WALT WHITMAN
(West Hills, condado de Suffolk, Nueva York, EE.UU., 1819-Camden, Nueva Jersey, id., 1892)
De Archivo
Una hoja de hierba
Creo que una hoja de hierba, no es menos
que el día de trabajo de las estrellas,
y que una hormiga es perfecta,
y un grano de arena,
y el huevo del régulo,
son igualmente perfectos,
y que la rana es una obra maestra,
digna de los señalados,
y que la zarzamora podría adornar,
los salones del paraíso,
y que la articulación más pequeña de mi mano,
avergüenza a las máquinas,
y que la vaca que pasta, con su cabeza gacha,
supera todas las estatuas,
y que un ratón es milagro suficiente,
como para hacer dudar,
a seis trillones de infieles.
Descubro que en mí,
se incorporaron, el gneiss y el carbón,
el musgo de largos filamentos, frutas, granos y raíces.
Que estoy estucado totalmente
con los cuadrúpedos y los pájaros,
que hubo motivos para lo que he dejado allá lejos
y que puedo hacerlo volver atrás,
y hacia mí, cuando quiera.
Es vano acelerar la vergüenza,
es vano que las plutónicas rocas,
me envíen su calor al acercarme,
es vano que el mastodonte se retrase,
y se oculte detrás del polvo de sus huesos,
es vano que se alejen los objetos muchas leguas
y asuman formas multitudinales,
es vano que el océano esculpa calaveras
y se oculten en ellas los monstruos marinos,
es vano que el aguilucho
use de morada el cielo,
es vano que la serpiente se deslice
entre lianas y troncos,
es vano que el reno huya
refugiándose en lo recóndito del bosque,
es vano que las morsas se dirijan al norte
al Labrador.
Yo les sigo velozmente, yo asciendo hasta el nido
en la fisura del peñasco.
**
LO QUE SOY DESPUÉS DE TODO
¿Qué soy, después de todo, más que un
niño complacido con el sonido
de mi propio nombre? Lo repito una y otra
vez,
Me aparto para oírlo -y jamás me canso de
escucharlo.
También para ti tu nombre:
¿Pensaste que en tu nombre no había otra
cosa que más de dos o tres inflexiones?
***
¡OH CAPITÁN, MI CAPITÁN...!
¡Oh Capitán, mi Capitán!
Nuestro espantoso viaje ha terminado,
el navío ha salvado todos los escollos,
hemos ganado el anhelado premio,
Ya llegamos a puerto, ya oigo las campanas, ya el
pueblo entero acude gozoso y te aclama,
Los ojos siguen la firme quilla del navío resuelto y audaz,
Mas ¡oh corazón, mi corazón, mi corazón!
No ves las rojas gotas sangrantes que caen lentamente allí,
en el puente, donde mi capitán
yace extendido y muerto.
¡Oh capitán! ¡Mi capitán! Levántate para escuchar las campanas.
Levántate. Es por ti que izan las banderas. Es por ti que suenan los clarines.
Son para ti estos ramilletes y esas guirnaldas engalanadas.
Es por ti que en las playas hormiguean las multitudes,
es hacia ti que se alzan tus clamores, que se vuelven sus almas y rostros anhelantes.
¡Ven Capitán! ¡Querido padre!
¡Deja pasar mi brazo bajo tu cabeza!
Debe ser, sin duda, un sueño que yazgas sobre el puente.
Extendido, helado, muerto.
Mi capitán no contesta, sus labios siguen pálidos e inmóviles;
mi padre no siente el calor de mi brazo, no tiene pulso ni voluntad;
la nave, sana y salva, ha arrojado el ancla; su travesía ha concluido.
¡La vencedora nave entra en el puerto, de vuelta de su espantoso viaje!
¡Exultad, oh playas, y sonad, oh campanas!
Mas yo con pasos fúnebres,
recorro la cubierta donde mi Capitán
yace extendido, helado, muerto.
(Versiones de León Felipe)
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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char
No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char
René Char
No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char
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