viernes, 20 de octubre de 2017

Y te das cuenta de que las palabras que elegiste no eran las palabras correctas

Mark Strand

(Canadá, 1934-2014)



Hermética melancolía

Digamos que la noche ha llegado y que el viento ha amainado y los árboles verdeazulados se han tornado grises y las montañas de hielo, repulidas bajo el cicatrizado rostro de la luna, son como fantasmas, inmóviles en la distancia, y la débil luz de la luna entra a raudales en el cuarto donde estás sentado a la mesa, con la vista fija en un vaso de whisky, y donde has permanecido tanto que la noche, tan quieta, tan desolada, se ha convertido no sólo en tu día sino en tu vida entera; y digamos que mientras sigues ahí, el sol, el actual sol, se ha elevado, y se te ocurre que lo que hiciste de la noche era sólo una posibilidad, una indolora, enrarecida forma de desconcierto que pudiera guiar, si continuara, a una conclusión no deseada, y te das cuenta que las palabras que elegiste no eran las palabras correctas– tú nunca fuiste la persona que sugerían que eras; digamos ahora que hay una pistola cargada  en la casa y tú juegas con la idea de usarla y dices, “Vamos, date un tiro,” pero aquí, también, las palabras no son correctas, así que, como lo haces a menudo, las corriges antes de que sea demasiado tarde.
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Sin palabras para describirlo

¿Cómo quemaron esos fuegos lo que ya no es, cómo se puso peor el clima, cómo la sombra de la gaviota sin rastro se desvaneció. Era el final de una estación, el de una vida? ¿Fue hace tanto que parece que podría no haber sido nunca? ¿Qué es ello en nosotros que vivimos en el pasado y anhelamos el futuro, o vivimos en el futuro y anhelamos el pasado? ¿Y qué importa cuando la luz penetra en la habitación donde un niño duerme y la alertada madre, al abrir sus ojos, desea más que nada ser no despierta a lo que no puede nombrar?
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Hunde tu rostro en tus manos 

Porque hemos cruzado el río y el viento sólo ofrece un remolino entumecido de frío y nos hemos adaptado mansamente, sin esperar ya nada más que lo que  nos ha sido dado, sin preguntar cómo es que hemos llegado a este lugar, no nos importa que nada haya resultado como esperábamos. No hay manera de dispersar la niebla en la que vivimos, ni hay manera de saber que hemos aguantado un día más. La silenciosa nieve del pensamiento se derrite antes de que pueda cuajar. Nadie tiene idea de dónde estamos. Las puertas a ninguna parte se multiplican y el presente queda tan lejos, tan profundamente lejos.

Traducción de René Higuera
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Agotamiento al atardecer

El corazón vacío regresa a casa después de un atareado día en la oficina. Y qué va a hacer un corazón vacío sino vaciarse de vaciedad. Borrar lo imborrable requiere un esfuerzo mental, el empleo inútil de facultades ya sobrecargadas. Pobre corazón vacío, envejecido antes de tiempo, cómo se esfuerza por hacer lo que la mente le dice que haga. Pero el esfuerzo acaba en nada. El corazón vacío no puede hacer lo que la mente le ordena. Se sienta en la oscuridad, sueña despierto y el vacío crece.
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Armonía en el boudoir

Después de varios años de matrimonio, él se pone al pie de la cama y le dice a su esposa que jamás le conocerá, que en todo lo que dice hay más que no dice, que detrás de cada palabra que pronuncia hay otra palabra, y cientos más detrás de esa. Todas esas palabras impronunciadas, le dice, encierran su verdadero ser, que ha sido traicionado por el ser superficial que está delante de ella. “Así que ya lo ves”, le dice, quitándose las zapatillas de casa, “soy más de lo que te he hecho creer que soy”. “Ah, tonto”, le dice su esposa, “claro que lo eres. Resulta que solo pensar que tengas tantas personalidades perdiéndose en la nada es muy emocionante. Nada puede agradarme más que existas tal cual eres”.

Traducción de Julio Trujillo
De Casi invisible, Visor, 2000.

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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char