miércoles, 19 de marzo de 2014

Tú sabes cómo tengo que escribirte, abajo, abajo, en lo terrenal

EMILY DICKINSON

(EE.UU., 1830-1886)

El corazón pide placer primero

El corazón pide placer primero,
después, ser excusado del dolor
y luego esos pequeños anodinos
que ahogan el sufrimiento.
Y luego ir a dormir
y más tarde, si esa fuera
la voluntad de su Inquisidor
el privilegio de morir.
(c. 1862)
***
Él era débil y yo era fuerte

Él era débil y yo era fuerte,
Después él dejó que yo le hiciera pasar
Y entonces yo era débil y él era fuerte,
Y dejé que él me guiara a casa.

No era lejos, la puerta estaba cerca,
Tampoco estaba oscuro, él avanzaba a mi lado,
No había ruido, él no dijo nada,
Y eso era lo que yo más deseaba saber.

El día irrumpió, tuvimos que separarnos,
Ahora ninguno de los dos era más fuerte,
Él luchó, yo también luché,
¡Pero no luchamos a pesar de todo!
***
Para Susan Gilbert Dickinson            alrededor de febrero de 1852

Agradezco a los pequeños copos de nieve, porque caen hoy y no durante algún insignificante día de semana cuando el mundo y los cuidados del mundo intentan tanto tenerme alejada de mi amiga lejana—y te agradezco a ti también, querida Susie, porque nunca te cansas de mí, o nunca lo dices, y porque cuando el mundo es  frío y la tormenta gime tan lastimosamente, yo estoy segura de un dulce refugio, ¡uno que me ampara de la tormenta!
Las campanas están tañendo, Susie, al norte, al este, al sur y con tu propio pueblo, y los que aman a Dios están aguardando para ir a la asamblea; no vayas, Susie, no vayas a su reunión, mas ¡ven conmigo en esta mañana a la iglesia de nuestros corazones, donde las campanas siempre tocan a vuelo y donde el predicador cuyo nombre es Amor—intercederá por nosotras!
Todos menos yo irán, al lugar de siempre, para oír el sermón de siempre; la inclemencia de la tormenta muy amablemente me ha detenido; y mientras estoy aquí Susie, sola con los vientos y contigo, tengo el antiguo sentimiento de rey más que nunca antes, porque sé que ni siquiera el hombre más delgado podrá insinuarse en este retiro, este dulce Sabbat nuestro. Y te doy las gracias por la querida carta, que llegó el sábado por la noche, cuando el mundo entero estaba en silencio; te agradezco por el amor que me trajo y por los pensamientos de oro y sentimientos tan iguales a gemas, ¡que me aseguré de recogerlos en cestos de perlas! Lamento esta mañana, Susie, no tener ningún suave atardecer con que dorar una página para ti, ni bahía tan azul—ni siquiera un pequeño cuarto arriba en el firmamento, donde está el tuyo, que me diera pensamientos de cielo, que yo te daría a ti. Tú sabes cómo tengo que escribirte, abajo, abajo, en lo terrenal; aquí no hay atardecer, no hay estrellas; ¡ni siquiera un pedacito de crepúsculo sobre el cual poetizar—antes de enviártelo! Y sin embargo, Susie, habrá romance en el camino de esta carta hasta ti—piensa en los valles y colinas, y en los ríos que pasará, y en todos aquellos que la llevarán a ti; ¿no hará eso un poema como nunca se ha escrito? Pienso en ti querida Susie, ahora, y no sé cómo ni por qué, pero el cariño es más grande a medida que los días transcurren y se hace más y más cercano aquel dulce mes de promesa; y visualizo a junio de manera tan distinta de cómo solía—antes me parecía árido y reseco—y casi no lo quería por ese calor suyo y ese polvo; pero ahora Susie, de todos los meses del año es el mejor; dejo a un lado las violetas—y el rocío, La Rosa prematura y los Petirrojos; todos ellos yo los cambiaría por ese caluroso y rabioso mediodía, cuando pueda yo contar las horas y los minutos que faltan para tu llegada—O Susie, con frecuencia pienso que intentaré decirte cuán querida me eres, y cómo estoy aguardando tu llegada, pero las palabras no llegan, aunque sí las lágrimas, y aquí estoy frustrada—sin embargo querida, tú lo sabes todo—entonces ¿por qué trato de decírtelo? No sé; cuando pienso en aquellos a quienes amo, la razón me abandona y a veces en verdad me temo que tendré que construir un hospital para los locos sin esperanza, y encadenarme allí en momentos como éste, para no hacerte daño.
Siempre cuando el sol brilla, y siempre cuando hay tormenta, y siempre siempre, Susie, te recordamos, y qué otra cosa además de recordar, no te diré, ¡porque tú sabes! Si no fuera por la querida Mattie no sé qué haríamos, pero ella te quiere tanto y nunca se cansa de hablar de ti y todos nos reunimos y hablamos una y otra vez y eso nos vuelve más resignados que si lloráramos por ti a solas. Fue sólo ayer cuando fui a ver a la querida Mattie, con la intención de quedarme un rato, sólo un ratico, debido a las muchas diligencias que tenía que hacer, y media hora más y nunca hubiera creído que fueron tantos minutos—¿y de qué te imaginas que hablamos, todas esas horas?—¿qué darías para saberlo?—dame la posibilidad de ver tu dulce rostro por un instante, Susie querida, y te lo diré todo—no hablamos de estadísticas ni hablamos de reyes—pero el tiempo se llenó completo; y cuando la aldabilla fue levantada y la puerta de roble cerrada, bueno, Susie, como nunca antes me di cuenta de cómo una sola casita contenía lo que me era querido. Estar con Mattie es dulce—como estar en casa, pero es triste al mismo tiempo—y un pequeño recuerdo llega y pinta—y pinta—y pinta—y lo que es más extraño es que su lienzo nunca se llena, y cada vez que voy, lo encuentro donde lo dejé—y ¿a quién está pintando? –Ah, Susie, «pa´qué te digo» —pero no es Mr Cutler, ni es Daniel Boom, y ya no te digo más—Susie, ¿qué te parece si te cuento que Henry Root va a venir a visitarme, alguna tarde de esta semana, y le he prometido leerle algunas partes de tus cartas? Pero no te preocupes, querida Susie, porque él desea tanto saber de ti y no le leeré nada que tú no quisieras—sólo unos pequeños pasajes que lo complacerían tanto—lo he visto varias veces últimamente, y lo admiro, Susie, porque habla de ti tanto y tan primorosamente; y sé que te es leal, cuando estás lejos—Hablamos más de ti, querida Susie, que de cualquier otra cosa—me cuenta cuán maravillosa eres, y yo le cuento cuán leal eres, y sus grandes ojos brillan y se ve tan contento—sé que no te importaría, Susie, si supieras cuanta felicidad le produjo—Mientras le hablaba la otra noche de todas las cartas que me has enviado, había en él una mirada muy anhelante, y yo sabía lo que hubiera dicho, si hubiese tenido la suficiente confianza—así que respondí a la pregunta que su corazón quería hacer, y cuándo alguna grata noche, antes de que esta semana se acabe, te acuerdes de tu casa y de Amherst, sepas tú, Querida—que ellos te están recordando, y que «dos o tres» están reunidos en tu nombre, queriéndote y hablando de ti—¿estarás tú allí en medio de ellos? Entonces he encontrado un lindo nuevo amigo a quien he hablado de la querida Susie y le he prometido que, apenas llegues, haré que te conozca. Querida Susie, en todas tus cartas hay cosas dulces y muchas de las cuales quisiera hablar, pero el tiempo dice no—no creas sin embargo que las has olvidado—Oh no—están seguras en el pequeño cofre que no revela secretos—ni la polilla, ni la herrumbre pueden alcanzarlas—pero cuando llegue el tiempo del que soñamos, entonces Susie, yo las traeré, y pasaremos largas horas hablando y hablando de ellas—de esos preciosos pensamientos de amigas—de cómo los amé y cómo los amo ahora—nada sino la misma Susie es ni siquiera La mitad tan querida. Susie, no te he preguntado si estás bien y de buen ánimo—y no puedo pensar por qué, a excepción de que hay algo perenne en aquellos que amamos con ternura, una vida y un vigor inmortales; pues parece como si toda enfermedad, o todo mal se alejara, no se atreviera a hacerles daño y Susie, mientras estás alejada de mí, te tengo como los ángeles y tú sabes que la Biblia nos dice que—“no hay enfermedad allí”. Pero, querida Susie, ¿estás bien y en paz? Porque no quiero hacerte llorar preguntándote si eres feliz. No mires el borrón, Susie,.
¡Es porque no observé el Sabbat!
Susie, ¿qué haré?—no hay suficiente espacio, ni la mitad del que necesito para contener lo que quería decir.
¿No quisieras decirle al hombre que hace hojas de papel que no me merece el más mínimo respeto?
Y ¿cuándo tendré una carta?—cuando sea conveniente, Susie, no cuando estés débil y fatigada, -¡nunca!
Emeline mejora tan lentamente; pobre Henry; me imagino que piensa que el curso del amor verdadero no fluye muy suavemente.
Mucho cariño de mi Madre y de Vinnie, y luego hay otros que no se atreven a enviarlo.
¿Quién te quiere más y mejor que todos y piensa en ti cuando los demás disfrutan sus reposos?

Es Emily—
***
Están limpiando la casa hoy, Susie, y he hecho un rápido bosquejo de mi cuarto, donde con afecto, y contigo, yo pasaré esta, mis hora preciosa, más preciosa de todas las horas que marcan los días al vuelo, y el día tan querido, que por él cambio todo, y tan pronto como él pase, suspiraré por él otra vez. No puedo creer, Susie querida, que casi he permanecido sin tí un año entero; el tiempo parece a veces corto, y mi recuerdo de ti caliente como si te hubieras ido ayer, y otra vez si los años y los años recorrieran su camino silencioso, el tiempo parecería menos largo. Y ahora cómo pronto te tendré, te sostendré en mis brazos; perdonarás las lágrimas, Susie, acuden tan felices que no está en mi corazón reprenderlas y enviarlas a casa. No sé por qué es -pero hay algo en tu nombre, ahora estás tomando de mí, que llena mi corazón por completo, y mi ojo, también. No es que mencionarlo me aflija, no, Susie, pero pienso en cada "sitio soleado" donde nos hemos sentado juntos, y no sea que no haya no más; conjeturo que ese recuerdo me hace llorar. Mattie estuvo aquí la tarde pasada, y nos sentamos en la piedra de la puerta delantera, y hablamos de vida y de amor, y susurramos nuestras suposiciones infantiles sobre tales cosas dichosas - la tarde se fue tan pronto, y caminé a casa con Mattie debajo de la luna silenciosa, y sólo faltabas tú, y el cielo. Tú no viniste, querida, pero un poquito de cielo sí , o eso nos pareció a, pues caminamos de un lado a otro y nos preguntábamos si ese gran bendición que puede ser nuestra alguna vez, se concederá ahora, a alguno. ¡Esas uniones, mi Susie querida, por las cuales dos vidas son una, esta adopción dulce y extraña en donde podemos mirar, y todavía no se admite, cómo puede llenar el corazón, y hacerlos en pandilla latir violentamente, cómo nos tomará un día, y nos hará suyos, y no existiremos lejos de él, sino que quedaremos quietas y seremos felices!
***
Para Susan Gilbert (Dickinson)                     alrededor de diciembre de 1850

         Si no fuera por el clima Susie - mi pequeño, inoportuno rostro se asomaría hoy a tu cuarto—robaría yo un beso a la hermana—a la querida Vagabunda que ha regresado—¡ Agradece al viento helado querida, que te ahorra tal intrépida intrusión! Querida Susie—feliz Susie—me regocijo en toda tu alegría—sostenida por esa hermana querida nunca estarás sola de nuevo. ¡No olvides todas las pequeñas amigas que tanto han tratado de ser hermanas, cuando de verdad tú estabas sola¡
         Tú no oyes que el viento sopla en este día inclemente, cuando el mundo se encoge de hombros; tu pequeño «Columbario está forrado de calor y dulzura», pero no hay «silencio» allí—así que eres distinta de la bonita «Alice». Extraño un rostro de ángel en el pequeño mundo de las hermanas—la querida Mary—Mary que está
en el cielo—Sin embargo recuerda, tú que estás triste—ella no vendrá a nosotras, ¡nosotras regresaremos a ella! Mi cariño a tus dos hermanas—y deseo mucho ver a Matty.
                                               Muy afect. tuya,
                                                                                     Emily

De Emily Dickinson, los sótanos del alma. Tomo II. sus cartas. Editorial El otro el mismo. Universidad de los Andes. Mérida. Venezuela.
***
A Susan Gilbert (Dickinson) [Amiga íntima y futura cuñada] 
Principios de diciembre de 1852 

Viernes a mediodía 
Querida Amiga. 
Lamento informarte que a las 3 en punto de ayer mi mente se detuvo, y que desde entonces ha permanecido estacionaria. 
Antes de que estas noticias te lleguen, probablemente seré un caracol. Por esta adversa providencia, un ser mental y moral ha sido barrido de su esfera, sin clemencia. Pero no deberíamos apurarnos -“Dios se mueve de manera misteriosa, para llevar a cabo sus maravillas, planta el pie en el mar y cabalga sobre la tormenta”, y si es su voluntad que yo me convierta en oso y muerda a mis semejantes, será para el bien supremo de este mundo caído y perecedero. Si el caballero en los aires tiene la bondad de dejar de tirar bolas de nieve, podría volver a reunirme contigo, de otro modo, es incierto. Mis padres están bastante bien -Gen Wolf * está aquí- iremos a recoger al comandante Pitcairn* que llega en la diligencia de la tarde. 
Ayer estuvimos muy afligidos por el supuesto traslado de nuestra Gata del tiempo a la Eternidad. 
Regresó, no obstante, anoche, tras ser detenida por la tormenta más tiempo del que esperaba. 
Leo en los periódicos de Boston que Giddings** vuelve a estaren alza - espero que lo arreglarás con Corwin [político que se había opuesto a la ley del Esclavo Fugitivo] y que tendrás al norte entero en ristre. 
Buen tiempo para ir en trineo -he encargado 52 cuerdas de nogal negro. Necesitamos algunos caminos en nuestra dirección, ¿no quieres unirte al equipo? 
Tuya hasta la muerte - 
Judah 

*Gen Wolf, Pitcairn: seguramente se trata de apodos que Emily Dickinson asigna a los visitantes políticos que iban a saludar a su padre, Edward Dickinson, elegido diputado del partido Whig. 
** Joshua Reed Giddings (1795-1864), político local, rompió con el partido Whig en 1852. 
***
A Abiah Root

«(...) Da la impresión, querida Abiah, de que todos los momentos que abarrotan este pequeño mundo, unos pocos podrían habernos sido otorgados para pasarlos con aquellos que amamos —una hora aparte— una hora más pura y verdadera que las horas comunes, donde podríamos detenernos un momento antes de continuar nuestro viaje —pasamos un rato agradable hablando la otra mañana si hubiera sabido que aquella era toda mi porción la hubiera aprovechado más— pero nunca regresará para demostrar si sí o si no. ¿No crees que a veces estos breves encuentros imperfectos encierran un cuento? (...)». 
***
A Louis y Frances Norcross en marzo de 1873

Abro mi ventana, y la habitación se llena de suciedad blanca. Creo que Dios debe estar limpiando el polvo; y sopla el viento, así que espero leer en The Republican “Señales de alerta para Amhers”o “ Ninguún barco ha zarpado de Phoenix Row” …la vida es tan rotatoria que el desierto le toca a cada uno alguna vez. 
***
A la Sra. de J. G. Holland [Amiga íntima] finales de 1883 

Dulce Hermana. ¿Era así como yo la llamaba? Apenas rememoro, todo se me hace tan distinto - Vacilo sobre qué palabra tomar, ya que solo puedo tomar unas pocas y cada una ha de ser la más capital, pero recuerde que la transacción más gráfica de la Tierra ocupa una única sílaba, no, incluso una mirada - 
El Médico dice que tengo “Postración nerviosa”. Es probable que sí - desconozco los Nombres de la Enfermedad. La Crisis del dolor de tantos años es lo único que me cansa - Como Emily Brontë a su Creador, yo escribo a mis Perdidos: “Toda Existencia existiría en ti - “ La tierna consternación por usted se vio muy aliviada por la pequeña Tarjeta, que decía “mejor” tan alto como una Voz humana - Por favor, Hermana, espere - 
“Abrid la Puerta, abrid la Puerta, me esperan”, fue la dulce orden de Gilbert [su sobrino favorito, muerto antes de cumplir seis años de fiebre tifoidea] en su delirio. ¿Quienes le esperaban? Daríamos todo lo que poseemos por saberlo - la Angustia la abrió, por fin, y él corrió hacia la pequeña Tumba a los pies de sus Abuelos - Todo esto y más, aunque, ¿hay realmente más? ¿Más que el Amor y la Muerte? ¡Entonces, díganme su nombre! [...] 

Emily
**
De Cartas. Emily Dickinson, Lumen, 2009,

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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char