viernes, 5 de agosto de 2016

Quítate el velo, Magdalena

DANE ZAJC

(Zgornja Javoršcica, Eslovenia, 1929-2005)

TODAS LAS AVES

Mataremos a todas las aves.
A todas. A todas, dijeron los cuervos al anochecer.

Y en el silencio de la noche oí
cómo alguien en el jardín estaba matando a mis aves.
Y supe
que ahora mis mañanas
estarían sin canción
y sentí
cómo la tristeza se apoderaba de mi alma.

A todas. A todas las aves, dijeron.

Y sentí
cómo batían alrededor de mí
sus alas oscuras
y cómo detrás de ellas me observaban
los ojos amarillos de los cuervos.
¿Qué buscas, cuervo?, pregunté.
Bajo la corteza de mi cráneo
no escondo ningún ave.
A todas. A todas las aves.
Las mataremos a todas, dijo.
Y temí
que una noche
me partiera el cráneo
a través de oscuros sueños
y que fuera a buscar con su pico demencial,
si en el nido de mis pensamientos
no se esconden las aves cantoras.

A todas. A todas las aves, resollaría.

Ahora siento por todas partes en mi nuca
los ojos amarillos del cuervo.
Mi alma está atravesada.
Mi alma es un ave muerta.

A todas. Las mataremos a todas.
A todas las aves, graznan los cuervos
bajo el cielo oscuro.
***
PAGARÁS POR TODO

Pagarás por todo.
Lo máximo pagarás por tu nacimiento.
Una bandada de pájaros burlones te perseguirá
durante la vida.
A la hora de la tranquilidad
y a la hora de la intranquilidad
se lanzará sobre tu pecho.
Exigirá el pago.
Y tú darás y darás.
Pero la salvación no llegará nunca.
Porque en ningún lugar hay perdón.
En ningún lugar hay salvación para el hombre.
En ti no hay ningún valor
con el qué pagar.
Y tú mismo eres el pago para todo.

(en “Prometeo. Revista latinoamericana de poesía”, nº 62-63, junio de 2002. Trad. del serbio de Pablo Fadjiga. El cuervo, de Estruda)
Cortesía de Jonio González
***
Llamado marrón

Las blancas piernas del día se acercan con pasos silenciosos.
Se acercan despertando a todas las cosas,
así que las cosas abrirán finalmente sus ojos dormidos,
los abrirán y buscarán
todo aquello que en sueños perdieron.
Cada cosa tendrá su igual
y así las cosas estarán unidas con la luz del día
para que nada se pierda de nuevo,
para que nada se olvide
para borrar la soledad.

Abre el lago de tus ojos para mí
para mirar tu cielo,
el blanco de tus aves,
para escuchar el llamado marrón de tus ojos.

El llamado que tú despiertas,
el llamado que has llamado
aquel eco que florece en mis labios;
y mi boca llena de la dulce esencia de las flores.
La luz es más brillante que el fuego,
la tarde se eleva y eterno es el día
porque eres tú quien en su templo deambula.

Tú brindas a las flores su esencia.
Entre sus manos derramas tus movimientos en círculo,
con el calor de tu fuego enciendes una fogata de palabras
y por la mañana, la luz de tu amor amanece en mi pelo.

Sobre el pelo con el que cada noche me cubres,
para que concilie mi sueño, como durmiendo en tu cuerpo,
para no existir más,
para que sólo tú existas.

Sólo tú caminarás en el templo azul del día.
La luz brillando a través de tu cuerpo
recorrerá el mío y a través de mis huesos.
Y no existiré más,
y sólo tú existirás,
pues serás la lengua que habite mi boca.

Traducción de Javier Gutiérrez Lozano
***
Ventanas góticas

A la noche empiezan a relucir los rubíes
en tus pechos, Magdalena.
Dos rojos rubíes bajo el velo gris.
En la penumbra de la catedral.
En el humo blanco de los cirios apagados.
Quítate el velo.

Quítatelo: el opaco susurro del pecado
en el aroma de la plegaria.
Las estrellas se caerán de tu cabeza
con un opaco chasquido.
Las estrellas se derramarán en un brillante hilo
desde tus ojos a mi boca abierta.
Los rubíes de tu cuerpo
caerán en mi regazo.
La luna lamerá tus caderas
con la roja lengua de la pasión.

Quítate el velo, Magdalena.
Mañana estarás de pie en la chispeante luz del sol,
desnuda. Humillada.
Mía. 

Traducción de Pablo Fajdiga

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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char