miércoles, 9 de octubre de 2013

Y confío en que a cada flor le guste el aire que respira

WILLIAM WORDSWORTH 

(Cockermouth, Gran Bretaña, 1770-Rydal Mount, id., 1850)

Oí miles de notas mezcladas,
mientras en el bosque, reclinado me sacié,
en esa dulce atmosfera, cuando pensamientos agradables
trajeron pensamientos tristes a la mente.

En su bello trabajo la naturaleza hizo conexión
con el alma humana que a través de mí pasó;
y muy acongojado mi corazón pensó
lo que el hombre ha hecho del hombre.

A través de plantas primaverales, en esas enramadas verdes,
la vincapervinca perdió sus coronas;
y confío en que a cada flor
le guste el aire que respira.

Los pájaros a mi alrededor saltaban y jugaban,
-sus reflexiones no las puedo medir-
Pero el menor movimiento que hacían
parecía un estremecimiento de placer.

Sus pequeñas ramas en ciernes se extendieron en abanico,
para atrapar el aire;
y debo pensar (hacer) todo lo posible,

en que allí había placer, allí.

Si esta creencia del cielo se enviara,
si el plan santo de la naturaleza es tal,
¿No hay razón para lamentar
lo que el hombre ha hecho del hombre?
***
¡Oh ruiseñor!

¡Oh ruiseñor! Tú eres
de ardiente corazón :
tus notas nos penetran, nos penetran,
tumultuosa, indómita armonía.
Cantas como si el dios del vino
te dictara un mensaje de sátira amorosa:
una canción de burla y de desprecio
a la sombra, al rocío y a la noche callada
y a la ventura firme y a todos los amores
que descansan en esos tranquilos bosquecillos.
Escuché a una paloma torcaz, el mismo día,
cantando o recitando su doméstica historia.
Su voz se sepultaba entre los árboles
y en alas de la brisa me llegaba.
No cesaba jamás: arrullaba, arrullaba,
y era su cortejar un tanto pensativo.
Amor cantaba, muy mezclado en calma,
muy lento al empezar y sin acabar nunca:
la grave fe y el íntimo alborozo.
Ese es el canto, el canto para mí.

Versión de Màrie Montand

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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char