jueves, 30 de marzo de 2017

La mañana vino y se fue; y volvió, y no trajo día alguno

Lord Byron
(Inglaterra, 1788-Grecia, 1824)

Oscuridad

Tuve un sueño, que no fue del todo un sueño.
El brillante sol se había extinguido, y las estrellas
vagaban oscuramente por el eterno espacio,
sin luz y sin camino fijo, y la helada Tierra
oscilaba ciega y ennegreciéndose en el aire sin luna.
La mañana vino y se fue; y volvió, y no trajo día alguno,
y los hombres olvidaron sus pasiones en el miedo
de esta, su desolación; y todos sus corazones
enfriáronse en una egoísta plegaria por luz;
y vivieron junto a las hogueras; y los tronos,
los palacios de los reyes coronados, las cabañas
y las habitaciones de todos los seres que moraban
fueron quemadas como señales; las ciudades fueron consumidas,
y reuniéronse los hombres alrededor de sus ardientes hogares
para mirarse una vez más a los rostros;
felices eran aquellos que vivían en el ojo
de los volcanes y sus encumbradas antorchas;
una temerosa esperanza era todo lo que había en el mundo;
los bosques fueron puestos en llamas, pero hora tras hora
caían y se reducían, y los crepitantes troncos
se extinguían con un estrépito, y todo era negro.
Las frentes de los hombres junto a la luz desesperada
mostraban un aspecto espectral cuando, fugazmente,
destellos caían sobre ellas; algunos se echaban al suelo
y se tapaban los ojos y lloraban; algunos apoyaban
sus mentones sobre sus puños cerrados y sonreían;
y otros se apresuraban de aquí para allí, alimentaban
sus piras funerarias con más combustible, y elevaban la vista
con loco desasosiego hacia el apagado cielo,
el velo mortuorio de un mundo pasado, y entonces de nuevo,
profiriendo blasfemias, se arrojaban sobre el polvo
y hacían rechinar sus dientes y aullaban.
Las aves chillaban y, aterradas, se agitaban en el suelo,
sacudiendo sus inútiles alas; las bestias más salvajes
se acercaban dóciles y trémulas; y las serpientes se arrastraban
y se enroscaban entre la multitud, siseando,
pero sin poder morder; y dábaseles a todos muerte para devorarlos.
Y la Guerra, que por un momento había dejado de ser,
se nutrió nuevamente; un alimento se compraba
con sangre, y cada uno sentábase hoscamente aparte
para llenarse en las sombras; ya no quedó amor;
toda la Tierra era un solo pensamiento, y este era muerte,
inmediata y sin gloria; y la agonía del hambre
se cebó en todas las entrañas; los hombres murieron,
y sus huesos quedaron insepultos al igual que su carne;
los moribundos por los moribundos fueron devorados,
y hasta los perros atacaron a sus amos, todos excepto uno,
que fue leal al cadáver del suyo y mantuvo
a las aves y las bestias y los hombres frenéticos alejados,
hasta que el hambre los derribaba o los muertos que caían
tentaban a sus consumidas mandíbulas; no salió en busca de comida,
sino que con una piadosa mirada, un perpetuo gemido,
y un rápido aullido desolado, lamiendo la mano
que no respondía ya con una caricia, murió.
La población del mundo sucumbió por el hambre gradualmente;
pero dos habitantes de una enorme ciudad sobrevivieron,
y eran enemigos; se encontraron al lado
de los expirantes rescoldos de una iglesia en la cual
había sido amontonada una gran cantidad de objetos sagrados
para un uso profano; temblando, juntaron
y apretujaron con sus frías manos esqueléticas
las débiles cenizas, y sus débiles alientos
soplaron por una pequeña vida y obtuvieron una llama
que era una burla; entonces elevaron
sus ojos, mientras crecía la luminosidad, y contemplaron
el aspecto del otro: se vieron, y gritaron, y murieron,
de su mutua fealdad murieron,
sin saber quién era aquel sobre cuya frente
el hambre había escrito Demonio. El mundo estaba vacío;
lo populoso y lo poderoso era ahora una masa
sin estaciones, sin hierba, sin árboles, sin hombres, sin vida,
una masa de muerte, un caos de dura arcilla.
Los ríos, lagos y océanos quedaron inmóviles,
y ya nada se agitó en sus silenciosas profundidades;
naves sin marinos permanecieron pudriéndose en el mar,
y sus mástiles cayeron a pedazos, y al caer
sumiéronse en el abismo sin causar agitación alguna:
las olas estaban muertas; las mareas estaban en su tumba;
la luna, su señora, había expirado antes;
marchitáronse los vientos en el aire inmóvil,
y las nubes perecieron; la Oscuridad ya no necesitaba
más de su ayuda... Ella era el Universo. 

Traducción de E. Ehrendost

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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char