Olvido García Valdés
(Santianes de Pravia, Asturias, España, 1950)
***
Acedía, cólera, puntas
del boomerang, de un ataque
que regresa a la carne, bajo
la uña a roer. Un sueño en contrapunto
propone otra sustancia,
desalojo de lo airado o inerme.
En el sueño se hallaba
y era yo no expresamente, no civilmente
línea negra, margen, y entonces
cálido colorcillo de alegría
sabrosa, luz del ojo. El poema iba
allí, adonde sin querer
llega dulzura, aporta
fuga o arrebato, humor amansa.
**
El rey Cophetua y la muchacha mendiga
Burne-Jones
Ella tiene los pies como Marilyn Monroe
y una tierna
indefensión en los hombros.
Están en una sala y la ventana
descorre sus cortinas a un atardecer
boscoso,
pero es como si fuera
una esfera
de cristal. No se miran.
Él la mira a ella. Ella a lo lejos.
Hace ya mucho tiempo que él la había soñado
como un aire
de cigüeñas, una luz,
y ahora estaba allí.
Tantas vidas que no parecen ciertas
en una sola vida.
Campanillas azules en la mano.
Él sabe que se irá. No hablan
y el momento está lleno de voz,
voz acunada, lejana.
El amor es una enfermedad,
campanillas azules. Siempre en ti,
como en el sueño, volviendo
siempre en ti. Tan incierta
la luz. Como en el sueño.
**
entre el corazón y la tela
que envuelve el corazón
en el sueño profundo
sin imagen ni sueños
amodorraditos en aquel rinconcito
(protéjame esto, proteja esto a quien lo expone)
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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char
No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char
René Char
No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char
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