sábado, 5 de abril de 2014

Con el mundo sujeto entre las dos rodillas, medita

Conrad (Potter) Aiken 

(Savannah, Georgia, EE.UU., 1889-1973)

Dos cafés en El Español

Dos cafés en El Español, las últimas
brillantes gotas de dorado Barsac en una copa,
pasta de higo y garrapiñados... Hardy está muerto,
y James y Conrad muertos, y Shakespeare muerto,
y el viejo Moor madura para una tumba obscena,
y Yeats para una estéril; y yo, y tú-
¿Qué sudarios para nosotros, qué tablas y ladrillos,
qué farsas, velas, preces y piadosos engaños?
Tú estarás envuelta en escarlata de Siria, mujer
y te pondrán tus perlas, y brillantes pulseras
y tu anillo de ágata, y colgará en tu cuello
tu lapislázuli azul con pintas de oro.
Y yo , a tu lado -¡ah! pero ¿será así?
Porque hay oscuras corrientes en este mundo oscuro, señora,
corrientes del Golfo y Árticas del alma;
y yo seré quizás, antes que nuestra consumación
nos acueste juntos, mejilla contra mejilla, bajo la tierra
barrido a otra costa donde mis blancos huesos
yacerán olvidados o profanados por gaviotas.

¿Qué dignidad podrá la muerte conferir a nosotros,
que nos besamos bajo un farol en la calle, nos cogemos de las manos
medio ocultos en un taxi o repletos
de café, de higos y Barsac nos dirigimos
a una oscura alcoba en una casa carcomida?
La aspidistra guarda la puerta; entramos,
per aspidiastra –luego ad satra- ¿no es así?
Y nos enllavamos seguros en nuestras tinieblas
nos soltamos del terror... aquí está mi mano,
la cicatriz blanca en mi pulgar, y aquí está mi boca,
para acallar tu rumor, tendidos sin hablar
pensemos en Hardy, Shakespeare, Yeats o James;
calmemos con mágicos nombres nuestro pánico.
Miremos al techo, donde los focos de los taxis
forman espectros de luz, y veamos, más allá de este techo,
aquel otro lecho en que no nos moveremos:
y , juntos o separados, no amaremos.

Versión s/d
***
Camposanto

A la memoria de. En recuerdo de.
En memoria del muy amado. En su
Recuerdo. Muerto en octubre. Muerto en el mar.
¿Quién se murió en el mar? El nombre de aquel puerto
Se le escapa, arrastrado por el viento del este,
Sobre tumbas y tejos, voló entre los manzanos,
Sobre el camino, donde reluce una carreta,
Y se fue. Desde el mar trota el viento del este
Con sal y con gaviotas. La marisma, además,
Huele fuerte en septiembre, juncos y fango, juncos
Crujiendo como huesos.

Se pasa las tijeras de podar
De una mano a la otra, poda y poda la hierba.
La columna truncada, truncada con cuidado, donde
Se ríe el mirlo hembra — a la memoria de.
¡Burden! ¿Quién fue este Burden que hemos de recordar?
¿O Potter, ese Potter rehusado por el pote?
«Aquí yace Josephus Burden, que abandonó
Este mundo el cuatro de agosto, mil novecientos.
"Y Dios le dijo: ven."» Josephus Burden, de cuarenta,
Irreverente, grueso, manos fuertes, peludas,
Y orejas rojas retorcidas, con pelo, y de ojos azul norte,
En una mano un martillo, en la otra
Un clavo. Lo clavó... ¿Fue suficiente?
¿O es que también amó?

Se cambia
De mano las tijeras. No cortan. La hierba está mojada
Y se pega a los filos. A la memoria de.
Cuatro cadenas cercan la cripta, muy pesadas. ¿Qué posibilidades
Tienen los esqueletos? Los muertos salen por la noche,
Hacen sonar los eslabones. «¡Demasiado pesadas! No se pueden mover...
Otra vez, todos juntos. ¡AHORA!... Es imposible.»
Se sientan en lo oscuro, sin luna, hablan tranquilamente.
«Fue el viejo Jones, sin duda, quien hizo estas cadenas.
¡Me gustaría verlo ahora levantarlas!...» El búho
Que caza en Wickham Wood viene a ver, y maúlla.
«Un búho», dice uno. «Seguro», dice otro.
Ladean sus cabezas cenicientas.

La brisa trae el roto
Sonido de campanas entre tejos y tumbas, hace sonar
Las volutas de bronce en las piedras al sol.
Sagrada... A la memoria... Tu muy querido... Oh Dios,
Cuánta parodia. El mirlo ensucia
La columna truncada; el gusano en el cráneo
Se da un festín de médula; y el impúdico tordo
Tritura un caracol en la cripta. Murió embarcado; entonces,
¿qué mejor que una tumba en el mar?

De rodillas,
Mocada contra el césped, poda y poda,
Con el mundo sujeto entre las dos rodillas, medita
Hacia abajo, como si sus pensamientos, tal hombres o manzanas,
Ya maduros cayeran a la tierra. Azul de mar, sus ojos
Se vuelven hacia el mar. Son carroñeras las gaviotas,
De cara cruel, pero al fin bellas. En el embarcadero
Los juncos crujen, moviéndose con el viento del este, crujen
Como huesos. A la memoria de. Dios mío,
La vida es lo que es, y no cambia.
Tú ahí en la tierra, y de rodillas yo encima de ti.
Tú muerto ya, yo viva.

Ella pica un llantén
De raíces demasiado ambiciosas. Ese tejo tan grande
Sujeta la colina.

Se alza de sus rodillas
Entumecidas, rígidas, pisa el camino de guijarros que baja
Al mar y a la ciudad. El olor a marisma
Sube sano y salado, y llena su nariz. Los juncos bailan
Con el viento del este, crujen; las currucas se cruzan,
Brillando en el vaivén de los juncos, y cantan.

Versión de Carmen Toledano
***
Encuentro

¿Por qué te contemplo? ¿Por qué te toco? ¿Qué busco en ti,
mujer,
Que he de apresurarme para estar contigo una vez más?
¿Por qué debo sondear nuevamente tu nada abisal
Y extraer nada más que dolor?
Fijamente, fijamente miro tus ojos acuosos; pero no quedo más
convencido
Ahora que alguna otra vez
De que sólo son dos espejos que reflejan la luz del
firmamento,
Eso y nada más.
Y aprieto tu cuerpo contra mi cuerpo como si esperara abrirme
una brecha
Directamente a otra esfera;
Y me esfuerzo por hablar contigo con palabras más allá de mi
palabra,
En las que todas las cosas son claras,
Hasta que exhausto me hundo una vez más en tu nada abisal
Y la fría nada de mí:
Tú, riendo y llorando en este cuarto ridículo
Con tu mano sobre mi rodilla;
Llorando porque me crees perverso y desdichado; y riendo
Por hallar nuestro amor tan extraño;
Con la vista mutuamente clavada en una última esperanza,
ciega y desesperada,
De que el mundo entero cambie.

Versión s/d
***
Levantándome rojo de ese abrazo(1) 

Rojo es el color de la sangre, y lo buscaré
Lo he buscado en el pasto
Es el color del escarpado sol visto a través de los párpados.
Está escondido bajo la suave piel de las mujeres
Fluye ahí, silenciosa fluye.
Monta desde el corazón hasta los templos, la boca que canta
Como la fría savia escala a la rosa.
Estoy confundido en telarañas y nudos de escarlata
Girando en la oscuridad
O transportados desde las bocas de arañas hambrientas.
¡Locura por el rojo! Devoro las hojas del otoño,
Me canso del verdor del mundo
Yo mismo soy una boca por sangre
Aquí en la dorada neblina del tardío sol
Permítenos caminar con la luz en nuestros ojos.
A una exhibición temprana predeterminada
Mira: Hay gaviotas en estos cielos de ciudad
Incendiándose contra el azul.
Pero yo no pienso en las gaviotas, pienso en ti.
Tus ojos con el tardío sol en ellos
Son como piscinas azules abrillantados con pétalos amarillos
Este verde pálido les viene bien.
Aquí está su dedo, con una esmeralda en él:
La que te di. Digo estas cosas educadamente
Pero lo que digo bajo ellas, ¿quién puede saber?
Pues pienso en ti, colapsada contra una blancura
Desollada y deshecha con una cara apagada,
Pienso en ti, escribiendo algo de escarlata
Y yo, levantándome rojo de ese abrazo
El sol de noviembre es luz vertida a través de miel:
Cosas viejas, en tal luz, crecen sutiles y bien.
Cenizos desnudos son como fuego quieto.
Háblame; ahora bebemos el vino de la tarde
¡Mira cómo nuestras sombras se arrastran por la tumba!
¡Y de esta forma cómo la grava empieza a brillar!
Este es el tiempo del día para recolecciones,
Para arrepentimientos sentimentales y alusiones oblicuas,
Hojas de rosa, arrugadas en un frasco mohoso.
¡Lánzalas al viento! Vienen tempestades.
Está oscuro, con una estrella ventosa.
Si las bocas humanas fueran en verdad rosas, cariño,
(¿por qué debemos unir así las cosas?),
te arrancaría la tuya pétalo por pétalo asesinándote lentamente.
Cortaría los estambres, los pistilos,
Los dorados y los verdes
Repartiendo la sutil dulzura que fue tu aliento
En una fría ola de muerte…
Ahora déjanos regresar, lentamente, como vinimos.
Encenderemos el cuarto con velas; ellas brillarán
Como filas de amarillos ojos.
Tu cabello se mueve como el fuego, por la luz de las velas.
Me sonríes, dices nada. Eres sabia.
Pues pienso en ti arrojada en oscuridad brutal;
Aplastada y roja, con rostro pálido.
Pienso en ti con tu cabello desordenado y escurriendo
Y yo, levantándome rojo de aquel abrazo.

Versión de Morning Kryziz Bonny
**
(1)  A los 11 años del poeta, el padre asesinó a su madre y luego se mató. Él descubrió los cadáveres de ambos después de oír los disparos.

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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char