sábado, 14 de febrero de 2015

Un rizo por cada equivocación

Kyra Galván 
Tomada de laotrarevista.com

(México DF, México, 1956)



SEIS B

Esta noche me atreví
a cortarme un poco el cabello.
Yo no hubiera podido tener
la valentía de Sor Juana.
Un rizo por cada equivocación
por cada flaqueza.
Yo más bien he creído lo contrario.
Tener la firmeza para sostener las tijeras
significa
que también tendré el coraje
de abrir estos ojos mañana
y sonreír.
**
EXTRANJERO

SER EXTRANJERO es algo más
de lo que Bertold Brecht decía
acerca del no poder colgar un cuadro
o plantar un arbusto y verlo crecer con nostalgia.
Es algo que arde en el pecho,
es la soledad que taladra el sentido del ser,
de la unicidad y de la ubicuidad.
Ser extranjero es sentirse siempre diferente,
a veces, con grandes contrastes,
otras, con una slight difference.
Es el deseo ardiente de pasar inadvertido
e igualarse al color, la forma, la masa.
Es vivir entre dos dimensiones
y mirar al mundo desde la vertiente
de dos cuadros de ajedrez.
Es no poder ser ni el peón, ni el rey.
Es el juego en el que no tomas parte
(te quedas en la banca).
Es no poder decir, no poder gritar.
Una acumulación de palabras en tu idioma materno.
Una máscara en el escenario,
de actores de otra compañía.
La máscara de la rabia y la impotencia.
Es buscar el círculo que se cierra
porque no hay otros que se abran.

Es bailar siempre a otro compás,
olvidar la letra de la canción.
Es acostumbrar el cuerpo a otras temperaturas,
los ojos a otros paisajes,
el corazón a otros ritmos y la nariz,
a otros olores.
Es aplacar la nostalgia de un sueño
que llamamos Patria,
que como todo en la vida se convierte
algún día, en una fantasía más.
Ser extranjero es construir un todo sobre una nada
y sostenerlo con hilos inexistentes,
por el tiempo que dure, con sólo tu soplo cansado.
Es querer encontrar las mismas estrellas en otras latitudes.
Aprender otras canciones y sentirte
piel roja o marciano
en donde los normales son ellos
los pelo amarillo
o los ojos rasgados.
Ser extranjero es darse cuenta
que todo es igual,
la oración en el templo budista, metodista o católico.
La misma esperanza, las flaquezas.
La xenofobia, el dolor de saber
que tú eres el extranjero,
el diferente, la amenaza, el agredido.
El que no se toma en serio, el bicho bajo el microscopio.
Si alguna vez,
todos
fuéramos extranjeros.
***
Mecánica de los cuerpos terrestres
Llegaste al punto
donde se reúne el tiempo;
donde el agua y la tierra manan
de un solo cauce.
Donde el placer es absoluto
y la energía, radiante.
Llegaste a mí
y no conocimos ni oriente ni poniente,
sino la oscuridad condensándose
alrededor de nuestra luz,
porque tu lengua era mi madre alimentándome
y tu miembro era mi padre.
eras mi figura masculina y femenina a un tiempo.
Eras el vientre materno:
mi boca llena de pechos, lengua, falo,
mi tajo colmado de saliva y músculo.
Los cuerpos reflejaron la gravedad exacta,
la mágica proporción de tus caderas
que sin peso se posan sobre mis huesos.
En este centro de centros
los cuerpos se arrastran, vuelan
o acaso, se deslizan,
como cuerpos celestes sobre vía láctea
como cuerpos terrestres suspendidos
en la unión que prolonga
el espacio prenatal.
Por la savias del amor
emparentamos en un solo cuerpo
por boca y sexo unidos.
Siendo madre, padre,
siendo hermanos también,
en una misma cúpula de agua
donde, aunque de volumen intacto,
nuestros cuerpos terrestres
su gravedad disminuyen.
como en el vientre materno,
como en el pozo del infinito:
humedad y placer.

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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char