos, Buenos Aires, 1948)/FERNANDA GARCIA LAO (Mendoza, Argentina, 1966) 



París, 30 de junio…

Humedísima Guillò, ¿puedo decirle así?

Su carta me ha sumido en el desconcierto. A la velocidad insólita de su respuesta, dos meses, he
de sumarle el asunto del corazón. Huí con tal desconsuelo del sanatorio, que temo haber olvidado por
completo el episodio que narra. ¿Dice Ud. que soy una mujer a pesar de este trío de atributos totémicos
que oculto entre las piernas? Ahora entiendo a qué se debe la cicatriz oscura bajo mi tetilla izquierda.
De mi antiguo corazón no hay vestigio. ¿Usted es yo?
Sí recuerdo, sin embargo, la pasión que el cuerpo suyo hizo estallar en el mío. La recreo maullando
sobre mi espalda, lamiendo con alevosía mi pasillo oscuro, desbarrancada, succionante.
Me apena saber que ha mancillado sus orificios, a sabiendas de que eran míos. Yo aún no he traicionado el juramento que hiciéramos sobre las camillasde Ferretti, amor mío.
Todavía la recuerdo con la batita sucia, abierta como un pez recién salido del agua. Creí en sus palabras, a pesar de los narcóticos inyectados. No es un reclamo, no se confunda. Pero asumo que su masculinidad recién nacida la tiene contra las cuerdas. Es usted líquida y jabonosa. Quisiera fregarla entera. Ya la veo con la esponja. Ahora el asunto me perturba.
¿Masturbarme sería tocarla?
Yo he debido contentar mi cuerpo con evacuaciones impúdicas en los baños de esta villa. El cielo
está tan bajo que casi podría tocarlo con sólo estirar un dedo. Digo dedo, mi querida, y su manita calcinante se aparece. Lechosa.
Le escribo desde la estación, a la espera del tren a Marsella. Desde allí abordaré un carguero que ha
de trasladarme al fin del mundo. Así es. Nuestros cuerpos volverán a ser uno, no se aflija. Anduve extraviado, mas su carta me ha devuelto la cordura. A la intensidad de estas letras, contradicen las
caras anodinas del resto de los viajeros. Aunque aseguro a Usted haberla visto en cada mujer: no hay pezón que no me remita a los suyos. A ellos estoy clavado como un Cristo por la muñeca.
Abandono momentáneamente la escritura.
Una oriental de cabello afeitado no deja de mirarme. He sentido la tentación de arrojarla contra las
vías. Sospecho de ella. Sus ojitos rasgados parecen espiarme. Le doy la espalda. Subo. El tren abandona la estación.
Nos deslizamos ahora por la geografía francesa como antes hizo mi lengua por la suya. La he amado
en cada curva, querida, la natura me persigue como una vagina gruesa. Cada túnel es usted. La atravieso varias veces. El mundo es una escenografía para nuestro deseo.
Un enorme culo se formó hace un rato entre nubes negras y no pude menos que sentirme hambriento.
Ganas de Usted, eso tengo. A la desesperación ahora le dicen Guillò, ¿sabía? Estoy tentado de tocarme
en público, pero un pudor desconocido me lo impide.
Desde el vagón ocho la despido. La oriental ha orinado en el pasillo y he de trasladarme. Huele terrible. Creo que la envía Ferretti.
Me siento en el vagón comedor y miro por la ventanilla. Los cables de electricidad tan tirantes, tan
paralelos, me hacen pensar en nosotros. He deseado nuestra captura, sólo para volver a verla, querida. Es sabido, el fugado aspira un poco al grillete. Bellísima, la imagino tendida en una soga, devorando
mi esperma. Que el viento no disperse, copulemos.
Se agota la luz de esta tarde. Escríbame a la casilla postal 66 de la estación de Marseille. He dejado instrucciones.
En sombras, se despide su Fernand
(tangible, erguido)

De Amor invertido, Seix Barral, 2015.

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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char