JORGE AULICINO
(Buenos Aires, Argentina, 1949)
Las palabras muerte o angustia de las que provienen los versos
no concurren a ellos, no los hacen mejores. Y de ellos están tan lejos
como esa casa pintada por Dora Carrington
al pie de una montaña entre los árboles mágicos.
No por allí hay entrada.
Es sólo la llegada.
Luego, dirás blandiendo el adjetivo imprevisto, la asociación,
el nexo imaginativo, que las olas rompen junto a la prisión marina
desde la que el convicto tiene, al menos, la visión lunar.
***
No importa que ya no oiga el crujido de las naves
No importa que ya no oiga el crujido de las naves
en Bristol, una serenata nocturna, un eco de cierta eternidad:
he aprendido sobre balandras, asaltos a cielo abierto, golpes de mar
que nos quitan el alma, y a diferenciar el bergantín de la goleta.
¿Lo ves, capitán? Más cerca de las máquinas el hombre se hace lobo.
Enfoca el bauprés hacia el combate. La tripulación está contigo
porque en verdad no está con nadie.
Pronto llegará la revolución del pistón.
Nuestros cielos de oro serán piezas de museo.
Y la aventura llamará de nuevo. Nos buscarán en el fondo del mar,
y el hueso de tu hombro señalará campos de marsopas, a lo más.
De Corredores en el parque, Barnacle, Buenos Aires, 2016.
Imagen: Tomada de
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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char
No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char
René Char
No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char
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