lunes, 8 de agosto de 2016

Una casa se hace ladrillo a ladrillo

Lorena Curruhinca 
Tomada de poetasaltuntun.blogspot.com


(Viedma-Carmen de Patagones, Provincia de Río Negro, Argentina, 1981)

I
En la escuela un profesor
insistía
si un árbol cae y no hay nadie,
¿el ruido reverbera?
Insistía en la dificultad de
observar el momento cuando una hoja se desprende.
Cuando volvemos de Patagones a Bahía
está lleno de altares de gente que murió
de la difunta correa
del gauchito gil
—cada vez que pasás
por enfrente tenés que tocar
la bocina tres veces—.
Jamás vemos
a los que construyen esos altares
a los que pintan bigotes a un candidato local
a los que llenan las botellas con agua.


II
Una casa se hace ladrillo a ladrillo
pero está habitada desde el momento
en que los albañiles prenden el fuego
o escriben con agua y cal sus iniciales (MD, MD)
sobre las paredes que van a ser pintadas.
Nuestra casa va a ser hogar
mucho antes que nos mudemos.
***

Quiero escribir un poema alegre.
Hablar de cosas pequeñas, delicadas,

diminutas como prendedores,
dedales, hebras de té.
Pero no puedo: lo minúsculo son organelas celulares y su función,

los mecanismos de transporte de energía.
El hilo, finísimo, es el mismo que enhebré para mi abuela
y también, para mi mamá; es el filamento por donde transcurre
mi memoria y me configuro. Se tensa con cada evocación.

¿Cómo quedará tejido, entonces, cuando
termine el relato?
***
Magnitud

Cambio de canal
tapada hasta la nariz.
Escucho a mis hermanos
bajar rápido las escaleras.
Atraviesan la cortina de cuentas
que golpea con el adorno
de piezas de vidrio
-balanceo escalonado
del choque, resuena-.
Nada de fascinación por el tintineo;
tampoco el gesto primitivo de alertar.
Los objetos que colocamos
en las aberturas
son dispositivos
de medición en tiempo
del espacio que se deja.

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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char