martes, 1 de marzo de 2016

Tu crimen divino fue ser bondadoso

LORD BYRON

(George Gordon Byron) 
(Londres, Inglaterra, 1788-Missolonghi, Grecia, 1824)


No volveremos a vagar
Así es, no volveremos a vagar
Tan tarde en la noche,
Aunque el corazón siga amando
Y la luna conserve el mismo brillo.

Pues así como la espada gasta su vaina,
Y el alma consume el pecho,
También el corazón debe detenerse a respirar,
E incluso el amor mismo debe descansar.

Aunque la noche fue hecha para amar
Y los días vuelven demasiado pronto,
Aún así no volveremos a vagar
Bajo la luz de la luna.
***
Prometeo

I

¡Titán! Ante cuyos ojos inmortales
los sufrimientos de la humanidad,
vistos en su triste realidad,
no eran como las cosas que los dioses desprecian.
Un callado e intenso sufrimiento;
la roca, el buitre, y la cadena,
todo lo que el soberbio puede sentir de dolor,
la agonía que ver no deja,
la asfixiante sensación del infortunio,
que no habla sino en su soledad,
y luego es celosa, a menos que el cielo
posea un oyente, no suspirará
hasta que su voz eco no tenga.

II

¡Titán! La lucha te otorgaron
entre el sufrimiento y la voluntad,
que torturan cuando no pueden matar;
y el cielo inexorable,
y la sorda tiranía del destino,
el dominante principio del odio,
que para su placer crea
las cosas que pueden aniquilar,
te negaron hasta la dádiva de morir:
el desdichado don de la eternidad
era tuyo y bien lo has soportado.
Todo lo que Júpiter tonante te arrancó
no fue sino la amenaza que le devolvió
los tormentos de su tortura:
el destino muy bien previste,
pero no se lo dijiste para aplacarle;
y en tu silencio estuvo su sentencia,
y en su alma un vano arrepentimiento,
y un temor malvado tan mal disimulado,
que en su mano temblaron los rayos.

III

Tu crimen divino fue ser bondadoso,
el hacer con tus preceptos menor
la suma de las desventuras humanas,
y el fortalecer al hombre con su propia mente;
pero confundidos como tú fuiste desde las alturas,
aún en tu paciente energía,
en la resistencia y en la repulsa,
de tu espíritu impenetrable,
que ni tierra ni cielo pudieron agitar,
una poderosa lección heredamos:
tú eres un símbolo y un signo
para los mortales de su destino y su fuerza;
como tú, el hombre es en parte divino,
una corriente turbulenta de fuente pura;
y el hombre en parte puede prever
su propio destino fúnebre;
su desventura y su resistencia,
y su triste existencia sin aliados:
a la que su espíritu puede oponerse
y equipararse a todos sus desastres,
y a una firme voluntad y a un hondo sentido,
que hasta en la tortura capaz es de divisar
su propia recompensa concentrada,
triunfante cuando se atreve a tal desafío,
y haciendo de la muerte una victoria.

Diodati, julio de 1816

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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char