viernes, 2 de enero de 2015

Un pictograma de la mente

JUAN FERNANDO GARCÍA
Tomada del blog laseleccionesafectivas


(Necochea , Buenos Aires, 1969)

1.
 ¿distinguimos el paso del tiempo
cuando nos reconocemos
en los pasos
en los pesares
en esa
mínima estridencia de la hoja?

-No caminen hacia los huertos-, proponía
el gallego de las quintas, don Murcia.
Mamá compraba la verdura fresca:
el campo era
la lejanía sin medida
¿y el horizonte? verde contra verde
en las ramas

(un primer viaje a La Plata:
la entrada de la cuarenta y cuatro
perfumada de albahaca y apios y lo demás
es inmemorial olfato de años
¿por qué
si tantas veces realicé esa salida,
si tantas y tantas veces madrugué en esa ruta,
el olor no me acompaña más
que en Recuerdo?

la memoria
es desmemoria en la usura que le imprime
el primer recuerdo:
-mástil y cielo para confundirse/
miedo a no decir el qué de los veranos.
***

Amaneceres, atardeceres

La hora del crepúsculo es inverosímil.
Esta tan imperceptible e ineluctable volatilización de la forma...
Witold Gombrowicz

Es el amanecer o la tarde
que en su dorada cresta se encrespa.
La búsqueda de sí en el mar de su teatro inmóvil
Perder el centro
para buscar los nombres asumidos
como propios.

Hermanas huérfanas
vienen a mí,
en su devenir viudas.

Remonta en un rulo su enigma espiral
y pide de los movimientos
aquiescencia, disputa silenciosa.
Registrar lo que sea bueno
para el corazón:
la línea del poema,
el Paraná
es de un amigo su paisaje
pertenencias
onduladas vertientes de la música,

de ese saber
sustrae lo que ilumine, destelle
-sabia inclemencia de la lluvia
sobre el toldo que nos cobija.

Y que sea volátil ese aroma a naranjas
perfume de tu cuerpo
la noche de la despedida.

Lo dicho para despedir
o para evocar la ausencia:
historizar
en un cuaderno de tapas amarillas,
el día que en el sur nos perdimos.

Ausencias, ausencias y ausencias de ausencias,
--unos versos de Savino.

Así, el llano atravesado por la luz
- crueldad de un destello

¿un rayo?

Falta aprender
el nombre de una vegetación
de un ocio perdurable
en la contemplativa
manera de tus ojos
sobre el verde y el azul
paisaje enarbolado
hacés de esto
tu bandera:
manos brazos piernas
agitadas
en el aire fresco de la nochecita.
Las estrellas
no guían,
confunden el amor
con la apariencia
y tejen con sedas
la selva impenetrable del olvido.

Es el amanecer
o el atardecer,
-quizá no importe-
es la brisa
en tu rostro
hilvan que nos atrapa
en un devenir
exilio
en las carencias
donde todo aparece desgastado
y extranjero.

***
Pintura

Una línea, extensa la mirada hacia el poniente
trazo que no informa y sin embargo
encarna la propia biografía.

Olas, ondas en el mar de la tela
lo que sorprende en rojo descansa en verdes.
La transparencia de los bosques
la luna irradiando desconfianza
es noche del paisaje
ni cuerpo ni memoria del cuerpo
el templo armado por el ritual del miedo.

El temblor. Tintinear de cuentas. Todo en oros trastocado
y para el final, una reserva:
silencio de manada.

***
I. Los días con Morón

Es el río que vuelve

Así como el otoño se anuncia
en los colores
en las sombras del pino
en la ventana
y el flamear de hojas que mañana caerán
nuestro recuerdo del río vuelve
con otras luces
otras temporadas,
en las huellas que el perro deja
como marca
por las que volverá:
un pictograma de la mente.

Ensueño interrumpido
por un avión que pasa
rasga el cielo, desaparece por detrás
del ligustro que da a la nada.

Los distintos momentos
del azul y del naranja
en el atardecer
imprimen –en esa insistencia aguada–
melancólicas briznas
sobre frutos estallados en el césped:
danza entre velos de telarañas
fragancia desmayada del pinar.

Una desesperada manera de desear el regreso
como el otoño, agazapado
detrás de los duraznos y la higuera.
**
Escena de la vida doméstica

De aquí, la limadura de oro impresa en la ventana;
se escuchan gritos en el fondo,
cacarea una vecina

y es lo que no se ve, lo que no se oye
una muralla que la imaginación pondera.

Bajamos las persianas
para ser un poco más íntimos,
no descubrirnos en ese cruce de miradas
que nos delatarían.
Juegos impertinentes
y el desconcierto en forma de pantera
salta a vibrar y armarse de coraje.

Aliento a después. Una hoja cae,
siempre caen hojas y del pasado a esta hora:
el mundo atravesado por tu nombre.

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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char