martes, 27 de febrero de 2018

El agua es límpida como el soplo del viento

Cesare Pavese 
(Santo Stefano Belbo, Italia, 1908-Turín, Italia, 1950)



El tiempo pasa

Aquel viejo astuto una vez, sentado en la hierba,
esperaba que el hijo volviese con el pollo
mal acogotado, y le daba dos cachetazos. Por el camino
–caminaba al alba sobre aquellas colinas
le explicaba que el pollo se acogota con la uña
–entre los dedos– del pulgar, sin ruido.
En el crepúsculo fresco marchaban bajo las plantas
repletas de fruta y el muchacho llevaba
sobre el hombro un zapallo amarillento. El viejo decía
que en los campos los víveres son de quien los precisa,
tanto es así que bajo techo no crecen. Mirar bien
alrededor, primero, y después elegir con calma la uva más negra
y sentarse a la sombra y no moverse hasta que uno está lleno.

Hay quien come pollo en la ciudad. Por las calles
no se encuentran los pollos. Se encuentra al vejestorio
–todo lo que queda del otro viejo astuto
que, sentado en una esquina, mira a los que pasan
y, cuando quieren, le tiran dos monedas. No abre la boca
el vejete: decir cualquier cosa da sed,
y en la ciudad no se encuentran barriles que derramen,
ni en octubre ni nunca. Está el mostrador del cantinero
que tiene hedor a mosto, especialmente de noche.

En otoño, de noche, el viejo camina
pero no tiene más zapallo, y las puertas humosas
de las cantinas arrojan borrachos que barbotean solos.
Es una gente que bebe solamente de noche
(desde la mañana piensan en eso) y luego se emborracha.
El vejestorio, de joven, bebía tranquilo;
ahora, sólo de husmear le baila la barba:
hasta que le planta el bastón entre los pies a un ebrio
que cae a tierra. Lo ayuda a alzarse, le vacía los bolsillos,
(a veces al ebrio le sobra alguna cosa),
y a los dos los tiran afuera de la taberna humosa,
incluido él, que canta, que riñe,
y que quiere el zapallo y tenderse bajo la vid.
*
Il tempo passa

Quel vecchione, una volta, seduto sull' erba, / spettava che il figlio tornase col pollo / mal strozzato, e gli dava due schiaffi. Per strada / -camminavano all' alba su quelle colline- / gli spiegava che il pollo si strozza con l' unghia / -tra le dita- del police, senza rumore. / Nel crepuscolo fresco marciavan sotto le piante / imbottiti di frutta e il ragazzo portava / sulle spalle una zucca giallastra. Il vecchione diceva / che la roba nei campi è di che ne ha bisogno / tant' è vero che al chiuso non viene. Guardarsi d' attorno / bene prima, e poi scegliere calmi la vite più nera / e sedersele all' ombra e non muovere che si è pieni. // C' è chi mangia dei polli in città. Per le vie / no si trovano i polli. Si trova il vecchiotto /-tutto ciò ch' è rimasto dell' altro vecchione- / che, seduto su un angolo, guarda i passanti / che, si vuole, gli getta due soldi. Non apre la bocca / il vecchiotto: a dir sempre una cosa, vien sete, / e in città non si trova le botti che versano / nè in ottobre nè mai. C' è la griglia dell' oste / che sa puzzo di mosto, specialmente la notte. / Nell' autunno, di notte, il vecchiotto cammina, / ma non ha più la zucca, e le porte fumose / delle tampe dàn fuori ubriachi che cianciano soli. / E una gente che beve soltanto di notte / (dal mattino ci pensa) e così si ubriaca. / Il vecchiotto, ragazzo, beveva tranquilo; / ora, solo annunsando, gli balla la barba: / fin que ficca il bastone tra i piedi a uno sbronzo / che va in terra. Lo aiuta a rialzarsi, gli vuota le tasche/ (qualche volta allo sbronzo è avanzato qualcosa) / e alle due lo buttano fuori anche lui / dalla tampa fumosa, che canta, che sgrida / e che vuole la zucca e distendersi sotto la vite.
(Fuente: Cesare Pavese, Poesie, Mondadori, 1969)
**

Salobre y de tierra
es tu mirada. Un día
chorreabas agua de mar.
Hubo plantas
a tu lado, cálidas,
saben todavía de ti.
El agave, la adelfa.
Encierras todo en los ojos.
Salobres y de tierra
son tus venas, tu aliento.

Baba de viento cálido,
sombras del verano 
todo encierras en ti.
Eres la voz ronca
de la campana, el grito
de la perdiz escondida,
la tibieza de la piedra.
El campo es fatiga,
el campo es dolor.
A la noche el gesto
del campesino calla.
Eres la gran fatiga
y la noche que sacia.

Como la roca, la hierba,
como tierra, eres cerrada:
bates contra el mar.
No hay palabra
que pueda poseerte
o contener. Recibes
como la tierra los golpes,
de ellos haces vida, aliento
que acaricia, silencio.
Eres reseca, como el mar,
como el fruto de un escollo,
y no dices palabra
y ninguno te habla.

15 de noviembre del ‘45
*
Di salmastro e di terra
è il tuo sguardo. Un giorno
hai stillato di mare.
Ci sono state piante
al tuo fianco, calde,
sanno ancora di te.
L’agave e l’oleandro.
Tutto chiudi negli occhi.
Di salmastro e di terra
hai le vene, il fiato.

Bava di vento caldo,
ombre di solleone 
tutto chiudi in te.
Sei la voce roca
della campagna, il grido
della quaglia nascosta,
il tepore del sasso.
La campagna è fatica,
la campagna è dolore.
Con la notte il gesto
del contadino tace.
Sei la grande fatica
e la notte che sazia.

Come la roccia e l’erba,
come terra, sei chiusa;
ti sbatti contro il mare.
La parola non c’è
che ti può possedere
o fermare. Cogli
come la terra gli urti,
e ne fai vita, fiato
che carezza, silenzio.
Sei riarsa come il mare,
come un frutto di scoglio,
e non dici parole
e nessuno ti parla.

15 novembre 1945.

(Fuente: Cesare Pavese, Poesie, Mondadori, 1969) 
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Los gatos lo sabrán

Aún caerá la lluvia
sobre dulces empedrados,
una lluvia ligera
como un hálito o un paso.
Aún la brisa y el alba
florecerán ligeras
como bajo tu paso,
y tú regresarás.
Entre flores y alféizares,
los gatos lo sabrán.

Llegarán otros días,
llegarán otras voces.
Sonreirás sola.
Los gatos lo sabrán.
Oirás viejas palabras,
vanas y cansadas
como vestidos usados
de las fiestas pasadas.

Tú también harás gestos.
Responderás palabras;
rostro de primavera,
tú también harás gestos.

Los gatos lo sabrán,
rostro de primavera,
y la lluvia ligera,
el alba de jacinto,
que el corazón lacera
de quien no te espera,
son la triste sonrisa
que tú sonríes sola,
Llegarán otros días,
voces y despertares.
Sufriremos al alba,
rostro de primavera.
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Simplicidad

El hombre solo -que ha estado en prisión- regresa a la prisión
cada vez que muerde un pedazo de pan.
En prisión soñaba con las liebres que escapan
sobre el manto invernal. En la niebla de invierno
el hombre vive entre muros de calles, bebiendo
agua fría y mordiendo un pedazo de pan.

Uno cree que después renace la vida,
que la respiración se calma, que regresa el invierno
con la fragancia del vino en la cálida hostería,
y el buen fuego, la cuadra y las cenas. Uno cree,
mientras está adentro, uno cree. Se sale una noche,
y las liebres las cazaron y las comen al calor
los otros, alegres. Hay que mirarlos desde el vidrio.

El hombre solo se atreve y entra para beber un vaso,
cuando ya se está helando, y contempla su vino:
el color humoso, el sabor pesado.
Muerde un pedazo de pan, que sabía a liebre
en prisión, pero ahora no tiene sabor a pan
ni a nada. Y el vino no sabe más que a niebla.

El hombre solo piensa en esos campos, contento
de saberlos ya arados. En el salón desierto,
en voz baja, prueba a cantar. Vuelve a ver,
a lo largo del terraplén, el penacho de las zarzas despojadas,
que en agosto fue verde. Le da un silbido a la perra.*
Y aparece la liebre y ya no tienen frío.

Nota del traductor: El vocablo cagna (perra) sería la metáfora de una prostituta. En mi opinión, lo mismo se podría decir de lepri (liebre).
(Fuente: Cesare Pavese, Poesie, Mondadori, 1969.)
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De Trabajar cansa / Vendrá la muerte y tendrá tus ojos, Griselda García, Ediciones del Dock, Cartografías, Buenos aires 2018
Traducción: Jorge Aulicino

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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char