domingo, 6 de abril de 2014

En el cielo la última nube es barrida por el viento

Tres poemas de Jules Verne

(Nantes, Francia, 1828-Amiens, id., 1905)

Soneto
(Diciembre de 1847)

En esta pobre aldea donde la vida es amarga,
El triste campo de muerte, de aspecto maldito,
Viene a mostrar las lágrimas del ciprés y del tejo
¡Al alma del caminante que palidece y se oprime!
Allá, a la vista de esas tumbas, en el lastimoso capitel,
Donde los ricos se duermen bajo la engañosa gloria,
Pero en frágiles cruces, indicación tan natural
¡Del sitio donde el pobre ha terminado la miseria!
En la ciudad donde siempre se desborda el placer,
Donde la abundancia suple el deseo más simple,
¡La muerte no es el fin de la esclavitud!
Pero en la triste aldea, donde duerme el desánimo,
¡Oh! ¡la muerte no sabría cómo venir tan rápidamente!...
¡Y por tanto en la ciudad, se muere como en la aldea!


***
Tempestad y calma

La sombra
Sigue
Sombría
Noche;
Una
Luna
Clara
Destella.

Tranquila
El aire puro
Destila
El azul celeste;
El sabio
Alquila
Viaje
¡Por supuesto!

La atmósfera
De la flor
Regenera
El olor,
Se incorpora,
Evapora
Para la aurora
Su olor.

En ocasiones la brisa
De los verdes olmos
Pasa y se estrella
En las dulces ramas
En el fondo del alma
Que la reclama
¡Es un remedio
Para todos los males!

Un punto se declara
Lejos de la casa
Se convierte en una vara;
Es una confusión;
Larga, negra, rápida
Nada más la doma
Ella se agranda, sube,
Cubre el horizonte.

La oscuridad avanza
Y dobla su negrura;
¡Su funesta apariencia
Toma y sobrecoge el corazón!
Y temblando presagia
Que esa oscura nube
Encierra una gran tormenta
En su enorme horror.

En el cielo, no hay más estrellas
La nube cubre todo
Con sus glaciales velas
Esta allí, solo y de pie.
El viento lo empuja, lo excita,
Su inmensidad se irrita;
¡Al ver su flanco que se agita,
Se comprende que esta en el límite!

Se repliega y se agrupa,
Aprieta sus vastos harapos;
Apenas contiene los centelleos
Que le vienen de sus vientos norteños;
La nube en fin se dilata,
Se entreabre, se rasga, explota,
Como un matiz escarlata
Las corrientes de sus negros torbellinos

El relámpago resplandece; luz brillante
Que os ciega y os quema los ojos,
No se desvanece, la tormenta silbante
Lo hace brillar, encenderse mucho mejor;
Vuela; en su curso mudo y rápido
El horrible viento lo conduce y lo aviva;
El rápido relampago, en su fugitiva marchaP
or sus zigzags une la Tierra a los Cielos.

El rayo parte instantaneamente; tempestea, truena
Y el aire se llena de sus largo ruido;
En el fondo de los ecos, el inmenso ruido zumba,
Envuelve, presiona todos de sus resquebrajosos crujidos.
Triplica sus esfuerzos; el relámpago como la bomba,
Se lanza y rebota sobre el tejado que sucumbe,
Y el trueno estalla, y se repite, y cae,
Prolonga hasta los Cielos sus aterramientos.

Un poco más lejos, pero tembloroso todavía
En el negro cielo la tormenta continúa,
Y de sus fuegos ensombrece y colorea
La oscuridad de la silbante noche.
Entonces por instantes los vientos del norte la mueven
Se calma un poco, el trueno se esparce,
Y después se acalla, y en la lejanía rueda
Como un eco solamente que fue

El relámpago también es cada vez más raro
De vez en cuando muestra sus fuegos
No es más la cruenta lucha
Donde los vientos combatían entre ellos;
Llevando a otras partes su sombría cabeza,
El horror, el estampido de la tempestad
Un poco más tarde, se detiene,
Finalmente huyen sus bulliciosos juegos.

En el cielo la última nube
Es barrida por el viento;
En el horizonte esa gran tempestad
Ha cambiado muy rápidamente;
No se ve a lo lejos en la sombra
Más que una espesura larga, sombría,
Que se va, se tiñe de negro, oscuridad
Toda en su desplazamiento.

La naturaleza está tranquila,
Ha perdido su miedo;
Es dulce y dócil
Y se regocija el corazón;
Si el trueno ruge
Y con su profunda voz
Allá preocupa al mundo,
Aquí no se le teme más.

En el cielo la estrella
Con un luz más pura
Brilla y se devela
En el seno del azul celeste;
La noche en la tregua,
Que toma y sueña,
Y que se levanta,
No tiene más oscuridad.

El agradable aliento
Del dulce hálito
Que camina
Como un suspiro,
Silenciosamente,
La hoja inclina,
La zalamería,
Y provoca placer.

La naturaleza
Es aún
Mucho más pura,
Y se duerme;
En la embriaguez
La señora,
Así junta
Una cama de oro.

Toda alegre,
La flor
Se calma;
Su corazón
Tranquilo
Destila
El útil
Olor.

Ella
Huye,
Bella
Noche;
Una
Luna
Clara
Destella.

Versión de Ariel Pérez
***
El genio

Como una pura estalactita, obra de la naturaleza,
El genio incomprendido aparece ante nuestros ojos
Está allá, en el lugar donde se le pone en los Cielos,
Y de ellos solos él recibe su vida y su estructura.

Nunca la mano del hombre más osado
La podrá crear, porque su esencia es pura,
Y el Dios todopoderoso lo hizo a su figura;
El mortal pobre y feo, ¿podría ser mejor?

No se fabrica, ese raro diamante,
Y de algunos colores del cual el azul lo engalana,
¡Que permanece tal cual es, que lo hizo lo eterno!

Si se quiere corregir la brillante estalactita,
Bien pronto no es más que una piedra sin mérito,
Que no reflejen más las estrellas del cielo.
**
Comme un pur stalactite, oeuvre de la nature,
Le génie incompris apparaît à nos yeux.
Il est là, dans l'endroit où l'ont placé les Cieux,
Et d'eux seuls, il reçoit sa vie et sa structure.

Jamais la main de l'homme assez audacieuse
Ne le pourra créer, car son essence est pure,
Et le Dieu tout-puissant le fit à sa figure ;
Le mortel pauvre et laid, pourrait-il faire mieux ?

Il ne se taille pas, ce diamant byzarre,
Et de quelques couleurs dont l'azur le chamarre,
Qu'il reste tel qu'il est, que le fit l'éternel !

Si l'on veut corriger le brillant stalactite,
Ce n'est plus aussitôt qu'un caillou sans mérite,
Qui ne réfléchit plus les étoiles du ciel.

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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char