Selección
(Cortesía de Matías Rivas)
Miércoles 28 de noviembre de 1928
En cuanto a mi próximo libro, no quiero escribir sino hasta sentirlo inminente en mí: bien crecido en mi mente como una pera madura; colgando, pesada, pidiendo ser cortada antes de que caiga. Las polillas todavía me persigue, viniendo, como suele suceder, sin invitación, entre el té y la cena, mientras L. pone el gramófono. Yo borroneo una o dos páginas; y me obligo a parar. Efectivamente estoy teniendo algunos problemas. Para empezar, la fama. Con Orlando me fue muy bien. Ahora podría seguir escribiendo así. La gente dijo que era espontánea, tan natural. Y yo querría mantener esas cualidades si pudiera no perder las otras. Pero esas cualidades fueron en gran medida el resultado de ignorar las otras. Vinieron de escribir exteriormente; y si excavo, ¿no debería perderlas? ¿Y cuál es mi propia posición en cuanto a lo de adentro y lo de afuera? Pienso que una especie de tranquilidad y prisa están bien; -sí: pienso que incluso la exterioridad está bien; alguna combinación con ellas debería ser posible. Tengo la idea de que lo que quiero ahora es saturar cada átomo. Es decir, eliminar todo desperdicio, todo lo muerto y superfluo: darle todo el espacio al momento: incluya lo que incluya. Digamos que el momento es una combinación de pensamiento; sensación; la voz del mar. Desperdicio, muerte, vienen de la inclusión de cosas que no pertenecen al momento; el horroroso negocio narrativo del realista: seguir desde el almuerzo hasta la cena: esto es falso, irreal, meramente convencional. ¿Por qué introducir algo en la literatura que no sea poesía – a lo que me refiero cuando hablo de lo saturar? ¿No es ése mi rencor contra los novelistas, que no seleccionan nada? Los poetas tienen éxito porque simplifican: casi todo es dejado afuera. Yo quiero poner prácticamente todo adentro: y saturar. Eso es lo que quiero hacer con Las polillas. Debo incluir el sinsentido, los hechos, la sordidez: pero vueltos transparentes. Creo que debo leer a Ibsen y a Shakespeare y a Racine. Y voy a escribir algo acerca de ellos; ese es el mejor incentivo, siendo mi mente lo que es; así leo con furia y exactitud; de otro modo salteo y salteo; soy una lectora vaga. Aunque no: me sorprende y un poco me inquieta la implacable severidad de mi mente: que nunca pare de leer y de escribir; me hace escribir acerca de Geraldine Jewbury, acerca de Hardy, acerca de las mujeres –es demasiado profesional, ya poco y nada le queda de soñadora amateur.
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Viernes 4 de enero de 1929
¿Es la vida muy sólida o muy cambiante ahora? Estoy perseguida por las dos contradicciones. Esto ha sido así desde siempre; va a durar para siempre; va hacia el fondo del mundo – este momento en que estoy parada. También es transitorio, evanescente, diáfano. Voy a cambiar como una nube sobre olas. Quizá ocurra que aunque cambiemos, uno después de otro, tan rápido, tan rápido, seamos sin embargo sucesivos y continuos de algún modo, nosotros los humanos, y mostremos la luz a través nuestro. Pero, ¿qué es la luz? Estoy impresionada por la transitoriedad de la vida humana hasta tal punto que suelo encontrarme despidiéndome –después de cenar con Roger por ejemplo; o considerando cuántas veces más veré a Nessa.
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Lunes 17 de marzo de 1930
La prueba de un libro (para un escritor) es que pueda hacer un espacio en el cual, de modo más o menos natural, puedas decir lo que querés decir. Como esta mañana pude decir lo que Rhoda dijo. Esto prueba que el libro en sí mismo está vivo: porque no ha chocado contra eso que yo quería decir sino que me dejó deslizarlo sin ninguna compresión o alteración.
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Sábado 17 de marzo de 1931
En los pocos minutos que quedan, debo dejar anotado acá, alabado sea el cielo, que llegué al final de Las olas. Escribí las palabras O Muerte hace quince minutos, habiéndome tambaleado durante las últimas diez páginas, con algunos momentos de tanta intensidad y embriaguez que parecía tropezarme de sólo seguir mi propia voz o, al menos, alguna suerte de hablante (como cuando estaba loca), lo que me asustaba un poco, recordando las voces que solían volar delante mío. De todas maneras, ya está hecho; y estuve sentada acá estos quince minutos en un estado de gloria, y calma, y con algunas lágrimas, pensando en Thoby y en si puedo escribir Julian Thoby Stephen 1881-1906 en la primera página. Supongo que no. ¡Cuán física es la sensación de triunfo y alivio! Buena o mala, está escrita; y, como efectivamente sentí al final, no está meramente terminada sino pulida en las puntas, completada, la cosa planteada –sé cuán rápida, cuán fragmentariamente; pero me refiero a que pesqué esa aleta del agua cenagosa que vi aparecer sobre los pantanos afuera de mi ventana en Rodmell cuando estaba llegando al final de Al faro.
Lo que me interesa de la última etapa es la libertad y la audacia con la que mi imaginación tomó, usó y dio vuelta todas las imágenes y símbolos que yo había preparado. Estoy segura de que ésta es la mejor manera de usarlos –no partes conformadas, como intenté al principio, sino sólo como imágenes, nunca queriendo hacerlas funcionar; sólo sugerir. Así espero haber mantenido el ruido del mar y de los pájaros, el amanecer y el jardín subconscientemente presentes, haciendo su trabajo subterráneo.
Versión de Tom Maver
de A writer’s diary, edited by Leonard Woolf, Triad Panther, 1979.
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¡Qué vergüenza! ¡Qué vergüenza! Desde el 27 de abril hasta hoy, no he anotado una sola palabra. Y ahora escribo únicamente para tener una excusa y no copiar un par de páginas de El cuarto de Jacob. A la vuelta de Rodmell, la depresión siempre se agudiza. Quizá la fiebre persistente sea la causa de mis altibajos. Pero los diez días en Rodmell se me han pasado sin sentir. Allí se vive para el espíritu. Me deslizo con naturalidad de la escritura a la lectura, y, entre ambas, paseo, paseo a través de las altas hierbas de las praderas o las colinas. Y así, desde luego, se produce, a la vuelta de Rodmell, un vacío; y la razón del vacío se olvida, como se olvida lo que contiene el vacío.
De
A moment’s liberty. The shorter diaryTraducción: Justo Navarro
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Lunes, 18 de noviembre de 1935.
Se me ha ocurrido que he llegado al más avanzado estadio de mi carrera de escritora. Veo que hay ¿cuatro? dimensiones: todas deben aparecer, en la vida humana (...) Es muy excitante avanzar así, a tientas. Nuevas combinaciones de la psicología y del cuerpo; parecido a pintar.
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