sábado, 21 de octubre de 2017

La silla estaba ahí, antes de van Gogh y a disposición de cualquiera

Abelardo Castillo 
(Ciudad de Buenos Aires, 27 de marzo de 1935-2 de mayo de 2017)​



De sus Diarios

[s/f]

El que no consigue ver un prójimo en el otro abjura de su propia condición humana y no le queda más que buscar en su […] las razones que justifiquen su existencia. No se da cuenta de que cualquiera, ese loco o aquel pervertido, ese gran hombre o aquella puta le están develando una imagen que también es la suya. Entonces acaba por donde debió empezar: de cara a un espejo. Más o menos como aquel filósofo que hizo abstracción de todo y por fin tropezó con él mismo y descubrió que era algo. Sólo que si se termina allí, siendo escritor, es el infierno. Quedarse solo con uno mismo: qué fabulosa capacidad de autovejación se necesitaría. No hay tribunal más lúcido ni más empecinado en condenar que nuestra propia conciencia.

agosto 25

Sobre los cerros, atardece. Todo es borravino. Recortado contra el atardecer, un hombre a caballo. Y, sin embargo, no está de más. Deja de ser un hombre; es una forma.

Miento a menudo.

Miento a menudo; y sin objeto, a veces. Por hablar, por inventar. Pero son mentiras de bajo vuelo. Ejemplo: la chica pobre que dice, afectando importancia: “El coche de papá”. No así, exactamente, pero de ese tipo el ingenio desplegado.

Mi letra ha vuelto a cambiar hace unos días.

De nuevo esa sensación que trato de describir en la carta. Ahora pensé: “Voy a Sierras Bayas”, y me invadió súbitamente una alegría inexplicable, como si fuera sorprendente, bellísimo, ir a Sierras Bayas.

Un juguete. Cuando chico, después de Reyes, me despertaba recordando que desde la noche anterior era dueño del juguete esperado tanto tiempo. Y era una alegría llena de asombro, como ahora, cuando me di cuenta de que ir a Sierras Bayas era hermoso.


Hojas sueltas, 1954-1955

3- Desde que Flaubert emitió aquella distraída metáfora ("tan torpe, y patética y expiatoria", como dice Andrés Rivera) acerca de que Madame Bovary era él, tenemos tendencia a creer que nuestros personajes somos nosotros mismos, disfrazados de señoritas, de criminales, de buzos. Supongamos que Beethoven hubiera confesado: "Yo soy el segundo movimiento de la sonata opus 101", ¡quién le iba a creer!. O el arquitecto Niemeyer: "Yo soy Brasilia". Ibse, a quien íntimamente quiero mucho, dijo también otra bastante gruesa: los personajes salen del corazón. En primer lugar, hay tres tipos de historias literarias. La novela, el cuento, el teatro. Yo he escrito las tres y he descubierto que los personajes de las tres son esencialmente distintos y no salen de ninguna parte: ya están allí, en la historia, y a veces ni siquiera están. Un cuentista (Poe, Buzzati, Borges) puede crear toda una literatura sin inventar un solo personaje recordable, incluso lo ha hecho un novelista como Kafka. Es como preguntarse de dónde salen las cafeteras y los tomates de una naturaleza muerta. El origen de la silla de van Gogh parece más difícil de entender que el príncipe Hamlet; en el fondo es lo mismo. La silla estaba ahí, antes de van Gogh y a disposición de cualquiera. Uno podía sentarse en ella o pintarla. Un día llovió, van Gogh no pudo ir a trotar al campo y pintó la silla. Los personajes de ficción están en la calle, en la memoria, en los libros ajenos, en una historia que nos cuentan. Son hipótesis de una variedad de seres reales (incluido uno mismo), armados con el carácter de aquel señor, las orejas de este otro, el modo de caminar de un tío y, sobre todo, armados con palabras. Si se tiene suerte, esas palabras y esos retazos articulan a don Quijote y Sancho, a la señorita Verdurin, a Martín Fierro. Lo mejor, creo yo, es que los personajes no se parezcan demasiado a una persona en particular, y mucho menos al autor, un buen novelista o un buen dramaturgo siempre están muy por debajo de la gente que inventan. Por eso es tan decepcionante conocer a ciertos escritores famosos. ...Lo único que sé sobre este tema misterioso es que el escritor puede decir impunemente una frase como "Madame Bovary soy yo", pero habría sido lamentable que, en algún momento de la novela, Emma hubiera declarado: "Yo soy Gustavo Flaubert". Un buen personaje sabe que tiene la obligación de comportarse con decoro.
   
Diario el Imparcial / San Pedro 2/04/2013

19- El argentino no se ríe de contento, se ríe por instinto de conservación. Si dejara de tomarse la realidad en broma sería un perfecto amargado, cosa que suele pasarle en cuanto se descuida un poco.

Diarios (1954-1991). Alfaguara, 2014.

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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char