martes, 11 de octubre de 2016

Tierra, futura tierra que ahora yace plácida

AMALIA MERCEDES ABARIA
(Buenos Aires, Argentina, s/d)

Dedicado al Aguaribay
 
Con tu caudal de copa espesa,
con tus bordes de delicadas plumas pendulares,
con tu enorme curva de copa que cae,
llegas al perfecto mundo de la espera.

Como un manto de pequeñas cascadas, las breves hojas,
penden su silencio de árbol cóncavo,
como la sombra,
la sombra que abajo se derrama
y nutre la fina alfombra del suelo seco.

Si el pájaro busca su refugio
o cuando la lluvia late su honda transparencia
en las pequeñas ramas,
apenas la inmóvil forma se desplaza,
desgajándose apenas.

Sólo el viento hamaca definitivamente
su multitud infinita
y parece, entonces,
un muelle solo y perdido.
**
NECESIDAD DEL SILENCIO

La mansedumbre de ayer,
mira en la intemperie
un espacio ajeno
que también fue mío
(y no te escucho).

No son susurros
ni restos de un  orden  humano
llegando o caminando
o dando voces,
no,
son agujas, hienas
chillidos girando sin paciencia
motores
despertando a mordeduras.

Las sirenas, son aullidos,
penas?

Avanzan
con su cuchillo  negro
y no hay sobrevivientes.

Como agujas, sí,
en esta atmósfera triste
de papel quemado
y estos ganchos,
estos ganchos
sobre la serenidad,
(y no te escucho).

Así fue temprano
en la mañana
y se aproximan ahora
nuevos arpones:
llegarán a tiempo
de cerrar todas las capas,
los oídos, las cerraduras
los niveles todos,
casi, de la serenidad.
***
SOLO, SUS HUESOS

Sin sucesos, ahora, y nada
tiende su superficie desplazada
hacia abajo, irregular apoyo
de sus manos, piernas, todo
lo que antes fue
ahora, tristemente apoyado.

Y con esa expresión inexistente
de amapola triste,
de visaje ausente
siente que el cielo es para él.
Es su descanso.
Casi en la tierra, a la deriva,
las viejas clavículas duermen
porosamente frías.
Todo el andamiaje del antiguo pecho
en latitud horizontal
plana, desolada.

Cada partícula fue sueño,
luz, arrojo.
Luego, la transformación, sequía.
Quién vería estas sustancias,
firmes estacas, extendidas
en un letargo óseo y blanco.

Si en su dolor apareciese algo
un gesto, un movimiento
o toda su gran pena
sepultada,
 pero el silencio avanza
y no hay forma de leer el epitafio.
***
ALREDEDORES

También amo el entorno cercano a la tumba de mi padre,
la avenida, las casas sencillas
los árboles que cercan la muralla donde se esconde
el tibio cielo donde vives.

Siento que caminamos cómodos por aquí
¿no somos muerte, también?

Tierra, futura tierra que ahora yace plácida,
amorosamente cansada,
sin embates, sin un dolor que sí hay afuera,
un dolor caído y vencido
como el de las rosas que acompañan tu morada.

Pero amo este pequeño banco de cemento,
la piedra gris que cubre el inmóvil corazón
el anónimo pájaro que canta en una noche lejana.

Y no hay más que ésto,
aquí, cansados.

Imagen: Copa de aguaribay, Argentina. Tomada de internet

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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char