martes, 29 de octubre de 2013

¡Qué alegría en esa gota de sudor, sabiendo que otros perseverarán!

DEREK WALCOTT

(Castries, isla de Santa Lucía, 1930)

XIII (Midsummer)

Hoy respeto la estructura, la antítesis del ingenio.
La sobre trabajada inmundicia de mis pinturas, ¡mis líneas deficientes! Más
cuando el aire está vacío, no dejo de escuchar la conversación de los actores
el eco de aquello que es ordinario y sabio a la vez.
Los espectros se multiplican con el tiempo, la cabeza abarrotada
rebasa de personajes inquietos, los oídos están firmemente clausurados;
detrás, escucho el murmullo y el alboroto de los actores –
el escenario iluminado está vacío, el estudio a punto,
y yo no puedo encontrar la llave para dejarlos salir.
Oh Cristo, ¡cuánto demora mi oficio!
A veces, es posible ver el destello, cual súbito alborozo
de relámpagos poniendo a la tierra en su lugar; la piel del asfalto
huele a infancia fresca en la lluvia que se evapora.
Entonces creo que aún es posible la alegría
de la verdad, y el poeta joven que se yergue en el espejo
sonríe con aprobación. Se ve hermoso desde este lugar.
Y espero ser lo que él vio, una ruina perdurable.
***
VOLCÁN

Joyce temía al trueno,
mas durante su funeral los leones del zoológico de Zurich rugieron
¿Fue en Zurich o en Trieste?
No importa. Son leyendas, así como
es leyenda la muerte de Joyce,
o el rumor obsesivo de que Conrad
ha muerto, y Victoria es irónica.
Desde esta casa en el acantilado
sobre la franja del horizonte nocturno
es posible ver el resplandor de dos grúas a lo lejos
en el mar
hasta la hora del amanecer; es como
el resplandor del cigarro
y el resplandor del volcán
al final de Victoria.
Uno podría abandonar la escritura
por esas señas de los grandes
que lentas se consumen, y ser en cambio,
su lector ideal, meditativo y
voraz, haciendo que el amor por las obras maestras
sea superior al intento
de repetirlas o mejorarlas,
y ser así el mejor lector del mundo.
Por lo menos eso necesita del asombro
que se ha perdido en nuestro tiempo;
tanta gente lo ha visto todo
tanta gente es capaz de predecir
tanta que se niega a aceptar el silencio
de la victoria, el desinterés
que arde en la médula,
tantos no son más que
ceniza erguida cual cigarro,
tantos dan al trueno por hecho.
¡Cuán común es el relámpago, qué perdidos están los leviatanes
que ya ni siquiera buscamos!
Habían gigantes en aquel entonces.
En aquel entonces se liaban buenos cigarros.
Debo leer con más cuidado.
 
Traducción de Véronica Zondek
***
Me detengo a oír un estrepitoso triunfo de cigarras...

Me detengo a oír un estrepitoso triunfo de cigarras
ajustando el tono de la vida, pero vivir a su tono
de alegría es insoportable. Que apaguen
ese sonido. Después de la inmersión del silencio,
el ojo se acostumbra a las formas de los muebles, y la mente
a la oscuridad. Las cigarras son frenéticas como los pies
de mi madre, pisando las agujas de la lluvia que se aproxima.
Días espesos como hojas entonces, próximos los unos a los otros como
horas y un olor quemado por el sol se alzó de la carretera lloviznada.
Punteo sus líneas a las mías ahora con la misma máquina.
¡Qué trabajo ante nosotros, qué luz solar para generaciones!-
La luz corteza de limón en Vermeer, saber que esperará allí
por otros, la hoja de eucalipto
rota, aún oliendo fuertemente a trementina,
el follaje del árbol del pan, de contorno oxidado como en van Ruysdael.
La sangre holandesa que hay en mí se dibuja con detalle.
Una vez quise limpiar una gota de agua de un bodegón flamenco
en un libro de estampas, creyendo que era real.
Reflejaba el mundo en su cristal, temblando con el peso.
¡Qué alegría en esa gota de sudor, sabiendo que otros perseverarán!
Que escriban: «A los cincuenta invirtió las estaciones,
la carretera de su sangre cantó con las cigarras parlantes»,
como cuando emprendí el camino para pintar en mi decimoctavo año.

Versión de Vicente  Araguas
***
Finales 

Las cosas no explotan,
se debilitan, se desvanecen,

como la luz del sol se desvanece de la carne,
como la espuma se absorbe rápidamente en la arena,

incluso el relámpago deslumbrante del amor
carece de un final estruendoso,

muere con un sonido
de flores marchitándose como la carne

con la piedra pómez húmeda,
todo trabaja para esto

hasta que nada nos queda
salvo el silencio que rodea la cabeza de Beethoven.

Versión de Óscar Paúl Castro Montes

No hay comentarios:

Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char