miércoles, 14 de noviembre de 2018

Así que cité a Proust

Richard Gwyn 

(Sur de Gales, Reino Unido, 1956)


Traducción


Todas tus historias son sobre ti mismo, dijo ella, incluso cuando parecen ser sobre otra gente. No iba a negarlo, ni a darle el gusto de tener razón. Así que cité a Proust, quien dijo que los escritores no inventan libros; los encuentran en sí mismos y los traducen. Eso pareció resolver el problema y ella se quedó callada. Hundí mis dedos en un bol de agua perfumada y empecé con el arroz. Un dejo a arcilla y a hojas y a metal me tomó por sorpresa. ¿Qué hay en el arroz?, le pregunté. ¿Caldo de hongos? ¿Cartuchos de escopeta? ¿Lombriz? No, dijo, mirando a través de la luz de la vela, las historias que todavía no has escrito están en el arroz. Debes estar paladeándolas.
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EL POETA EN SAMOS

Éstas son las cosas que dejaste atrás:
un boleto viejo de bus para un lugar con nombre ilegible,
un montón de archivos gubernamentales de distintos regímenes,
una pila de rocas, un ejemplar de Cavafis, muy usado.
No sé cuántas veces comiste aquí,
al lado de la ventana que da al mar. No sé
si el postigo te mantuvo despierto a la noche
cuando golpeaba ignorado contra la pared, o si,
como dijiste, fue una especie de consuelo.
Leyendo Paréntesis vuelvo a ver de qué manera
el mundo se convirtió en un apéndice de tus poemas,
tus poemas en un apéndice del mundo.

Éstas son las cosas que inventaste, aun
cuando, a su vez, te inventaron a ti. Nada era inanimado.
Convertiste cada movimiento de la cabeza,
cada hoja caída o bicicleta en fragmento de un relato.
Nos dijiste que estabas escondido detrás de cosas sencillas
y que si no podíamos hallarte, en vez de a ti hallaríamos
las cosas.

Traducciones de Jorge Fondebrider
Imagen: Richard Gwyn, en Gaiman, Chubut,  en la casa de té homónima, agosto, 2013.



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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char