domingo, 19 de marzo de 2017

Aquello que debe permanecer está siempre lejos

ELFRIEDE JELINEK
(Mürzzuschlag, Estiria, Austria, 1946)


Las amantes
(Fragmento)

"Así, en el transcurso de los años, se creó un círculo natural: nacer y empezar y casarse y salir y tener a la hija, la ama de casa o vendedora, generalmente ama de casa, la hija empieza, madre estira las patas, hija se casa, sale, se lanza del estribo, ella da a luz a la siguiente hija, la tienda de subsistencias populares es el centro del círculo natural de la naturaleza, en sus frutas y verduras se reflejan las estaciones del año, se refleja la vida humana en sus múltiples formas de expresión, en su único escaparate se reflejan las caras atentas de las vendedoras reunidas aquí para esperar el matrimonio y la vida. Pero el matrimonio siempre llega solo, sin la vida. Terrible, esta agonía lenta. Los hombres y las mujeres agonizan juntos, el hombre siquiera tiene un poco de diversión, vigila a su esposa como mastín desde fuera, la vigila en su agonía. La mujer vigila desde dentro al hombre, a las turistas en verano, a su hija y el dinero para el gasto, no dedicado a la borrachera. Y el hombre vigila desde fuera a su esposa, a los turistas, a la hija y el dinero para el gasto para apartar algo para emborracharse. Y así agonizan mutuamente. La hija ya no puede esperar poder agonizar también, y los padres hacen sus compras para la muerte de la hija: sábanas y toallas y trapos y un refrigerador usado, se conservará muerta pero fresca."

Tomado de elpoderdelapabra
***
AL MARGEN, discurso que leyó ELFRIEDE JELINEK cuando recibió el Premio Nobel.
¿Es escribir la facultad de plegarse a la realidad, de acomodarse a ella? Nos encantaría acomodarnos, pero ¿qué me sucede entonces? ¿Qué les sucede a aquellos que no conocen realmente la realidad? Está tan enredada. No hay peine que pueda alisarla. Los poetas la atraviesan y recogen desesperádamente sus cabellos en un peinado que rápidamente por la noche les espanta. Algo no funciona en la apariencia. La cabellera, bien recogida, aún puede ser expulsada de su casa de los sueños, pero ya no se deja domar. O bien de nuevo se derrumba y se aferra como un velo delante de la cara y a penas puede ser manejada. O bien se pone de punta sobre la cabeza, aterrada por lo que sucede sin cesar. Simplemente no se deja peinar. No quiere. Aunque pasemos tantas veces como queramos el peine con algunos dientes arrancados, simplemente no quiere. Ahora es aún peor. Lo escrito, cuando habla de lo que pasa, se escabulle entre los dedos, como el tiempo, y no solamente el tiempo durante el que se ha escrito, durante el que no se ha vivido. Nadie pierde nada cuando no ha vivido. Ni el vivo, ni el tiempo muerto, y el muerto menos. El tiempo, cuando aún se escribía, penetró en las obras de los otros poetas. Como es el tiempo, lo puede todo a la vez: penetrar en su propio trabajo y en el de los otros, en los peinados enredados de los otros, pasa como un viento fresco, incluso si es malo, que se ha elevado, repentino e inesperado, desde la realidad. Cuando se ha elevado una vez, puede no calmarse tan rápidamente. El viento de rabia sopla y lo arrastra todo con él. Lo arrastra todo, poco importa dónde, pero nunca vuelve a esta realidad que debe ser representada. Por todas partes salvo ahí. La realidad es lo que va bajo los cabellos, bajo las faldas y precisamente: arrastra hacia cualquier otra cosa. Cómo puede el poeta conocer la realidad si es ella la que pasa en él y lo arrastra siempre hacia el margen. Desde allí, por una parte ve mejor, por otra él mismo no puede permanecer sobre el camino de la realidad. Allí no hay sitio para él. Su sitio está siempre en el exterior. Sólo lo que dice desde el exterior puede ser recibido y eso porque dice ambigüedades. Y allí surgen dos posibilidades adecuadas, dos verdades que recuerdan que nada sucede, dos que interpretan en direcciones diferentes, lo reducen hasta su fundamento inestable, que falta desde hace tiempo como los dientes arrancados al peine. Una de las dos. Verdadero o falso. Tenía que acabar por llegar, puesto que el suelo como terreno para construir era cuando menos muy inadecuado. ¿Cómo construir sobre un agujero sin fondo? Pero lo inadecuado, que entra en su campo visual, les basta a los poetas para producir algo que podrían igualmente abandonar. Podrían abandonar y también abandonan. No lo matan. Sólo lo miran con ojos confusos, pero no se vuelve arbitrario por esa mirada poco clara. La mirada toca con precisión. Lo que es tocado por la mirada dice aún al derrumbarse, aunque apenas haya sido mirado, aunque aún no haya sido expuesto a la vista afilada del público, lo que es tocado no dice jamás que también podría haber sido otra cosa, antes de ser víctima de esta descripción. Significa precisamente lo que permanecería mejor no-dicho (¿Porque habríamos podido decirlo mejor?), lo que debería permanecer siempre turbio y sin razón. Demasiados se han deslizado hasta el vientre dentro. Son arenas movedizas, pero no mueven nada. Sin fondo, pero no sin fundamento. Arbitrario, pero nunca amado.
Lo exterior sirve a la vida que no se haya precisamente ahí, sino no estaríamos todos en pleno centro, en lo pleno, en la vida humana plena, y sirve a la observación de la vida que se encuentra siempre en otra parte. Allí dónde no estamos. Por qué insultar a alguien porque no encuentre el camino del viaje, de la vida, del viaje de la vida, si ha sido deportado -y deportado no es deportar con otro, ni llevar, sino simplemente desplazado por azar como el polvo de los zapatos perseguido inexorablemente por la limpiadora, siquiera un poco menos inexorablemente que el extranjero por los autóctonos. ¿Qué significa como polvo? ¿Es radioactiva o simplemente activa por si misma? Sólo lo pregunto porque deja ese extraño rastro luminoso sobre el camino. ¿Es el camino lo que corre al lado y no se reúne jamás con el escritor, o es el escritor el que corre al lado, al margen? No es diferente, pero está aislado. Desde ahí ve a los que son diferentes a él, pero entre ellos también, en su diversidad, para representarlos en su simplicidad, para darles forma, porque la forma es lo más importante, desde allá lejos se ve mejor. Pero se le guarda rencor, entonces ¿son rastros de tiza y no partículas de materia luminosa lo que marca el camino de la escritura? En todos los casos es una marca que muestra y al mismo tiempo vela y ella misma borra cuidadosamente el rastro que ha dejado. No estamos en absoluto presentes. Pero a pesar de todo sabemos lo que ha pasado. Ha sido dicho desde lo alto de la pantalla, por caras deformadas de dolor, embadurnadas de sangre, sonrientes bocas maquilladas, hinchadas por el maquillaje u otras bocas que han respondido correctamente a una pregunta del Quiz, o gente nacida boca, mujeres que no pueden nada y que no tienen nada que añadir, que se han levantado y se han quitado el vestido, para mostrar a la cámara su pecho frescamente endurecido, que ha pertenecido a los hombres. Cantidad de gargantas exhalan cantos como un mal aliento, pero aún más fuerte. Es lo que podría ser visto en el camino, si estuviéramos aún en él. Seguimos nuestro camino fuera del camino. Podemos verlo lejos, ahí donde permanecemos solos y satisfechos porque el camino se quiere ver pero no coger. ¿Ha hecho un ruido el sendero? ¿No quiere mediante ruidos, no sólo luces, llamar la atención de la gente que grita, de las luces chillonas? ¿El camino que no podemos coger tiene miedo de no ser tomado, él que sin embargo han tomado tantos pecados sin cesar, torturas, crímenes, robos, duras coacciones, forzada dureza, para la creación de los memorables destinos mundiales? Al camino le importa poco. Lo lleva todo, con firmeza, incluso si es infundado. Sin fundamentos. Sobre el suelo perdido. Mis cabellos se levantan sobre mi cabeza, como decía, y ninguna permanente podría forzarles a bajar. Tampoco hay permanencia en mí. Ni sobre mí ni dentro de mí. Si se está al margen, debemos estar siempre preparados para saltar más y más, en la Nada que se encuentra al lado del margen. Y el margen inmediatamente ha traído su trampa de margen lista en todo momento, la grieta, para atraer a alguien aún más lejos. Atraer es tirar al interior. Por favor, ahora no querría perder de vista el camino sobre el que no estoy. Querría describirlo, por lo menos, bien y sobre todo correcta y precisamente. Si lo describo ya tiene que servir para algo. Pero este camino no me ahorra nada. ¿Qué es lo que me queda pues? Incluso en camino está bloqueado para mí, no puedo apenas desplazarme. Estoy lejos y al mismo tiempo no salgo. Y ahí querría por seguridad estar protegida de mi propia incertidumbre pero también de la incertidumbre del suelo sobre el que me encuentro. Mi lengua, por seguridad, no sólo para protegerme, corre a mi lado, y controla que lo haga correctamente, que lo haga correctamente falso, describir la realidad, porque debe ser descrita siempre falsamente, no puede ser de otra forma, tan falsamente que cada uno que la lea u oiga vea inmediatamente su falsedad. ¡Miente! Esta perra lengua que debe protegerme, es para eso que la tengo, me agarra ahora. Mi protección quiere morderme. Mi única protección contra el hecho de ser descrita, la lengua que a la inversa está ahí para describir algo, que no soy yo – es por eso que relleno tanto papel, mi única protección se vuelve contra mí. Puede ser que sólo la tenga para que, bajo pretexto de protegerme, se lance sobre mí. Porque busqué la protección en la escritura, este ser en camino, la lengua que en el movimiento, la palabra, me parecía ser un abrigo seguro, se vuelve contra mí. Ningún milagro. Sin embargo, Inmediatamente desconfié. ¿Qué es ese camuflaje que está ahí, para que no nos volvamos invisibles sino siempre más legibles?
La lengua llega a veces por error al camino, pero no va por fuera del camino. No es un proceso arbitrario, la palabra de una lengua, involuntariamente arbitraria, lo queramos o no. La lengua sabe lo que quiere. Lo que es bueno para ella, en efecto, no lo sé, no sé los nombres. La verborrea, el discurso discurre ahora siempre más, porque es siempre un mar de discurso, sin principio ni fin, pero no es un habla. Discurre del otro lado, allí donde siempre están los otros porque no quieren estar, están muy ocupados. Allí, del otro lado. Yo no. Ella, la lengua que se aleja a veces de mi, hacia la gente, no la otra gente, sino los reales, los verdaderos, alejada allá lejos en el camino bien balizado (¿quién puede perderse aquí aún?), les sigue como una cámara en todos sus movimientos para que al menos ella, la lengua, aprenda cómo es la vida, porque en este momento preciso, no es la vida, lo que es, y además hace falta describir lo que ella no es. Discurramos sobre el hecho que debíamos ir una vez más al examen profiláctico. Pero de un solo golpe, hablamos de pronto, en rigor, como alguien que tiene la elección de no hablar más. Suceda lo que suceda, sólo la lengua habla de mi, yo misma me ausento. La lengua va. Yo permanezco, pero lejos. No en el camino. Estoy seccionada de mi lengua.
No, está aún ahí. ¿Ha estado ahí todo el tiempo?, ¿ha reflexionado sobre qué podría reflexionar? Ahora me ha visto y me llama de repente al orden, esta lengua. Se ha arriesgado a esa arrogancia de maestro contra mí, me levanta la mano, no me quiere. Habría querido gente amable sobre el camino, al lado de las cuales correr como el perro que es, simulando obediencia. En realidad, es desobediente, no solamente conmigo, sino también con todos los demás. Ella es para sí misma. Grita en la noche, porque han olvidado colocar al borde del camino luces, no tienen sol para alimentarlas y no necesitan de ninguna corriente, o darle un nombre de sendero adecuado al sendero. Por ello, hay tantos nombres que no llegaríamos a seguir las denominaciones, si lo intentáramos. Grito en mi soledad, andando con pasos pesados sobre las tumbas de los muertos, porque como corro al lado, no puedo a la vez prestar atención a lo que piso, lo que aplasto, sólo quiero llegar donde mi lengua ya está y, burlona, se ríe de mi. Sabe que si intentara vivir por una vez, me lo haría pagar inmediatamente. Me lo haría pagar por adelantado, pero algo rebajado. Bien. Si esparzo aún sal sobre el camino de los otros, la echo del otro lado para que el hielo se funda, la sal que esparzo, para que haya un fundamento más seguro para la lengua. Aunque hace tiempo que no tiene fundamento. Una insolencia insondable por ella misma. Si no me encuentro sobre un fundamento seguro mi lengua tampoco debe estarlo. ¡Hace bien! ¿Por qué no se ha quedado cerca de mí, al margen, por qué se ha separado de mí? ¿Quería ver más que yo? En el gran camino, allí, del otro lado, donde hay más gente, antes que nada más agradables, que charlan entre ellos amablemente. ¿Quería saber más que yo? Ya sabía más que yo pero siempre hace falta más. Se suicidará devorándose a sí misma, mi lengua. Se zampará la realidad. ¡Hace bien! La he escupido, pero ella no escupe nada, de todas maneras no engorda. Mi lengua me llama al margen, llama gustosa al margen, allí no tiene que apuntar bien, no lo necesita, porque de todas formas alcanza su objetivo no diciendo cualquier cosa, sino hablando con el “rigor del Dejar-ser”, como dice Heidegger de Trakl. Me llama, la lengua, todo el mundo lo hace hoy, porque todo el mundo tiene su lengua con él en un pequeño aparato, para poder hablar -¿Por qué pues lo habría aprendido?- me llama allí, en la trampa en la que estoy y grita y patalea, no, no es cierto, no es mi lengua la que me llama, ella, lejos de mí, he sido decapitada de mi lengua, entonces tiene que llamar, me grita en la oreja, poco importa el aparato, ordenador, móvil, cabina telefónica, me aúlla en la oreja que no tiene sentido expresar algo, ella misma lo hace, yo sólo tengo que repetir lo que ella me susurra; porque tendría aún menos sentido vaciar el bolso cerca de un ser querido que se derrumba y del que nos podemos fiar porque está derrumbado y no puede levantarse inmediatamente y no puede seguirme para charlar un poco. No tiene sentido. Las palabras de mi lengua, allá lejos, sobre el camino agradable (sé que es más agradable que el mío que no es realmente un camino, pero no puedo verlo de manera distinta, sin embargo sé que estaría bien también allí), las palabras de mi lengua, separándose de mí, de pronto se han convertido en expresiones. No, no explicaciones para alguien. Expresiones. Se escucha a sí misma expresándose, mi lengua, se corrige a si misma porque la expresión puede siempre ser mejorada; sí, siempre puede ser mejorada, está ahí para ser mejorada y encontrar nuevas reglas de lenguaje, pero sólo para mofarse de las reglas. Entonces se devienen la nueva vía hacia una disolución, por supuesto pienso solución. Una vía sin salida. Por favor, querida lengua ¿no quieres escuchar antes al menos una vez? Para que aprendas algo, para que aprendas al fin las reglas de expresión… ¿Qué gritas tú allá lejos, que farfullas? ¿Haces eso para volver cerca de mí? ¡Pensaba que no querías volver cerca de mí! No has dado ninguna señal de tu intención de volver a mí, aunque eso habría sido absurdo, no habría comprendido el signo. ¿Te habrías convertido en lengua sólo para escapar de mí y tranquilizarme sobre mis progresos? No es seguro. Sobre todo de ti, tal como te conozco. No te reconozco en absoluto. ¿Quieres realmente volver a mí? Ya no te quiero coger. ¿Qué dices ahora? El camino está lejos. Lejos no es un camino. Entonces, si mi soledad, si mi falta permanente, mi descarte permanente vinieran personalmente para traer la lengua para que, bien instalada conmigo, al fin en casa, llegue a un bonito sonido, que podría emitir, me rechazaría aún más, siempre más al margen con ese sonido, ese aullido penetrante, estridente, de una sirena en la que penetra el aire. Por la reacción de esta lengua que he producido yo misma y que huye de mi (¿o la he producido yo para eso, para que huya inmediatamente ante de mí porque yo misma no he logrado huir a tiempo?), sería arrojada cada vez más lejos a ese espacio al margen. Mi lengua se revuelca con placer en su poza, la pequeña tumba provisional sobre el camino, y mira a lo alto hacia la tumba de aire, se revuelca sobre la espalda, un animal confiado que quiere gustar a la gente como toda lengua conveniente, se revuelca y abre las piernas, probablemente para dejarse acariciar, sino para qué. Está drogada de caricias. Eso le impide mirar los muertos de los que yo debo ocuparme, eso siempre me incumbe a mí. Es por eso que no he tenido tiempo de dominar mi lengua que se revuelca ahora descaradamente en manos del que la acaricia. Hay simplemente demasiados muertos que debo mirar para ocuparme de ellos, es el termino técnico austriaco para eso, bien tratar, somos conocidos por bien tratar a todo el mundo. El mundo se ocupa ya de nosotros no hay que preocuparse. No nos preocupamos. Pero cuanto más fuerte resuena esa invitación a mirarlos, a los muertos, menos puedo controlar mis palabras. Debo mirar a los muertos, mientras que los paseantes acarician y ensortijan la querida buena lengua, lo que no vuelve a las palabras más vivas. Nadie es culpable. Yo también, desgreñada como lo estamos yo y mis cabellos, no soy culpable de que los muertos sigan muertos. Quiero que al fin la lengua deje de hacerse esclava de manos extranjeras, aunque le hagan bien, quiero que empiece a no plantear ninguna exigencia sino que sea ella misma una exigencia al fin, que vuelva a mí, no por caricias, sino por exigencia porque la lengua debe siempre detenerse, ella no lo sabe y no me escucha. Debe detenerse, porque la gente que quiere aceptarla, en el lugar de un niño, es tan mona cuando se la quiere tanto, la gente no se para jamás, decretan, pero no se detienen, muchos han destruido su llamada al orden de la sociabilidad, la han desgarrado, han quemado la bandera. Cuanta más gente hay para aceptar la invitación de mi lengua para rascarle el vientre, algo para desgreñar, para aceptar afectuosamente su confianza, más sigo yo tropezando, he abandonado definitivamente mi lengua a aquellos que la tratan mejor, casi estoy volando, ¿dónde estaba ese camino que necesito para bajar rápidamente? ¿Cómo llego, por qué, dónde? ¿Cómo llego al lugar donde desembalo mi herramienta, pero en realidad puedo también embalarla? Allá lejos reluce algo claro bajo las ramas, ¿es el lugar o mi lengua les adula, les acuna con seguridad, sólo para ser acunada ella misma afectuosamente al fin una vez? ¿O todavía quiere morder? Siempre quiere morder solo que los otros no lo saben aún, pero yo la conozco bien, hace mucho tiempo que está conmigo. Antes nos hemos mimado y besuqueado, este animal aparentemente amaestrado que de todas formas todos tienen en casa ¿por qué deberían buscarse un animal extranjero en casa? ¿Por qué esta lengua debería ser otra que la que ya conocen? Y si fuera otra, sería peligroso acogerla en la propia casa. A lo mejor no se entiende con la que ya tienen. Cuanta más gente extranjera amable, que sabe vivir, y sin embargo no comprenden sus vidas porque siguen proyectos de caricias, porque siempre tienen que perseguir algo, menos mi mirada adivina el camino de vuelta a la lengua. Miles and more. ¿Quién podría adivinar, sino la mirada? ¿El habla quiere también asumir la mirada? ¿Hablaría antes de mirar? Se revuelca, ahí, tentada por manos, bramada por vientos, mimada por tempestades, ofendida por la escucha hasta que ya no oye nada. ¡Entonces que todo el mundo escuche! El que no quiera oír debe hablar sin ser oído. Casi todos no son oídos cuando hablan. Yo soy oída, aunque mi lengua no me pertenece, aunque apenas pueda verla. Se dicen muchas cosas de ella. Así no tiene mucho que decir de si misma, muy bien. La escuchamos repetirse lentamente mientras que en alguna parte es presionado un botón rojo que desencadena una terrible explosión. No nos queda más que decir: Padre nuestro que estas. No puede pensarme así, aunque yo, al fin, padre de mi lengua, entonces: soy madre. Soy el padre de mi lengua materna. La lengua materna estaba ahí desde el principio, estaba en mi, pero no había padre a quien hubiera pertenecido. Mi lengua era a menudo inconveniente, me lo hicieron entender bien, pero yo no quería entenderlo. Culpa mía. El padre ha abandonado esta pequeña familia con la lengua materna. Tenía razón. En su lugar yo tampoco me habría quedado. La lengua materna ha seguido al padre, ahora está lejos. Está, como decía antes, del otro lado. Escucha a la gente por el camino. Por el camino del padre que se ha ido demasiado pronto. Ahora sabe algo que tú no sabes que ha sabido. Pero cuanto más sabe, más insignificante se vuelve. No deja de decir cosas, pero es insignificante. La soledad toma vacaciones. No es utilizada. Nadie ve que yo aún estoy ahí, en la soledad. No se me presta atención. Me estiman, puede ser, pero no me prestan atención. ¿Cómo consigo que todas estas palabras digan algo de mí que pudiera decirnos algo? No mientras hablo. No puedo hablar en absoluto, mi lengua, desgraciadamente, no está en casa. Allí, del otro lado, ella dice algo de otro que no le he confiado, pero desde el principio ha olvidado lo que le había pedido. No me lo dice aunque me pertenece. Mi lengua no me dice nada, ¿cómo podría entonces decir algo a los otros? Sin embargo no es insignificante ¡reconózcanlo! Dice tanto más cuanto más lejos está de mí, sólo entonces osa decir algo que quiere decir, entonces osa no obedecerme, se opone a mi. Cuando miramos, cuanto más tiempo miramos, más nos alejamos del objeto. Cuando hablamos, lo asimos, pero no podemos retenerlo. Se desprende y quiere atrapar su propia designación, todas esas palabras que he hecho y que he perdido. Suficientes palabras cambiadas, el cambio es horriblemente malo, no es más que malo. Digo algo y es olvidado desde el principio. Ha sido aspirado, quería estar lejos de mi. Lo indecible es dicho todos los días, pero lo que yo digo, eso no debe ser dicho. Es injusto por parte de lo Dicho. Es muy injusto. Lo Dicho no quiere siquiera pertenecerme. Quiere ser hecho para que se pueda decir: dicho y hecho. Estaría contenta si negara pertenecerme, mi lengua, pero aún así debería pertenecerme. ¿Cómo puedo esperarla para que se ligue al menos un poco a mí? A los otros no la ata nada, así pues me ofrezco a ella. ¡Vuelve! ¡Vuelva por favor! Pero no. Del otro lado, en el camino, oye secretos que yo no debo saber y se los cuenta a otros, esos secretos que no quieren oír. Me gustaría, tendría derecho, me parece, si se quiere, pero ella no se para a hablarme, eso tampoco lo hace. Está en el vacío que se distingue precisamente por eso y difiere de mí porque hay muchos allí. El vacío es el camino. Estoy incluso al margen del vacío. He dejado el camino. Nunca he hecho otra cosa más que repetir. Se dicen muchas cosas de mí, pero casi todo es falso. Sólo he repetido, y afirmo que esa es mi habla. Como he dicho – ¡he dicho demasiado! No se han dicho tantas cosas desde hace tiempo. Ni siquiera llegamos a escuchar aunque haga falta escuchar para poder algo. A este respecto, que es en realidad el hecho de apartar los ojos de mí misma, no se puede decir nada de mí, porque no hay nada, no sale nada. Siempre miro la vida pasar, mi lengua me vuelve la espalda para poder tender su vientre a los otros que la miman descaradamente, a mí me vuelve la espalda, si es que vuelve algo. Demasiado a menudo no me hace ningún signo y tampoco dice nada. A veces no la veo en absoluto, allí, del otro lado, y ahora, ni siquiera puedo decir “como decía”, lo he dicho mucho, pero ahora no puedo decirlo, me faltan las palabras. A veces veo sus espaldas o las plantas de sus pies con los que no pueden andar correctamente, las palabras, pero más deprisa que yo, desde hace tiempo, y siempre más. ¿Qué hago aquí? ¿Es para esto que se ha tendido a una cierta distancia de mí, la querida lengua? Así será más rápida que yo, saltará y saldrá corriendo cuando venga de mi Margen para buscarla. No se por qué debería buscarla. ¿Para que ella no me busque a mí? ¿Puede ser que lo sepa, ella que me huye? ¿Quién no me sigue? Quien sigue ahora la palabra de los otros y que no se puede confundir conmigo. Son de otra manera porque son los otros. Sin otra razón que ser los otros. Eso le basta a mi palabra. Lo principal, no lo hago: hablar. Los otros, siempre los otros, para que yo no sea aquella a quien pertenece, la dulce lengua. Me gustaría también acariciarla, como los otros, allí, si solamente pudiera atraparla. Pero está allí, lejos, para que no pueda atraparla.
¿Cuándo se marchará dulcemente? ¿Cuándo se marchará un poco para que el silencio sea? Cuanto más lejos se va la lengua allá, del otro lado, más fuerte se la oye. Está en todas las bocas, sólo en mi boca no está. Estoy loca. No soy inconsciente, pero estoy loca. Estoy agotada de verificar mi lengua como un faro en el mar que debe aclarar y no está a la luz, que al girar revela siempre otra cosa de la oscuridad que está ahí, se ilumine o no, es un faro que no ayuda a nadie aunque deseemos tanto no morir en el agua. Cuanto más intento encenderlo, más se obstina ella, la lengua, en no encenderse. Ahora apago mecánicamente esta llama de habla , le doy a la llama de ahorro pero cuanto más intento ponerle un apagador al final de ese palo largo con el que se apagaban las velas de la iglesia en mi infancia, más intento apagar esta llama, más aire parece tener. Más fuerte grita, revolcándose entre miles de manos que le hacen el bien, que desgraciadamente yo no lo he hecho nunca, yo misma no se lo que me haría bien, entonces ahora grita para permanecer lejos de mi. Grita a los otros para que griten como ella, para que sea más fuerte. Grita que no debo acercarme a ella. Nadie debe pues acercarse al otro. Y lo que se dice no debe tampoco acercarse demasiado de lo que se quiere decir. No debemos estar demasiado ligados a nuestra propia lengua, es una Afrenta, es capaz tan fácilmente de repetir algo por ella misma, muy fuerte para que no oigamos lo que dice, le habrá sido dicho antes. Incluso me hace promesas, para que permanezca lejos de ella. Me promete todo si no me acerco a ella. Millones pueden acercársele, ¡No yo! ¡Pero es mía! ¿Qué les parece? No puedo decirles lo que me parece a mí. Esta lengua ha olvidado sus inicios, de otra forma no puedo explicármelo. Debutó modestamente conmigo. ¡Y cómo ha crecido! No la reconozco en absoluto. La conocía cuando era taaaaan pequeña. Cuando estaba tan calmada, cuando la lengua era aún mi niño. Ahora se ha hecho inmensa de golpe. Ya no es mi niño. El niño no ha crecido pero se ha hecho grande, no sabe que aún no es suficientemente grande, pero ya está despierto. Está tan despierto que se cubre a sí mismo con su grito, y también los otros que gritan más fuerte que la lengua. Entonces sube a alturas increíbles. Créanme, ¡no quieren oír nada parecido! No estoy orgullosa de este niño, créanme, ¡se lo ruego! Al principio quise que se quedara, tan silencioso como antes, cuando no hablaba. Ahora no quiero que lo barra todo como una tempestad, lleve a los otros a aullar aún más fuerte y levantar los brazos y arrojar objetos duros que mi lengua no puede alcanzar, porque ella nunca ha sido deportista, por mi culpa. No alcanza nada. Lanza, cierto, pero no puede alcanzar. Yo me quedo atrapada, si ella no está. Soy la prisionera de mi lengua que es mi guardiana de prisión. Cómico -¡No me vigila! ¿Tan segura está de mí? ¿Tan segura está de que no voy a huir?, ¿piensa que va a escapar? Pero llega alguien, ya muerto, y me habla aunque no lo pretendiera. Puede, ahora muchos muertos hablan con sus voces asfixiadas, ahora osan porque mi propia lengua ya no me vigila. Porque sabe que no es necesario. Aunque me huya no me pierde. Estoy a su disposición, pero la he perdido. Me quedo. Pero lo que queda no es el hecho de los poetas. Lo que queda está lejos. La grandeza se ha detenido. No ha llegado nada ni nadie. Y si, sin embargo, contra toda expectativa, algo que ni siquiera ha llegado, quisiera quedarse un momento, lo que sigue siendo lo más fugitivo, la lengua, desaparece. Ha respondido a una nueva oferta de empleo. Aquello que debe permanecer está siempre lejos. En cualquier caso no está aquí. Que es lo que nos queda.

Cortesía de Matías Rivas, vía facebook.

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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char