viernes, 24 de julio de 2015

Todo lo que brilla es satélite de alguna estrella opaca

VALERIA TENTONI
(Bahía Blanca, Provincia de Buenos Aires, Argentina, 1985)


ADENTRO DE LA HELADERA SIEMPRE ES DE DÍA

Las cosas que están ahí no se quejan, no le piden a ningún dios
que apague la luz. Esperan su turno.
Algunas se vencen, pero se quedan igual.
Me gustaría ser la botella de Coca-cola
que cargo con agua de la canilla. Algo que acepta su destino
sin escándalos.

Vivo arriba de un supermercado chino.
El otro día colgué un pantalón de la ventana
y el viento se lo llevó. Tuve que bajar, tuve que pedirles permiso.
Me dejaron entrar al depósito: fue como llegar
a la vasija de pepitas de oro al final del arco iris.
Durante mucho tiempo pensé que el ruido ese venía de la panadería
que está a mitad de cuadra. Resulta que no,
que viene de lo de los chinos.
Hay un enorme motor que usan para ventilar su mercadería.

Las cosas que están ahí no se quejan, no le piden a ningún dios
que haga silencio.

Todo lo que brilla es satélite de alguna estrella opaca.
Algún día esa estrella dejará de existir
antes que sus rayos
y caeremos a una fe ridícula.

Si no hubiese cosas más tristes que esa,
esa sería una cosa triste.
**
Este es mi año nuevo

Contaron nueve planetas y no se quedaron contentos. Se dijeron
que debía haber uno más para completar el número perfecto.
Lo llamaron Antitierra, el décimo planeta ficto. Estaba justo
detrás de nosotros, por eso no podíamos verlo.
Como alguien que llega por la espalda y te tapa los ojos,
te pregunta quién soy.
Nos engañamos con paciencia, nos esmeramos.
Alguien nos falsifica y dice que lo hace por nuestro bien.

Antitierra. Libros del Pez Espiral: Santiago de Chile, 2014.

1 comentario:

mónica pía dijo...

del otro lado...

me encantó esta mirada, gracias por compartirla!

saludos,

Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char