martes, 16 de agosto de 2016

Estoy especialmente abierta a la tristeza y la hilaridad

Grace Paley

(Estados Unidos, 1922-2007)

Es responsabilidad
Es responsabilidad de la sociedad dejar al poeta ser poeta
Es responsabilidad del poeta ser mujer
Es responsabilidad del poeta ponerse por las esquinas repartiendo
          poemas y octavillas hermosamente escritas
          también octavillas que casi no se pueden mirar
          por su retórica chirriante
Es responsabilidad del poeta ser perezoso en pasar la vida y profetizar
Es responsabilidad del poeta no pagar impuestos de guerra
Es responsabilidad del poeta entrar y salir de torres de marfil y
          apartamentos de dos piezas en la avenida C y
          en campos de alforfón y en campamentos del ejército
Es responsabilidad del poeta varón ser mujer
Es responsabilidad del poeta hembra ser mujer
Es responsabilidad del poeta decirle la verdad al poder
          como la dicen los cuáqueros
Es responsabilidad del poeta aprender la verdad de los débiles
Es responsabilidad del poeta decir muchas veces: no hay libertad
          sin justicia y esto quiere decir justicia amorosa y
          justicia económica
Es responsabilidad del poeta cantar esto en todos los modos
          originales y los tradicionales de cantar y recitar
          poemas
Es responsabilidad del poeta escuchar las charlas y transmitirlas
          a la manera de los narradores que decantan las
          historias de la vida
No hay libertad sin miedo y valentía. No hay libertad a menos que
          sigan tierra y aire y agua y los niños también sigan
Es responsabilidad del poeta ser mujer para echar un ojo a este
          mundo y gritar como Casandra, pero siendo
          escuchada esta vez.

Versión es de Isabel Lucio-Villegas y Luis Marigómez.
***
En el Día de la Madre

Salí y caminaba por el viejo barrio…
¡Mira! Hay más árboles en la manzana,
con “nomeolvides” en los alrededores;
hiedra lantana que brilla y
geranios en la ventana.

Hace veinte años
la gente creía que las raíces de los árboles
se meterían en la tubería del gas
pues se caerían, envenenados,
sobre las casas y los niños;
o saltarían a las cañerías de la ciudad,
hambreando por nitrógeno;
¡obstruirían el alcantarillado!

En esos días, durante las tardes,
yo flotaba en el trasbordador hacia Hoboken o Staten Island
pues empujaba a los bebés en sus carriolas
a lo largo de la pared del río, observando Manhattan.
¡Mira Manhattan!, grité, ¡Nueva York!
Donde no brilla, aun al atardecer,
pero la ciudad está parada en fuego,
carbón de leña hasta la cintura.

Pero durante esta tarde de domingo, este Día de la Madre,
caminé al oeste y llegué en Hudson Street;
banderas tricolores ondeaban sobre muebles en venta
hechos de madera de roble viejo;
armazones de la cama de latón,
y cacerolas y jarrones de cobre
–por libra de la India.

De repente, ante mis ojos,
veintidós travestis en un desfile alegre
metieron cojines bajo sus vestidos bonitos
y entraron en un restaurante
debajo de un letrero que se leyó:
Todas las madres embarazadas comen gratis.

Les observé colocando servilletas sobre sus vientres
y aceptando café y zabaglione.

Estoy especialmente abierta a la tristeza y la hilaridad
desde que mi padre murió,
como si fuera un niño,
hace una semana,
y en su año nonagésimo.

Versión de Alexander Best
***

Necesitaba hablar con mi hermana
hablar con ella por teléfono —Quiero decir
como hacía cada mañana
y en la noche también cada vez que los 
nietos decían algo que
apretaba el corazón de cada una de las dos

Llamé —su teléfono sonó cuatro veces
me creerás que se me cortó la respiración —luego
se oyó un horrendo ruido telefónico
una voz dijo— este número ya no
está en uso —qué maravilla
Pensé—. Puedo
volver a llamar no han asignado todavía
su número a otra persona a pesar de que
han pasado dos años de ausencia por muerte.

Versión de Bárbara Jacobs

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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char