jueves, 17 de marzo de 2016

Como aliviándole el fracaso de semanas con dedos firmes

Muriel Rukeyser

(EE.UU., 1913-1980)

Niño con el pelo cortado

Cierra el domingo sobre esta tarde del siglo veinte.
El pasa. Crepúsculo y bombilla contornan
el cuarto pardo, el superestofado sofá ciruela,
el niño y, sobre su cabeza, las flacas manos de la niña.
La radio de un vecino canta cotizaciones, noticias, serenata.
Él, sentado a la mesa, cabizbajo, ofreciendo la tierna nuca blanca;
mirando el rótulo de la farmacia con el rabillo del ojo;
juegos de luz, neón, hasta que el ojo se le llora, mientras
su solícita hermana, tullidita, en sencillo azul,
doblándose
detrás de él, le corta el pelo con sus viejas tijeras.
El rojo eléctrico de la flecha siempre da en el blanco.
¡Acertado neón! Él tose, impresionado por tanta precisión.
Su frente de muchacho, perennemente protegida por su gorra,
blanquea con la luz mientras voltea la cabeza y
se endereza para que caigan los pelillos.
Como aliviándole el fracaso de semanas con dedos firmes,
ella le alisa el fino pelo y se lo peina: “¡Qué bien te vas
a ver mañana!
Encontrarás trabajo. Ya lo creo. No es posible que siempre
 te rechacen.
El mejor caballero no va más elegante.” Sonriéndose, él levanta
su adolescente frente, arrugándose irónica ahora.
Ve su vestido bueno listo, recién planchado;
el níquel del tranvía en el estante. Y al bajar la cabeza vuelve
a hallarse
con la mirada seria y desesperanzada de su hermana, y las
filosas tijeras aún tijereteando;
el cuarto oscurecido, el rótulo impersonal, los movimientos
de ella,
la vena azul, clara en su sien, amargamente palpitando.

Fuente: Antología de la poesía norteamericana, Caracas, 2007
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Esta mañana

Despierto esta mañana,
una mujer violenta en el violento día,
riendo.
Más allá de la frontera de la memoria,
a lo largo del largo cuerpo de esta vida
en que se estremecen tu niñez, tu juventud, la historia toda
de tu tacto
—ojos, labios, pecho, barriga, sexo y piernas,
ondulándose, sinuosas, bajo las sábanas.
Veo más allá de la tímida plantita,
en su tiesto a la orilla de la ventana
abierta a la ciudad, a las altas torres apiladas como libros
en el desvarío de la codicia, al río que fluye corroído y brillante,
al intrincado puerto y al mar, las guerras, la luna, los planetas
todos los que poblamos el espacio
bajo un sol invisible / visible.
Violetas africanas bajo la luz
respirando, tímidas, bajo el hálito del universo. Quiero la potente
paz, sus delicias,
la silvestre bondad.
Quiero escribir los poemas de mi tacto:
encontrar mi mañana, descubrir tu vida toda
ondulándose, sinuosa, entre los intocables.
Te digo, a través de las ondas del viento:
hoy, una vez más
trataré de ser no-violenta,
un día más
esta mañana, despertando a un mundo aparte
del violento día.

Tradución: Jorge Ávalos
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Arthur Peyton

Consumido. Carcomido. Y el amor allá enfrente.
Recibí una carta esta mañana
De nuestra consideración: …con sumo placer… adjuntamos
un cheque…
a su nombre, por 21,59 dólares,
es la mitad de los restos que
pudimos cobrar para usted
en la causa judicial de referencia.
Con el cierre de los distintos juicios,
después de reunir todo lo que pudimos,
este es el saldo que le queda.
Lo saludamos, así, muy cordial
y atentamente.
Después de reunir
 el polvo el fracaso el cuerpo de ingenieros
Oh amor consumido carcomido reía el capataz
mojaban los taladros cuando llegaban los inspectores
la luna sopla vidriosa sobre nuestro río natal.
Oh amor, contale a la comisión lo que yo sé:
nunca vuelvas a decir que querías casarte conmigo.
En las minas, los extractores son enormes (2.000 hombres,
ninguna máscara)
antes de su veredicto los doctores me preguntaron cuánto tiempo
sí, Doctor, dígame ¿cuánto tiempo?
Pero nunca vuelvas a decirme que querés casarte conmigo.
Te miro cómo cerca de las lápidas todo el día
seguís una hilera de nubes la danza de los taladros,
amor, y las aves en el cielo coronando los árboles
las colinas blancas tan blancas elevándose sobre la ciudad
–culpo de desidia a todas las empresas involucradas–
dos años Oh amor dos años dijo él que ofrendó.
El espiral del río en la casa impecable
la fachada bancaria de mármol de la licorería
yo vi cómo empujaban a los negros con los mangos de los picos
en esos otros trabajos a mí no me asignaban a los túneles.
Entre nosotros, amor
 los micros en la puerta
la larga calle de vidrio dos años, mi muerte a la tuya
mi muerte en tus labios
mi rostro que se hace de vidrio
curtido pétreo el tiempo me hace triunfar inmortal
el amor un espejo de nuestro valle
nuestra calle nuestro río un vidrio que mata.
Ahora me meten en un horno de fundición de acero
Oh amor la corriente del vidrio una corriente de fuego vivo.

Versión: Daniela Camozzi
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Destrucción de la pena

Hoy le pedí a Aileen
en la Biblioteca Fílmica que me ayudara a encontrar
aquellas gemelitas de un lejano verano.
Aileen, ¿quiénes eran?
Yo tenía siete años, el circo del león
lo habían levantado en aquel arenal con espadañas
cerca del mar, detrás del Garage Tackaposha.
La antigua tierra de los indios Waramaugs.
Ahora allí hay un hotel de verano.
El primer día de aquel circo es un embeleso todavía.
Yo me quedé. Esa noche
me llegó a traer la policía.
Fácil de hallar, detrás
de las pacas de heno, con el domador de César,
los payasos, y las gemelitas.
Mi padre y mi madre me perdonaron, porque les encantaban
los circos, la ópera, los carnavales, Nueva York, las
canciones populares.
Todo el día, aquel verano, todo julio y agosto,
yo estaba detrás de las tiendas con las gemelas,
con César el león mi amigo,
¿Sabes cómo se llamaban, Aileen?
Las muchachas figuraron en las viejas películas.
A fines de agosto, César despedazó al hombre la mano derecha.
Yo quisiera recordar los nombres de las gemelas.
Se veía que tarde o temprano él iba a quedar sin mano.
El olor del mar, heno,
tufo del regio animal, pólvora.
“Sí, destruyeron a César.” Se me dijo esa noche.
Esas gemelas después fueron artistas de cine.
Nosotros los que estuvimos juntos aquel verano—
Joe se suicidó, a Tommy lo vi
poco antes de la guerra; ¿Henry qué se hizo?
Helena trabaja en bienes raíces —y las gemelas—
¿me podrías decir cómo se llamaban, Aileen?

Fuente: Antología de la poesía norteamericana
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El poema como máscara

Orfeo
Cuando escribí sobre las mujeres en sus bailes y salvajismo, era
una máscara,
en su montaña, buscando oro, cantando, en orgías,
era una máscara; cuando escribí del dios,
fragmentado, exiliado de sí mismo, de su vida, el amor ido a pique
con canciones,
era yo misma, partida al medio, incapaz de hablar, exiliada de mí
misma.
No hay montaña, no hay dios, hay memoria
de mi vida desgarrada, abierta al medio en el sueño, el niño
rescatado
a mi lado entre doctores, y una palabra
de rescate de los grandes ojos.
¡No más máscaras! ¡No más mitologías!
Ahora, por primera vez, el dios levanta su mano,
los fragmentos se juntan en mí con su propia música.

Versión de Tom Maver
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Velocidad de la oscuridad 
(Fragmentos)

VI. Miro a través de lo real…
Miro a través de lo real
vulnerable complejo destruido
empeñado en el el presente de todo lo que
me es esencial
el mundo de esa historia conduce al ahora.
VII. La vida notifica
La vida notifica.
Te aseguro
existen demasiadas formas de tener
un hijo.
Yo, madre bastarda
te prometo
existen demasiadas formas de nacer.
Todas emergen
en su propia gracia.
IX. A esto lleva el tiempo…
A esto lleva el tiempo.
Dilo. Dilo.
El universo está hecho de historias,
no de átomos.


Fuente: cuaderno-de-poesia-critica-85-muriel-rukeyser

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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char