domingo, 13 de marzo de 2016

El ave que no sabe volar es arrojada al aire

NATALIA LITVINOVA
(Gómel, Bielorrusia, 1986)

Hueco en pie

Hay días en los que río con mi risa triste. Mi risa equilibrista que cae,
entonces me río con el fracaso, risotada de tronco hueco
que se mantiene en pie por lo que alrededor florece.

Hoy soñé con mi abuelo, estábamos capturados. Nos pedían concentración,
que tocáramos música y que nos peináramos los unos a los otros.
Nos obligaban a construir pianos antiguos de madera.
Por las noches nos vendaban las manos para que no crecieran,
porque pequeñas y delicadas sirven para llegar hasta las cuerdas.

Mi madre decidía el lugar de las cosas. El jarrón de acá para allá, el sillón,
los cuadros, mi padre. Y cuando yo intentaba crecer, zas – zas, cortaba
los caminos de mi pelo.

Huele a gasolina y hace frío. Tengo miedo de encender el fósforo.
Va a llover nieve sucia. Estoy en un pueblo abandonado de Europa del este,
estiro el vestido para taparme. Una anciana que lleva una gallina en los brazos
tropieza y cae de rodillas. El ave que no sabe volar es arrojada al aire.

De Siguiente vitalidad, Ed. Audisea, 2015

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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char