Horacio
(Romano: 65-8 a.C.)
A Delio
Acuérdate de conservar una mente tranquila
en medio de la adversidad,
y en la buena fortuna
y de no mostrar una alegría insolente
en los días prósperos
por que tienes que morir Delio!
Y ello aunque hayas vivido triste en todo momento
o aunque, tumbado en retirada hierba,
los días de fiesta, hayas disfrutado
de las mejores cosechas de Falerno.
¡Date prisa! Porque allí donde aquel soberbio pino
y aquel pálido olmo se placen en unir la sombra
y donde al agua fugitiva lucha con dulce murmurio
contra los obstáculos que detienen su carrera
haz que lleven vino, perfumes y esas rosas que
tienen tan poco tiempo de vivir.
Aprovecha el tiempo que tu fortuna, tu edad
y los negros hilos de las tres parcas
hijas de erebo y de la noche,
diosas infernales
te lo permitan.
Te irás del soto que compraste, y de la casa,
y de la quinta que baña el rojo Tíber;
te irás, y un heredero poseerá
las riquezas que amontonaste.
Que seas rico y descendiente del venerable
Ínaco nada importa, o que vivas
a la intemperie, pobre y de ínfimo linaje:
serás víctima de Orco inmisericorde.
Una ley común nos empuja a todos
hacia el mismo término
agitado por la mano de la suerte
en la aterradora urna
al nombre de cada una de nosotros
saldrá de ella tarde o temprano
y la barca fatal nos llevara al eterno destierro.
***
Carminum I, 35 (A la Fortuna)
Oh diosa, tú que riges la grata Ancio
y eres capaz, con tu presencia, de elevar
a un mortal del peldaño más bajo
o trocar en exequias las soberbias victorias.
A ti acude, con solícito ruego,
el pobre labrador; a ti, del mar señora,
acude todo aquel que en nave Bitinia
surca las ondas del mar Carpático.
Te teme a ti el áspero Dacio y los Escitas nómadas
las ciudades te temen, y las razas, y el fiero Lacio,
y las madres de los reyes bárbaros,
y los tiranos revestidos de púrpura,
no sea que con pie injurioso
derribes la columna firme
o que una muchedumbre inmensa
llame a las armas, a las armas
al resto de los ciudadanos
y destruya su imperio.
La cruel Necesidad siempre te precede,
llevando en su indomable mano
gruesos clavos y cuñas;
no falta el garfio riguroso
ni el líquido plomo.
Te protege la Esperanza,
y la rara Lealtad,
cubierta con un velo blanco,
no rehúsa tu compañía
cuando tú, en ropa fúnebre,
abandonas las casas poderosas.
Pero el vulgo desleal y la ramera
perjura retroceden; secas
las ánforas, huyen los amigos
falaces para no compartir el yugo.
Consérvanos a César, que va a partir
contra los últimos del orbe,
los Britanos, y al enjambre reciente
de jóvenes que ha de infundir terror
a los pueblos de Oriente y al rojo Océano.
¡Ay, ay! Nos avergüenzan
las cicatrices y los crímenes fratricidas.
¡Siglo cruel! ¿Ante qué hemos retrocedido?
¿Qué ley divina hemos respetado?
¿Cuándo la juventud contuvo
la mano por temor a los dioses?
¿Qué altares respetó?
¡Ojalá temples sobre un yunque nuevo
nuestro mellado hierro
contra los Masagetas y los Árabes!
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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char
No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char
René Char
No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char
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