sábado, 27 de mayo de 2017

Cuando es palabra pese a ella

Osvaldo Aguirre
(Colón, Buenos Aires, Argentina, 1964)



Hablados Por La Poesía
(Fragmentos)


Diana Bellessi (Zavalla, Santa Fe, 1946)

Cuando digo la poesía quiero decir que lo extraordinario de lo viviente está moviéndose ahí. Creo que los seres humanos somos muy sordos, nos hemos alzado en dos patas y hemos creado la cultura versus la naturaleza con un proceso de sordera grande. Lo poco que logramos aprender y representar es a través de esa sordera. Afinar el oído, afinar la percepción, es decir, no pasar de largo envuelto en nuestro propio ruido todo el tiempo es parte de lo que hace un poeta. Por supuesto, cualquier cosa que uno elige, también si vas a hacer versos, implica el desarrollo de un oficio. No creo que se puedan hacer las cosas desde un espontaneísmo total. Y el camino del oficio no se termina nunca. También podés desarrollar mucho oficio, pero si estás sordo probablemente nunca va a pasar nada. El lenguaje se mueve siempre en un campo paradojal, de afirmaciones y contradicciones constantes.
***
Francisco Gandolfo (Hernando, provincia de Córdoba, 1921)

- La lectura de Machado reaparece en el epígrafe de “El sicópata”. Con este libro pasó algo curioso: se agotó rápidamente, ¿no? 
(...) Acostumbrado a la calle y a la cosa directa, de pronto te encontrabas con un montón de temas; llega un momento en que sentís que es no digo un disparate, pero... Busqué la manera, y la que mejor me parecía era tomarlo como una especie de enfermo mental. De eso la milicia tiene bastante. Y aparte todas las experiencias de ser un padre con seis hijos, que manejaba una imprenta. Imaginate, todo lo que tenía que hacer, no daba abasto con la imprenta y encima llevaba adentro la poesía. Tenía que esperar hasta la noche para escribir, los chicos se acostaban y no había gente que molestara. Precisamente llegó un momento en que me surgió “El sicópata”. Tomando la realidad concreta que todo el mundo maneja, pero llevando a la vez una poesía con cierta potencia. La potencia poética no me la daba el manejo del negocio; al contrario yo buscaba otra cosa, estaba haciendo algo que me repelía, pero yo lo necesitaba porque tenía que alimentar a los hijos. Y yo ya me había embalado en la poesía. Me dije: “no, esto vale más que todo el trabajo”; pero el trabajo había que hacerlo, había que morfar. Era una especie de locura la que yo tenía. La poesía, lo más lírico, chocaba con lo concreto que le llaman del negocio. Entonces, dije, “¿cómo hago para no enloquecer? Bueno, ¡haciéndome el loco!” Al mismo tiempo, me preguntaba: “¿cómo puedo expresarme de una manera que tenga potencia?”. Y surgió este loco. En general, me sirvió después para seguir con otros temas, donde ya no se trataba de la locura sino del arte poético con más libertad. Incluso me animé a seguir expresándome con cierta locura, bien manejada.
(...)
Son todas vivencias, que aparecen cuando uno se enfrenta en serio a la poesía y llega un momento en que tenés que expresarlas. En “El sueño de los pronombres” tuve que esperar un sueño para que salieran. Otras veces se juntan otras muchas vivencias y sintetizás lo que para vos es mejor. De joven, en el ejército, tuve un montón de vivencias, muy potentes; pero las pude escribir treinta años después, más o menos. Eso te ha golpeado, te ha llegado profundamente, y entonces lo largás en la poesía. Al final creás un mundo, cuando estás en forma para escribirlo, pero a lo mejor pueden pasar veinte o treinta años.
(...)
 Yo sentía y quería expresar todas las vivencias comunes que hay entre hombres y mujeres. Creo que las vivencias son poderes internos del hombre, que te llevan a hacer cosas. Con mayor razón si uno se ha metido en algo como la poesía. Y hay que manejarlas de acuerdo con el nivel de la poesía. En ese sentido, a través de un montón de detalles, en “Mitos” funciona la religión. Como tipo de sangre italiana, yo llevaba la religión adentro, en serio. Por eso, de pibe, una vez me cascotearon. Empezamos a leer en casa la Biblia, y eso me impactó. Entonces quería actuar de acuerdo a la época de Jesús (risas). Y entre los 10 y los 12 años empecé a tener pibes, seis o siete, que yo los adoctrinaba, como mis discípulos, para hacerlos religiosos. Ya me había metido en algunas cosas pecaminosas, como joder a alguien, o robar una moneda, porque no tenía para comprar un juguete. Y cuando los de la barra brava, con los que andábamos siempre jugando a la pelota, se dieron cuenta que nos hacíamos los religiosos (risas), nos corrieron a cascotazos. Entonces eso se acabó completamente: a ser reos otra vez, a jugar a la pelota, a pelearse. Pasado el tiempo, yo llevaba todavía la religión. Imaginate, con todo ese merengue viene y se me presenta la poesía con algo que yo tenía que ver a fondo, o sea, el psicoanálisis. Llegó un momento en que dije: “ahora tengo que leer a Freud”. Leí dos o tres libros y ninguno me convenció para la poesía. Después llegué a “El malestar en la cultura”. Leí la mitad y me dí cuenta que eso era lo que me faltaba, porque yo llevaba algo adentro que no podía expresar como poesía. Dejé el libro en ese momento: a donde había llegado me bastaba. Y aparte tuve un sueño. Había terminado de leer, me acosté, dormí y me despertó un sueño: algo sobre tensiones de mujeres y hombres. Enseguida me levanté y lo escribí, para que no se fuera. Y ahí comienza “El sueño de los pronombres”. Entonces se me formaron los personajes, todos sin nombres propios: el ello, el otro. Los empecé a manejar con muchas ganas, a sentirlos como una vivencia personal. Ahí hice poesía las vivencias que antes me habían llevado a la religión o que había tomado en forma religiosa, como en “Mitos”. Entonces pude crear no digo un mundo pero sí una expresión con el nivel de la poesía.
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Juan Carlos Moisés (Sarmiento, Chubut, 1954) 

-Las reversiones y las paradojas son frecuentes en tus últimos dos libros. Hay algo o bastante de juego y de humor, pero con un toquecito kafkiano, ¿no? Uno se queda con la sonrisa a medias, intuyendo que hay algo más que el sentido inmediato.
-La vida es un chiste contado por Kafka y actuado por Groucho. La solemnidad nunca me calzó bien. La vida no es un juego de niños, por cierto, pero sigo jugando con la escritura como de chico jugaba al fútbol, trepaba a los árboles o andaba a caballo. Sólo que la escritura también juega conmigo. En ese juego recíproco, de insospechadas tensiones, son inevitables las reversiones, las paradojas, las miradas en espejo, las contracaras, los movimientos coreográficos de las palabras, en mi caso, de uso medianamente cotidiano. El resultado son pérdidas y ganancias. Si coincidimos con Roland Barthes ("literatura es la pregunta menos la respuesta"), creo que entre el aire juguetón y el toque kafkiano se reparten en mis poemas las preguntas y las respuestas. Pero me parece que la literatura es algo más que preguntas y respuestas. Cuánto me gustaría poder lograr que el objeto llamado poema permitiera al lector poner en funcionamiento un mecanismo de percepción, y por lo pronto de reflexión, mediante el cual no tanto meramente complete lo que el autor omitió poner en el texto –que es lo de menos- sino que pudiera obtener otras combinaciones posibles.
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Arnaldo Calveyra (Mansilla, Entre Ríos,  1929, y radicado en París desde 1960)

_¿Cómo escribió Maizal del gregoriano?
–Hace unos diez años encontré una nota perdida, extraviada en un cuaderno, que aludía a la experiencia de escuchar el gregoriano en Solesmes. Eso fue cuando llegué a la abadía de Solesmes, en 1962. Me encontré con que el gregoriano era un maizal. Me encontré con un viento que hablaba en esa forma, con esas bocas abiertas. Para mí oír eso fue oír un maizal al viento. Era el ruido que hacía el maizal en el campo entrerriano. Cuando yo era chico salía al campo y el maizal, cuando había viento, hacía ese sonido que después escuché en Solesmes, sin hiato. Por eso el título, que no es ninguna metáfora, es lo que yo escuché. Y la nota que encontré en el cuaderno estaba viva, estaba bien. Ahora no sé qué nota es, si quedó o no quedó, me olvidé completamente. Lo cierto es que el libro sale de esa nota, hay que agradecerle a esa nota que el libro exista. Me dio ganas de agarrar por ahí y, bueno, para bien o para mal está el libro.

_¿Cómo es eso de encontrar vivo algo escrito hace tanto tiempo?
–Es lo que todavía interesa. Y hay cosas que mueren adentro de los cuadernos. Yo anoto mucho, en el subterráneo, cuando voy a caminar, en cualquier parte. A veces me sucede, no sé por qué misterio, que voy a esas cosas y me gusta hacer un cómputo, a ver qué pasa con todo eso. Porque en general todas esas notas son para pasar el momento.

_En Maizal del gregoriano se recuerda a sí mismo como “un entrerriano recién llegado en busca de retiro y de silencio”. ¿Cómo asocia el deseo de silencio con la creación poética?
–Me encanta la palabra cuando está distante. De otra manera no encontrás la poesía. Cuando la palabra está imbuida de silencio. Cuando es palabra pese a ella, cuando más fuerte es el silencio en la palabra. Esa es la poesía, cuando hay más silencio que palabra.
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Darío Cantón (9 de Julio, Buenos Aires, 1928)

Esto se aplica a la poesía: por qué está puesto esto, qué quiere decir esta palabra, cómo viene la secuencia, de qué me está hablando. Y las fotos, los documentos, los poemas y redacciones que hice hace muchos años, incluso algunas que voy a rescatar de cuando estaba en la Facultad de Filosofía y Letras, son un intento de acercarme a eso. Y algunos textos que ni yo mismo sé muy bien qué quieren decir, los voy a mandar tal cual, porque son el que yo era en ese entonces, no los voy a corregir, no tiene ningún sentido. Tengo que poner el que yo era.

De Hablados por la poesía. Introducción & entrevistas por Osvaldo Aguirre.

Entrevistados: Joaquin Giannuzzi / Aldo Oliva / Hugo Padeletti / Darío Canton / Ricardo Zelarayán / Néstor Groppa / Frnacisco Gandolfo / Hugo Gola / Irene Gruss / Arnaldo Calveyra / Diana Bellessi / Arturo Carrera / Juan Carlos Moisés.

Editorial Espacio Hudson,  2017.

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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char