Juan Laurentino Ortiz
(Puerto Ruiz, Entre Ríos, 1896-Paraná, Entre Ríos, Argentina, 1978)
Mi voz es opaca y sin brillo y vale poca cosa
para reforzar un coro. Sin embargo me sirve muy
bien para rezar yo solo bajo el cielo azul.
León Felipe
Mirado anochecer
Tras la lejanía de las quintas ya obscuras
el sol es ahora sólo un recuerdo rosado.
Dos vacas melancólicas parece que viniesen
del ocaso con toda su morosa nostalgia.
Y por oriente otras, blancas, con recentales
en la luz ideal que casi las azula.
Balidos. Las chicharras cantan. – Aunque tú eres,
me hubiera yo quedado un rato más aquí.
***
Tarde
El mundo es un pensamiento
realizado de la luz.
Un pensamiento dichoso.
De la beatitud, el mundo
ha brotado. Ha salido
del éxtasis, de la dicha,
llenos de sí, esta tarde,
infinita, infinita,
con árboles y con pájaros
de infancia ¿de qué infancia?
¿de qué sueño de infancia?
***
Lluvia
Todo el día mi alma hoy estará suspensa
de la voz del agua,
como en un sueño
mojado.
La voz del agua
dulcemente cierra el mundo!
¡La voz del agua!
Todo el día seré un niño
que se está durmiendo.
La vida será sólo
una voz querida.
De El agua y la noche (1924-1932). Editorial de Entre Ríos. Colección Homenajes. Paraná, 1993.
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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char
No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char
René Char
No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char
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