Tomada del blog lospoetasnovanalcielo |
(Coronel Dorrego, Prov. de Buenos Aires; reside en La Plata, Argentina, 1965)
Definir
producir momentos de buena calidad
es hacer magia de la buena.
En el borde de un ciclo se presenta la urgencia
de definir. Seguir el contorno de la luna con el
dedo. Es redonda o menguante. No importa.
Tampoco la tocamos. Pero somos animalitos
visuales. Nos equilibra cierta ilusión visual. Está
allí. La puedo definir con la punta de mis
dedos. El calor del otro es también una linda manera
de encontrar confortabilidad. Un impulso vital último
puede ser enviar un mensaje amoroso. He pasado por
aquí. Te he conocido. No lo suficiente. Tal vez como
todos. Nadie en verdad llega al hueso de nadie.
Pero la gestación deja una huella inmensa en las fibras
musculares del corazón y del útero. He alojado
a un ser. Si de invención tiene algo la vida, es la vida
misma el reverso de una experiencia inefable.
Me han dado vida a mí del mismo modo.
Es un dato de la realidad. He nacido de otra persona
alguien que apenas conozco. Estamos casi en la misma
etapa. Pero miro con extrañeza. Yo estoy en las puertas
de la orfandad. No hay agua ni sangre por ahí.
Ni reserva cognitiva de recuerdo. La edad de la
áspera verdad de las cosas. La soledad.
Tampoco será real ésto. Es definir lo que produce
vaciedad crítica.
La calma será cesar.
**
Soledad
El cuerpo es la casa de Dios
me enseñaron. En verdad decían
Templo. Y yo, que apenas podía
ocupar un lugar en mi cuerpo pensé:
Dios debe estar incómodo en un cuerpo
de 10 años. La comunión es el cuerpo de Cristo
me enseñaron y cuando comulgaba trataba de no pensar
en el canibalismo. Las religiones dicen tantas cosas
tremendas y prometen a cambio de la Fe, la vida en un
mundo mejor. Muchos, las víctimas verdaderas
hacen un mal negocio: se inmolan.
Imagino el día después de una inmolación, en verdad
el minuto siguiente: un silencio atroz.
**
La duda
Una mujer se está por casar y en un movimiento en
falso cae por la Garganta del Diablo. Se quería sacar
la foto que todas se sacan por protocolo que nadie
escribió. El vestido blanco y largo embarrado flotará
como una flor de loto hasta que finalmente integre sus
fibras al espíritu del río. Quién podrá saber si fue
un movimiento en falso o un movimiento auténtico.
Nadie es coherente o somos muy coherentes
Nunca se sabe exactamente para qué lado de la identidad
juega el vasallo. Estamos aquí todavía pensando.
Tomados del blog astilladevidrio.blogspot.com.ar
***
Escribo cuando tengo ganas pero cuando lo hago a contramano, creo que trabajo mejor. Esto es: mi motor es cierto malestar. Inadecuación en estado puro. Lo tengo que transformar en acto. Sentarme frente a la pantalla y que la cosa acontezca. No me es fácil. El cuerpo traiciona. Tengo que estirar las piernas. Caminatas. Vuelvo. Las ideas se aclaran o las obsesiones se agudizan. Antes escribía en los bares. Pero resultaban ser cartas. Ciertas expresiones me sonaban a otra cosa y la carta, no enviada, cerraba en poema.
No hablo de lo que me pasa por ser mujer. Trabajo con lo que me pasa porque mi mayor obsesión en darle sentido a mi propia obsesión. Esto, en relación a lo que pensando en los tópicos de género, las mujeres trabajamos desde lo cotidiano, lo doméstico, lo corporal (y claro damos vida, como si los hombres no…). Y sí, trabajo esos tópicos porque además soy una ciudadana común con doble jornada laboral. Que se le va a hacer. “Cuando un hombre escribe es porque sabe, cuando lo hace una mujer, siente demasiado” Anne Sexton. Así como descreo a veces, de la taxonomía literaria, la escritura de género me resulta, sospechable.
No fui una escritora precoz. Pero disfrutaba mucho de las composiciones de la escuela. Sobre todo cuando las maestras nos introducían en el enriquezcasuvocabulario con palabras a buscar en diccionario y ejecutar en una oración que a mí, me ocupaba tres o cuatro renglones.
Las palabras para mí, son materiales. Lo único que rescato de mi pasaje por la escuela es el encuentro con la palabra escrita. Recuerdo los interminables y calientes veranos leyendo en la biblioteca de mi viejo. Leía con avidez mitología griega, crónicas de guerra, biografías. La serie amarilla Robin Hood, inolvidable.
Las clases de ciencias me develaban el misterio del ancho mundo que por supuesto me era ajeno. Era una niña con ganas de salirme de ese cuerpo sujeto a las interdicciones de la infancia.
Traslado a La Plata. Decido estudiar Antropología en el Museo de Ciencias Naturales. Mucho microscopio. Geología. Acrobacias matemáticas. Campañas arqueológicas. Reencuentro con viejas palabras de la infancia. Nuevos poemas, impublicables.
Podría haber estudiado letras. En un acto totalmente consciente, me preservo de la escritura de la Academia. La libertad para mí pasaba por otro lado (el mundo científico se constituyó en un gran banco de palabras). Eran otras épocas. La puerta de la democracia recién abierta pero las sensaciones del pasado estaban ahí. Imagen de infancia: requisa militar, quema de libros la noche anterior.
Rompiendo con mi tendencia solitaria, hoy me formo leyendo y discutiendo con otros escritores.
Palabras-ideas- ideas/martillo. Trabajo de pulido, esmerilado, devastado. Por etapas, arte textil. No necesito un lugar especial. Lo que no debe faltarme nunca es el mate (vicio de estudiante) trato de no fumar (es un vicio con el que estoy luchando de manera no muy entusiasta). En vacaciones, cuando voy al mar adoro las madrugadas. Esas horas plenas. Con minutos de grano grueso. Plena conciencia de la luna y el sol por despuntar. Como allí no dispongo de computadora apelo a los cuadernos y las microfibras que fluyen como una sangre en sinergia con la mano. El silencio de la playa. Austeridad del vacacionante. Se puede escribir a mano y en cualquier papel. Tiempo orgánico. Uno come cuando tiene hambre. Se lee mucho. No hay radio ni televisión. Las cuestiones cotidianas se simplifican. Casi no se habla. Porque cada uno está dejando su cuerpo al sol o al mar o al aire.
En general la escritura playera es el huevito. El larvado explota en la ciudad. Nuevamente aparece el acto de escribir. La carta que no será enviada.
La escritura en la ciudad es asíntota. Es como dice Jenny Disky: viajar hasta el Gobi y retirarse antes de tocar la arena. La construcción del poema conduce necesariamente a un clivaje que respira para comenzar con otro.
Me gusta recorrer largas distancias y mirar al vacío. Necesito la línea de horizonte. Voy al río. No es lo mismo pero parecido. Finalmente se trata del mismo planeta.
La construcción de un libro es otra cuestión. En general empiezo con una idea. Una conversación robada. Unos días de observación en la estación de tren. Gente, gente, gente. Universos cristalizados. El mismo planeta. Dialectos. Mucho conurbano. Me gusta viajar en tren. Mirar las casillas. El micro también me ofrece materiales. Observo.
Cuando llego a casa, si es posible hago un punteo. Un crudo. Y lo dejo. Luego lo retomo y doy forma. Relato lo que vi o sentí, como si esto fuera posible. Pero existe un momento en el que me desprendo de la experiencia directa y creo otra cosa. Y el procedimiento es variado. Se piensa más en la forma. Las lecturas son el diálogo necesario de cada día. Con el tiempo lo escrito sedimenta. Coagula. Cobran adherencia diría, orgánica. El libro funciona solo. No es la idea de la voz que me habla, como si se tratara de un ritual mediúmnico. Se trata de una intención.
De lainfanciadelprocedimiento.blogspot.com.ar/
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