lunes, 18 de enero de 2016

¿Así que de esto se trataba todo?

CRISTINA RIVERA GARZA
Tomada de es.wikipedia.com

((Matamoros, Tamaulipas, México, 1964. Vive desde 1989 en los Estados Unidos)


I.
DESPEJAR
No es extraño que la libertad sea a veces una gran pared blanca.

El blanco, como se sabe, no es la ausencia de color.

A través del disco de Newton, un viejo ejercicio escolar, los niños aprenden que el blanco resulta de la rápida combinación de todos los colores.

The woman brought two glasses of beer and two felt pads. She put the felt pads and the beer glass on the table and looked at the man and the girl. The girl was looking off at the line of hills. They were white in the sun and the country was brown and dry.
'They look like white elephants,' she said.
'I've never seen one,' the man drank his beer.
'No, you wouldn't have.'
Todo eso en un famoso texto del escritor norteamericano Ernest Hemingway.

La aparente calidad de vacío del color blanco invita, por sí mismo, a soñar.

Las almohadas adoptan poco a poco la forma de una cabeza apocalíptica.

La niebla, a veces. La nube, que cae. El velo.

Es cierto que en el sueño todo ocurre por primera vez.

Alrededor del iris un paisaje invernal y, dentro del paisaje, un animal antediluviano y, sobre el paisaje, un falcón de plumas blanquísimas.

Prefiero, entre muchas, la palabra súbita.
***
VII
divino tesoro


A mi juventud le faltan dientes.

Ayer la vi caminando con el hocico abierto bajo la luz
del mediodía, lívida de espanto y de seguir siendo
la termita que destruye los muebles cuando nadie
imagina, la palabra equívoca, la mosca que vuela.

¿Así que de esto se trataba todo?
¿Así que todo muere, amiga?

Mi juventud está sola y es ridícula.

En la calle donde la gente vive, mi juventud escupe
saliva azul, orina de pie en las esquinas, da traspiés,
intercambia pastillas por monedas, hace chistes de mal
gusto cuando nadie ríe.

La tonta lleva las medias raídas.

Vociferando, mi juventud dice: verga. Dice: a poco.
Dice: cuánto, cómo. Luego da vueltas como trompo.

Mi juventud es un juguete aburrido y tonto.

Si no la conociera, diría que es una mujer en perpetua
vigilia, un hombre con los brazos manchados de nubes
púrpura, pinchazos. Un horizonte al atardecer.
Nicotina. Un viaje en carretera. Un hotel con cortinas
de percal y florecitas mareadas de tijeras, marihuana,
cerezas.

Mi juventud no es una dama, nunca fue la edad más
hermosa con la de Nizan, una bugambilia.

La pobre siempre sufrió de miopía.

En los cines de barriada mi juventud olfatea el sexo
solitario de los hombres con periódico sobre regazo,
adolescentes, putas agrias, mujeres-con-pasado.

En las cantinas bebe los suspiros del agua-ardiente con
la lengua escaldada por filos metafísicos. Ve de reojo
el techo de las nubes grises, la lluvia, el verano en que
todo termina.

Hace tantos años.

Cuando se ríe, mi juventud muestra las encías,
la garganta, la laringe, los tendones de una metáfora
mal calculada y peor escrita.

Ayer la vi sobre Bolívar y le dije adiós entre
los empellones y el polvo de la una de la tarde:
la canícula.

La hora de la crueldad más veloz.

Mi juventud me da lástima y me da rabia y ganas
de salir corriendo tras sus huellas de perro apaleado,
cojitranco y hambriento.

Íbamos a vivir toda la vida juntas, dijo.
Me extrañarás, aseveró.

Mi juventud siempre supo más que yo.

De Los textos del Yo (Fondo de Cultura Económica, 2005)
***
Feliz como mujer
(Fragmento)

Entonces, sin que se lo pidiéramos, sin que lo esperáramos siquiera, La Sumergida alzaba su copa y brindaba y chupaba ávidamente de su cigarrillo, todo a la vez, todo como si ya no tuviera tiempo o como si se le estuviera acabando el tiempo, mientras se quedaba como nosotras, sentada sosegadamente sobre la orilla de arena del Mar del Norte, resignada ante la enfermedad del agua y sobrevolando el desastre con la Mirada Oblicua de la que ha muerto más de una vez, de la que todavía no acaba de morir o de la que, muriendo, reincide como una verdadera adicta, con ese gesto de pordiosero y de mártir cruel y de princesa degollada.

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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char