jueves, 19 de abril de 2018

A Dios no le falta nada

C.S. Lewis 
(Belfast, Irlanda del Norte, 1898-Oxford, Inglaterra, 1963)



"Me rendí, y admití que Dios era Dios, y me arrodillé y recé."
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La cristiandad
(fragmento)

"Ahora bien, a menos que el que hable sea Dios, esto resulta tan absurdo que raya en lo cómico. Todos podemos comprender el que un hombre perdone ofensas que le han sido infligidas. Tú me pisas y yo te perdono, tú me robas el dinero y yo te perdono. Pero ¿qué hemos de pensar de un hombre, a quien nadie ha pisado, a quien nadie ha robado nada, que anuncia que él te perdona por haber pisado a otro hombre o haberle robado a otro hombre su dinero? Necia fatuidad es la descripción más benévola que podríamos hacer de su conducta. Y sin embargo esto es lo que hizo Jesús."
Mero Cristianismo.  Harper Collins Arcadia.
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Las crónicas de Narnia 
(El león, la bruja y el armario)
Fragmento

–¡Lógica! –dijo el Profesor como para sí—. ¿Por qué hoy no se enseña lógica en los colegios? Hay sólo tres posibilidades: su hermana miente, está loca o dice la verdad. Ustedes saben que ella no miente y es obvio que no está loca. Por el momento, y a no ser que se presente otra evidencia, tenemos que asumir que ella dice la verdad.
Susana lo miró sostenidamente y por su expresión pudo deducir que, en realidad, no se estaba riendo de ellos.
—Pero, ¿cómo puede ser cierto, señor? —dijo Pedro.
—¿Por qué dice eso?
—Bueno, por una cosa en primer lugar —contestó Pedro—. Si esa historia fuera real, ¿por qué no encontramos ese país cada vez que abrimos el ropero? No había nada allí cuando fuimos todos a ver.
Incluso Lucía reconoció que no había nada.
—¿Qué tiene que ver eso con todo esto? —preguntó el Profesor.
—Bueno, señor, si las cosas son reales, deberían estar allí todo el tiempo.
—¿Están? —dijo el Profesor. Pedro no supo qué contestar.
—Pero ni siquiera hubo tiempo —interrumpió Susana—. Lucía no tuvo tiempo de haber ido a ninguna parte, aunque ese lugar existiera. Vino corriendo tras de nosotros en el mismo instante en que salíamos de la habitación. Fue menos de un minuto y ella pretende haber estado afuera durante horas. 
–Profesor—. Si en esta casa hay realmente una puerta que conduce hacia otros mundos (y les advierto que es una casa muy extraña y que incluso yo sé muy poco sobre ella); si, como les digo, ella se introdujo en otro mundo, no me sorprendería en absoluto que éste tuviera su tiempo propio. Así, no
tendría importancia cuánto tiempo permaneciera uno allá, pues no tomaría nada de nuestro tiempo.
Por otro lado, no creo que muchas niñas de su edad puedan inventar una idea como ésta por sí solas.
Si ella hubiera imaginado toda esa historia, se habría escondido durante un tiempo razonable antes de aparecer y contar su aventura.
—¿Realmente usted piensa que puede haber otros mundos como ése en cualquier parte, así, a la vuelta de la esquina? —preguntó Pedro.
—No imagino nada que pueda ser más probable —dijo el Profesor. Se sacó los anteojos y comenzó a limpiarlos mientras murmuraba para sí—: Me pregunto, ¿qué es lo que enseñan en estos colegios?

The Lion, the Witch and the Wardrobe.
© 1950 by C. S. Lewis Pte Ltd.
© 2000 por Editorial Andrés Bello.
Traducción de Margarita Valdés E.
Edición Digital de Arácnido.
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Los cuatro amores 
(Fragmento)

"Dios es amor, dice San Juan. Cuando por primera vez intenté escribir este libro, pensé que esta máxima me llevaría por un camino ancho y fácil a través de todo el tema. Pensé que podría decir que los amores humanos merecen el nombre de amor en tanto que se parecen a ese Amor que es Dios. Así que la primera distinción que hice fue entre lo que yo llamé amor-dádiva y amor-necesidad. El ejemplo típico del amor-dádiva es el amor que mueve a un hombre a trabajar, a hacer planes y ahorrar para el mañana pensando en el bienestar de su familia, aunque muera sin verlo ni participe de ese bienestar. 
Ejemplo de amor-necesidad es el que lanza a un niño solo y asustado a los brazos de su madre. No tenía duda sobre cuál era más parecido al Amor en sí mismo. El Amor divino es Amor-Dádiva. El Padre da al Hijo todo lo que es y tiene. El Hijo se da a sí mismo de nuevo al Padre; y se da a sí mismo al mundo, y por el mundo al Padre; y así también devuelve el mundo, en sí mismo, al Padre. Por otra parte, ¿qué hay de menos semejante a lo que creemos que es la vida de Dios que el amor-necesidad?
A Dios no le falta nada, en cambio nuestro amor-necesidad, como dice Platón, es "hijo de la Necesidad"; es el exacto reflejo de nuestra naturaleza actual: nacemos necesitados; en cuanto somos capaces de darnos cuenta, descubrimos la soledad; necesitamos de los demás física, afectiva e intelectualmente; les necesitamos para cualquier cosa que queramos conocer, incluso a nosotros mismos. Esperaba escribir algunos sencillos panegíricos sobre la primera clase de amor y algunas críticas en contra del segundo. Y mucho de lo que iba a decir todavía me parece que es verdad; aún pienso que si todo lo que queremos decir con nuestro amor es deseo de ser amados, es que estamos en una situación muy lamentable. Pero lo que no diría ahora (con mi maestro MacDonald) es que si significamos el amor solamente con ese deseo estamos, por eso, llamando amor a algo que no lo es en absoluto. No, ahora no puedo negar el nombre de "amor" al amor-necesidad. Cada vez que he intentando pensar en este asunto de otro modo, he terminado haciéndome un lío y contradiciéndome. La realidad es mucho más complicada de lo que yo suponía."
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El problema del dolor

El Hijo de Dios sufrió hasta morir, no para que los hombres
no sufrieran, sino para que sus sufrimientos pudieran ser
como los Suyos
GEORGE MACDONALD
Unspoken Sermons

Prefacio
Cuando el señor Ashley Sampson me sugirió que escribiera este libro, pedí que se me permitiera hacerlo en forma anónima; pues, si decía lo que realmente pensaba acerca del dolor, me vería obligado a hacer afirmaciones que suponen tal fortaleza, que resultarían ridículas si se supiera de quién provenían. Mi petición fue rechazada porque el anonimato sería incongruente con esta serie de libros. Sin embargo, el señor Sampson me señaló que podía escribir un prólogo explicando que, en la práctica, yo no era capaz de vivir de acuerdo a mis principios; y así, ahora me encuentro abocado a esta empresa fascinante. Debo
confesar de inmediato, usando las palabras de Walter Hilton, que a lo largo de estas páginas "estoy tan lejos de sentir realmente lo que digo, que no me queda más que ansiarlo fervientemente y clamar por misericordia"1. Sin embargo, y precisamente por eso, hay algo que no se me puede reprochar; nadie puede decir, "¡Se burla de las llagas el que nunca recibió una herida!"2, ya que jamás, ni por un instante, me he encontrado en un estado de ánimo en que, el solo imaginarme un sufrimiento serio, me pareciera algo menos que intolerable. Si existe un hombre que esté a salvo del peligro de menospreciar a este adversario... ese hombre soy yo. Debo agregar, también, que la única finalidad de este libro es resolver el problema intelectual que surge ante el sufrimiento. Jamás he caído en la insensatez de considerarme calificado para la tarea superior de educar en fortaleza y paciencia, ni tengo nada que ofrecer a mis lectores, aparte del convencimiento de que —al vernos enfrentados al dolor— un poco de valentía ayuda más que mucho conocimiento; un poco de comprensión, más que mucha valentía, y el más leve indicio del amor de Dios, más que todo lo demás.
Si un teólogo lee estas páginas, se dará cuenta con facilidad que son obra de un laico y de un aficionado. A excepción de los dos últimos capítulos, en que hay partes claramente especulativas, he creído repetir doctrinas antiguas y ortodoxas. Si alguna parte del libro es "original", entendiéndose por esto último algo nuevo o no ortodoxo, lo es contra mi voluntad y producto de mi ignorancia. Escribo, por supuesto, como laico de la Iglesia de Inglaterra; sin embargo, he intentado expresar sólo aquello que sea aceptado por todos los cristianos
bautizados y en comunión con su fe.
Como éste no es un trabajo erudito, no me he preocupado mayormente de remitir las ideas o citas a sus fuentes originales, de no ser éstas fácilmente recuperables. Cualquier teólogo podrá notar con facilidad qué y cuan poco he leído.

1 WALTER HILTON. Scala Perfectionis. 2 Nota trad. WILLIAM SHAKESPEARE. Romeo y Julieta, II, 2
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Una pena observada

"Parte de todo dolor es, digámoslo así, la sombre del dolor o su reflejo: el hecho de que no sólo sufres, sino que debes seguir pensando acerca del hecho de que sufres"
"Resulta difícil ser paciente con las personas que dicen "no hay muerte" o "la muerte no importa".
"Hay muerte, y sea lo que sea, importa"
"Sólo un riesgo verdadero pone a prueba la realidad de una creencia"
"La realidad nunca se repite. Nunca se quita y se devuelve lo mismo"
"¿Por qué la separación que tanto duele al amante que queda atrás va a ser indolora para el amante que marcha? ¿Pero por qué están tan seguros de que con la muerte termina toda angustia?"
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«(...) Los momentos en los que el alma no encierra más que un puro grito de auxilio deben ser precisamente aquellos en que Dios no puede socorrer. Igual que un hombre a punto de ahogarse al que nadie puede socorrer porque se aferra a quien lo intenta y le aprieta sin dejarle respiro. Es muy probable que nuestros propios gritos reiterados ensordezcan la voz que esperamos oír.»

C.S. Lewis, Una pena observada, Editorial Anagrama. Versión de Carmen Martín Gaite.

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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char