viernes, 29 de julio de 2016

No poseo una sola cosa de la que pueda decir: esto es mío

FRIEDRICH HÖLDERLIN

(Lauffen am Neckar, Alemania, 1770-Tubinga, id., 1843) 

¡Ah, pobres de vosotros […] los que os sentís cada vez más atrapados por la nada que reina sobre nosotros, fundamentalmente convencidos de que nacemos para nada, de que amamos una nada, creemos en nada, nos esforzamos por nada, para hundirnos poco a poco en la nada…!

[…]

Cuando contemplo la vida, ¿qué es lo último de todo? Nada. Cuando me elevo en el espíritu, ¿qué es lo más elevado de todo? Nada.

¡Pero, cálmate corazón! ¡Estás desperdiciando tus últimas fuerzas! ¿Tus últimas fuerzas? ¿Y tú, tú quieres asaltar el cielo? Pues, ¿dónde están tus cien brazos, Titán, dónde tu Pelión y tu Osa, tus escalas para asaltar el castillo del padre de los dioses, para que subas y derribes al dios mismo y la mesa de los dioses y todas las cumbres inmortales del Olimpo, y prediques a los mortales: “¡Quedaos abajo, hijos del instante, no os  esforcéis por subir a estas alturas, porque aquí arriba no hay nada!
**

“¡Ay, amigos! ¡También nosotros
somos pobres de hechos y ricos de pensamiento!

Mas, ¿y qué, si como el relámpago que aparece entre las nubes
tal vez del pensamiento, maduro e inspirado surgiera el acto?
¿Sucederá tal vez el fruto, cual oscuro follaje
en la floresta, a la callada letra?”

[An die Deutschen/A los alemanes]
 **

“¡Oh lluvia del cielo! ¡Oh entusiasmo! Tú volverás a traernos la primavera de los pueblos. A ti no puede hacerte nacer el Estado […] ¿Me preguntas cuándo llegará? Cuando la preferida del tiempo, la más joven, la más hermosa hija del tiempo, la nueva Iglesia, surja de entre esas formas manchadas y viejas, cuando el despertar del sentimiento de lo divino devuelva al hombre su divinidad  […] ¡Entonces, entonces seremos; entonces habremos encontrado el elemento de los espíritus!”
 Hiperión

Versión de Jesús Munárriz en Ediciones Hiperión, Madrid, reedición de 1995.
***
A LOS JÓVENES POETAS

“Mis queridos hermanos, quizá va a madurar
nuestro arte, tras un largo fermentar juvenil,
y llegará a lograr la calma de lo bello;
no dejéis la virtud, imitad a los griegos.
A los dioses amad, pensad en los mortales.
Ni ebriedad ni frialdad, ni descripción
ni lección; si os asusta algún maestro,
pedid sólo consejo a la naturaleza”.
***
EL JOVEN A SUS JUICIOSOS CONSEJEROS

¿Pretendéis que me apacigüe? ¿Que domine
este amor ardiente y gozoso, este impulso
hacia la verdad suprema? ¿Que cante
mi canto del cisne al borde del sepulcro
donde os complacéis en encerrarnos vivos?
¡Perdonadme!, mas no obstante el poderoso impulso que lo arrastra
el oleaje surgente de la vida
hierve impaciente en su angosto lecho
hasta el día en que descansar en su mar natal.
La viña desdeña los frescos valles,
los afortunados jardines de la Hesperia
sólo dan frutos de oro bajo el ardor del relámpago
que penetra como flecha el corazón de la tierra.
¿Por qué moderar el fuego de mi alma
que se abrasa bajo el yugo de esta edad de bronce?
¿Por qué, débiles corazones, querer sacarme
mi elemento de fuego, a mí que sólo puedo vivir en el combate?
La vida no está dedicada a la muerte,
ni al letargo el dios que nos inflama.
El sublime genio que nos llega del Éter
no nació para el yugo.
Baja hacia nosotros, se sumerge, se baña
en el torrente del siglo; y dichosa, la náyade
arrastra por un momento al nadador,
que muy pronto se sumerge, su cabeza ceñida de luces.
¡Renunciad al placer de rebajar lo grande!
¡No habléis de vuestra felicidad!
¡No plantéis el cedro en vuestros potes de arcilla!
¡No toméis al Espíritu por vuestro siervo!
¡No intentéis detener los corceles del sol
y dejad que las estrellas prosigan su trayecto!
¡Y a mí, no me aconsejéis que me someta,
no pretendáis que sirva a los esclavos!
Y si no podéis soportar la hermosura,
hacedle una guerra abierta, eficaz.
Antaño se clavaba en la cruz al inspirado,
hoy lo asesinan con juiciosos e insinuantes consejos.
¡Cuántos habéis logrado someter
al imperio de la necesidad! ¡Cuántas veces
retuvisteis al arriesgado juerguista en la playa
cuando iba a embarcarse lleno de esperanza
para las iluminadas orillas del Oriente!
Es inútil: esta época estéril no me retendrá.
Mi siglo es para mí un azote.
Yo aspiro a los campos verdes de la vida
y al cielo del entusiasmo.

Enterrad, oh muertos, a vuestros muertos,
celebrad la labor del hombre, e insultadme.
Pero en mí madura, tal como mi corazón lo quiere,
la bella, la vida Naturaleza.
***
Canto del destino de Hiperión

Vagáis arriba en la luz,
en blando suelo, ¡genios felices!
brisas de Dios, radiantes,
suaves os rozan
como los dedos de la artista
las cuerdas santas.
Sin sino, como infantes
que duermen, respiran los dioses;
resplandecen
en casto capullo guardados
sus espíritus
eternamente.
Y en sus ojos beatos
brilla tranquilo
fulgor perpetuo.
Mas no nos es dado
en sitio alguno posar.
Vacilan y caen
los hombres sufrientes,
ciegos, de una
hora en la otra,
como aguas de roca
en roca lanzados,
eternamente, hacia lo incierto.
***
Diotima     (Después de 1800)

Callas y sufres, no te comprenden,
¡oh noble espíritu! Miras abajo y callas
al claro día, pues vanamente,
bajo el sol buscas los tuyos, hijos
de reyes, que antes como hermanos,
como en los bosques las cimas gemelas,
de amor y patria jubilosos
gozaban al recuerdo de su origen
bajo el abrazo infinito del cielo;
fieles y gratos llevaron sin duda
aun a la sima del Tártaro la alegría,
libres criaturas, hijos de los dioses,
almas henchidas de gracia, y ya extintas;
a ellas en estos años luctuosos
y al cotidiano clamor de estrellas
que fueron, llora nuestro corazón,
y este fúnebre trueno nunca fin habrá.
Mas el tiempo sana. Los seres divinos son fuertes
y raudos. Recobra la naturaleza
su antiguo y alegre dominio
¡Mira, amor! Aun antes de que nuestra colina
se hunda, un canto mortal ha de ver
el día, oh Diotima, que en pos de los dioses
y en pos de los héroes te nombre su igual”.
***
Fragmentos de Hyperion

A ser uno con todo lo viviente, volver en un feliz olvido de sí mismo, al todo de la naturaleza. A menudo alcanzo esa cumbre...pero un momento de reflexión basta para despeñarme de ella. Medito, y me encuentro como estaba antes, solo, con todos los dolores propios de la condición mortal, y el asilo de mi corazón, el mundo enteramente uno, desaparece; la naturaleza se cruza de brazos, y yo me encuentro ante ella como ante un extraño, y no la comprendo. Ojala no hubiera ido nunca a vuestras escuelas, pues en ellas es donde me volví tan razonable, donde aprendí a diferenciarme de manera fundamental de lo que me rodea; ahora estoy aislado entre la hermosura del mundo, he sido así expulsado del jardín de la naturaleza, donde crecía y florecía, y me agosto al sol del mediodía. Oh, sí! El hombre es un dios cuando sueña y un mendigo cuando reflexiona. "

No poseo una sola cosa de la que pueda decir: esto es mío.
Los seres que me son queridos están lejos de mí o han muerto, y ya voz alguna me habla de ellos.
Mis trabajos aquí en la tierra terminado. Los emprendí lleno de ardor, costáronme muchos sudores de sangre con un solo ochavo.
Desconocido y solitario, vuelvo y vago como en un vasto cementerio por mi patria, donde tal vez me espera el puñal del cazador para quien los somos, como la caza de los bosques, un motivo de alegría.
Pero tú, oh Sol, brillas todavía en el cielo! ¡Y tú Tierra, aún continúas verdeciendo! Los ríos todavía hacen correr sus aguas hacia el mar, y los árboles frondosos aún se estremecen a la brisa del mediodía. Los cantos voluptuosos de la primavera mecen mis sombríos pensamientos. La vida, que todo lo reanima en el universo, nutre y sacia hasta la embriaguez mi pobre alma hambrienta.
¡Oh feliz naturaleza! No sé lo que siento cuando elevo mis miradas hacia tus bellezas, pero nada me deleita tanto, ¡oh la más amada de las bienamadas!, como las lágrimas que vierto al contemplarte.
Mi ser entero calla y escucha cuando el dulce aliento del céfiro me acaricia el pecho. Mis miradas, perdidas a lo lejos en el azur del cielo, van del éter a las profundidades de la mar sagrada, y me parece como si un espíritu familiar me acogiese en sus brazos, como si el dolor del aislamiento se confundiera con la vida de la Divinidad.
Formar un solo ser con todo lo que vive, ¿no es vivir como los dioses y poseer el cielo en la tierra?
Ser una sola cosa con todo lo que vive, volver, por un olvido de sí mismo, al Todo de la Naturaleza, es alcanzar el más alto grado de pensamiento y de gozo, es estar en la cumbre sagrada  de la montaña, en el reposo eterno, donde la hora última del día pierde su calor abrumador y el trueno no hace oír ya su voz, donde las aguas ardorosas del mar ondulan como los trigales bajo la brisa.
Formar una sola cosa con todo lo que vive, significa que la virtud abandona su armadura de rigores y la inteligencia humana su cetro, y todos los pensamientos se borran en presencia de este universo eternamente uno, como frente a Urania se desvanecen las leyes que ponen trabas al genio del artista; significa que el destino inexorable abdica su soberanía, y la Muerte rompe el pacto que la ligaba a todos los seres, y la unión indisoluble y la juventud eterna embellecen el mundo”.
(...)
“He visto una vez lo único, lo que mi alma buscaba y la perfección que situamos lejos, más allá de las estrellas que relegamos al final del tiempo, yo la he sentido presente...¡Estaba aquí, lo más elevado estaba aquí, en el círculo de la naturaleza humana y de las cosas! 
Ya no pregunto donde está; estaba en el mundo, puede volver a él, sólo que ahora está más oculto en él. Ya no pregunto qué es; lo he visto, lo he conocido. 
“¡Oh vosotros, los que buscáis lo más elevado y lo mejor en la profundidad del saber, en el tumulto del comercio, en la oscuridad del pasado, en el laberinto del futuro, en las tumbas o más arriba de las estrellas! ¿Sabéis su nombre?, el nombre de lo que es uno y todo? 
SU NOMBRE ES BELLEZA”...

Versiones de Jesús Munarriz
Textos tomados, en su mayor parte, de terraxaman.blogspot.com.ar 

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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char