sábado, 5 de julio de 2014

Mi infancia tuvo una calandria

NÉLIDA CAÑAS

(Arroyo Cabral, Córdoba, 1949. Vivió 25 años en Jujuy. Actualmente reside en la ciudad de Córdoba, Argentina)

Mi escritura es mi propia voz. Tiene un tono, un ritmo, una cadencia, un tempo...
En ella, en la escritura, la voz -mi voz- se dice abriéndose paso por los intersticios.
El silencio es su sombra. El silencio pinta pequeños espacios entre una palabra y otra. Entre un sueño y otro. Entre lo dicho y lo callado. Entre lo posible y lo imposible.
Mi escritura mantiene una cadencia. Un tempo. El tempo es la unidad usada para medir las expresiones auditiva de algún segmento musical. Usualmente nos referimos a tempo al hablar de transiciones de espacios sonoros como al contar del 1 al 1 hasta llegar a diez.
Decía que mi escritura mantiene una cadencia. Un tempo, que es el de mi propia respiración. Y es la respiración la que da el espacio del decir. Unos versos con determinado número de sílabas. Unas estrofas con determinado número de versos. Y hasta en la prosa, en la narración, unos párrafos con determinado número de palabras.
Cada párrafo, cada estrofa, cada verso con el aliento que brinda la propia voz.
Cuando se emite la voz el aliento que la sostiene crea un ritmo, una íntima melodía que es propia de cada ser. Esa melodía es un sello de identidad. Una marca indeleble. Así cada obra tiene su propio tono que responde al estilo de su autor. Incluso cada libro (dentro de la obra de un mismo autor) tiene su tono que es parte del cuerpo de ese libro. Un cuerpo que expulsa cualquier elemento (poema, cuento, párrafo, palabra) que siente ajeno cuando no responde al tono de ese libro. 
Antes no había pensado acerca de la importancia de la voz en la escritura. Pero había pensado que el poema tiene un ritmo, un íntima y preciosa melodía, que nada tiene que ver con la rima, ni con el número de sílabas, sino con la respiración del poeta. Y había pensado que lo que amamos canta en el silencio  de nuestra respiración. También el dolor, la nostalgia, la desolación cantan.Y cuando decimos la palabra, cuando enunciamos la emoción, también se  canta. Lo cantado está hecho del silencio y del sonido que emite nuestra voz. De la emoción que embarga y canta entre los intersticios de silencio enhebrando las palabras en una secreta trama. El silencio es parte de la textura de lo dicho.
Tomo como ejemplo este poema que pertenece a mi libro Sitial del vuelo (Jujuy, 1991):

Mi infancia
tuvo una calandria.
Al amanecer
cantaba
y era su pico
un frágil llamador
en la ventana

en el silencio
de mi respiración
a veces canta

El que escribe lee en voz alta sus  textos para sentir en su propia voz cualquier disonancia en lo escrito. También observa el dibujo del poema en la hoja en blanco. Es como si sonido y el silencio trazaran un dibujo. El blanco es el silencio que dice, o enuncia lo callado. Lo imposible de nombrar.
De ese entramado de luces y sombras, de letras y espacios en blanco, de sonidos y silencios está hecha la escritura.
(Tomado de su FB)
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Basho se quita
las sandalias.
Polvo del camino.

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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char