miércoles, 3 de octubre de 2018

¿Acaso no somos cayendo varias veces las mismas hojas?

MARCELO DANIEL DÍAZ
(Río Cuarto, Córdoba, Argentina, 1981)


Oscura llamarada de otra luz* 
                                                                                              A Irene 

¿Qué fue lo más real que te ocurrió alguna vez? 
¿El brillo de las estrellas 
percibido como un ramo de pensamientos 
arrojado al vacío? ¿Y en el vacío 
no había un frasquito? 
¿Y en el frasquito no había 
un papel que decía si te lastimas 
me duele a mí o decía 
en otro mundo cuando se trata 
de los sentimientos el corazón es una fuerza 
inversa que fracasa 
y fracasa 
y fracasa? 
¿Y la habilidad para desaparecer? 
¿Y el aprendizaje de la soledad? 
¿Y el peso de la luz? 
¿Existen? 
Sabías qué podía escribir 
Sabías qué podías escribir 
¿Decís? Una campana, 
la música del arrepentimiento. 
Si pudieras regresar a un punto dorado de referencia 
en cámara lenta 
qué cambiarías. 
¿Mañana te irás? 
Dónde tiembla el ramaje de los árboles. 
¿En los brotes? ¿Hacía afuera? ¿O dentro nuestro? 
¿En un único ardor 
acaso golpeando la claridad del día? 
Vos y yo 
maravillándonos en los hilos invisibles 
de las simetrías de las flores. 
¿Me vas a decir: “gracias”? 
¿O vas a pensar en un llamado telepático para reparar qué? 
¿Lo que podría haber sucedido? 
¿El mejor de los mundos posibles? 
¿O hablaremos alrededor de esta luz invernal? 
Qué esperamos de esta fosforescencia. 
Qué poemas del futuro estaremos escribiendo. 
Y qué del futuro es irrecuperable. 
¿Nos reuniremos en los timbales del sueño, 
en la melodía perfecta? 
¿Decís? Una golondrina 
en nuestro interior mientras el mundo se rehace. 
Presa de la felicidad. Huyendo. 
Qué tendría que volver a suceder. 
Quisieras acaso sujetarte a cualquier cosa. 
Y vivir y vivir y vivir. 
Un milagro alambrando tu voz 
abierto en su luz. 
¿Y qué hiciste con mi voz? 
¿Un hogar para lo inmediato? 
¿Decís rayo y qué aparece? 
¿La circunferencia de la sombra? 
¿El ojo del relámpago? 
¿Un pájaro sinfónico ardiendo en el frío? 
Hermoso. Impar. Calcinado. 
¿No es romántico? Querías hacer un puente 
pero hiciste un astro 
parecido a una estrella. 
¿Nos buscaremos en las constelaciones? 
Y qué de los huesos doblados por la pérdida. 
¿Cantaste junto al fuego 
frente a las flores a punto de desaparecer? 
Una canción sobre las hojas de los árboles. 
Hojas cayendo en mi mente. ¿O en tu mente? 
¿En este instante? ¿En el aire? 
¿Acaso no somos cayendo varias veces las mismas hojas? 
Una hebra de luz en el aire. 
¿Y el cielo? ¿Y el sol? ¿Ya no existen? 
¿Y si rogamos para que vuelvan? 
El resplandor del anillo en la bóveda celeste 
desplumándose como un pajarito. 
¿Escuchaste el trinar, 
el fin del otoño, las últimas nubes 
en retirada? 
¿Entonces? ¿Vamos a desplomarnos como un témpano? 
¿Te alcanzó la piedra que tiraste? 
¿Haremos la diferencia entre las flores? 
Animados por el crecimiento 
de las raíces de la culpa, 
de nuevo la rodaja de luz, dos, tres segundos 
y la piedra incendiada 
tendría que regresar ahora 
vibrando en el silencio. ¿Lo viste? 
La curva sentimental 
donde voy a guardar las posibilidades luminosas 
de aquello que parece sin retorno 
y sin embargo retorna 
en todas las formas posibles del presente 
que el fuego devora. 
¿Decías? ¿El gran abandono? 
¿Era así? ¿Dónde despertaremos mañana? 
¿No hay nada para hacer ya? 
¿Decías? 
¿Qué fue lo más real que te ocurrió alguna vez?


*El título refiere a un verso de Teresa Arijón en el libro Ostraca. Curandera Ediciones. Año 2011. Buenos Aires. Argentina. 

Inédito

No hay comentarios:

Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char