sábado, 16 de noviembre de 2013

Algo ha sido dicho

Raymond Carver

(Oregon, EE.UU., 1938-Port Angeles, id., 1988)

Madera de balsa

Mi viejo parado frente a la cocina sostiene
sobre la hornalla encendida una sartén
en la que prepara un revuelto de huevos y seso.
Yo me pregunto: ¿Quién tiene hambre esta mañana?
En un día como el de hoy siento en mi cuerpo
la porosa fragilidad de la madera de balsa.
Las palabras flotan en el aire. Algo ha sido dicho.
Mamita lo dijo. ¿Qué es lo que dijo?
Algo, estoy seguro, relacionado con el dinero.
Quiero ayudarlos. Lo haré si no desayuno.
Mi viejo le da la espalda a la cocina oxidada.
Grita: "estoy en un pozo",
vuelve a gritar: "no me hundas más".
La luz se filtra a través de la ventana.
Alguien llora.
Lo único que puedo recordar es el olor intenso
del seso y los huevos quemados en la sartén.
La mañana entera mezclada con otros desechos
es arrojada al tacho de la basura.
Minutos más tarde salimos en el auto hacia la quema,
un viaje de unos 15 kms., no nos hablamos en el trayecto.
En los montículos, oscuros, malolientes,
tiramos nuestras bolsas y cajas de basura.
Las ratas chillan, emiten cortos silbidos,
se mueven arrastrando el vientre hinchado
entre los restos de los desperdicios putrefactos.
Volvemos al auto y observamos el fuego, las llamas,
el humo espeso que se adhiere a los charcos negros.
El motor del auto sigue funcionando.
Huelo el aroma del cemento para pegar avioncitos
que se ha quedado adherido a la punta de mis dedos.
Él me observa cuando acerco los dedos a mi nariz.
Después mira hacia otro lado, mira hacia el pueblo.
Quiere decir algo pero no puede.
Está a un millón de kms. de distancia.
Los dos estamos muy lejos, y alguien sigue llorando.
En ese momento yo empecé a comprender
cómo es posible estar en un sitio y en otro lugar también.


De Bajo una luz marina, 1986
Versión de Esteban Moore

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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char