viernes, 27 de junio de 2014

Nadie quiere estar consigo mismo un instante

José Emilio Pacheco 

(Ciudad de México, México, 1939-2014)

El pulpo

Oscuro dios de las profundidades,
helecho, hongo, jacinto,
entre rocas que nadie ha visto, allí, en el abismo,
donde al amanecer, contra la lumbre del sol,
baja la noche al fondo del mar y el pulpo le sorbe
con las ventosas de sus tentáculos tinta sombría.
Qué belleza nocturna su esplendor si navega
en lo más penumbrosamente salobre del agua madre,
para él cristalina y dulce.
Pero en la playa que infestó la basura plástica
esa joya carnal del viscoso vértigo
parece un monstruo; y están matando
/ a garrotazos / al indefenso encallado.
Alguien lanzó un arpón y el pulpo respira muerte
por la segunda asfixia que constituye su herida.
De sus labios no mana sangre: brota la noche
y enluta el mar y desvanece la tierra,
muy lentamente, mientras el pulpo se muere.
**
Alta traición

No amo mi patria.
Su fulgor abstracto
es inasible.
Pero (aunque suene mal)
daría la vida
por diez lugares suyos,
cierta gente,
puertos, bosques de pinos,
fortalezas,
una ciudad deshecha,
gris, monstruosa,
varias figuras de su historia,
montañas
y tres o cuatro ríos.
 **
El silencio

La silenciosa noche. Aquí en el bosque no se escuchan rumores.
Los gusanos trabajan.
Los pájaros de presa hacen lo suyo. Pero yo no oigo nada.
Sólo el silencio que da miedo. Tan raro, Tan escaso se ha vuelto en este mundo Que ya nadie se acuerda de cómo suena, Nadie quiere
Estar consigo mismo un instante.
Mañana
Dejaremos la verdadera vida para mañana. No asco de ser ni pesadumbre de estar vivo: Extrañeza
De hallarse aquí y ahora en esta hora tan muda. Silencio en este bosque, en esta casa
A la mitad del bosque.
¿Se habrá acabado el mundo?
Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char