martes, 5 de noviembre de 2013

No creo que la voluntad y el deseo sean cosas opuestas

MIGUEL ÁNGEL PETRECCA  
(Buenos Aires, Argentina, 1979)


LECCIÓN

Porque escribo desde el locutorio de la vuelta,
un chino como los que allá hay en cualquier parte,
me siento más en casa que en la habitación 22
en cuyo techo la humedad dibuja sobre mi cabeza
la figura de un ratón de larga cola.
No es que me despierte pensando: dónde estoy.
Sé bien dónde me encuentro y adónde llegué
tras casi diez años de esfuerzos inútiles.
Cada uno inventa, como dijo alguien,
una manera de ser joven, pero yo cuando conocí la tuya
odié de repente la mía. ¿No es esa bisagra
la única que importa? Podría exagerar, ahora,
decir: nada de lo que dijiste desde entonces
se me ha olvidado. La verdad, sin embargo,
es que mi memoria falla, mi atención es despareja,
y tu charla dista de ser tan interesante
todo el tiempo. Pero recuerdo aun tu latigazo
la primera vez que leíste mis poemas:
"Son correctos". Esas dos palabras estuvieron
presentes a lo largo de todo este tiempo.
Incluso cuando en tus juicios posteriores
mostraras un entusiasmo mayor, habías dado ahí
en el blanco: eran correctos. El talento, a veces,
no lo es todo, pero el esfuerzo casi siempre no es nada.
Yo corregía, corregía, pero cada corrección
me parecía un paso que me alejaba
de lo que buscaba, y escribir era borrar
las huellas de la vergonzosa corrección.
Practicaba a la vez la escritura automática,
con la secreta esperanza de que saliera,
de un lugar donde había estando gestándose,
el poema entero de un tirón.
Qué extraña superstición parece por momentos
esta del verso: ninguna fe más ridícula que la del poeta
hachando y hachando en el bosque de su prosa
para tender después estos durmientes, sobre los que a veces
no pasa nunca el tren de la poesía. Lo que me enseñaste
es más que lo que todos mis maestros juntos pudieron darme
y no soy en el fondo más que un alumno mediocre
que vuelve ahora a rever la primera lección.
Tendríamos, al llegar a esta edad, el oficio ganado,
sino la certeza, que buscábamos en cada poema,
de nuestro talento. No tenemos nada de eso.
Es como haber estado tomando carrera mucho tiempo
para un salto que no termina nunca de producirse.
Cuando me despierto en medio de la noche
la constelación del ratón sigue fija en el techo.


De La voluntad, bajo la luna editorial, 2013.
***
ENTREVISTA
Miguel Ángel Petrecca conversa con el escritor Camilo Sánchez.
En una entrevista de Pablo Chacón para la agencia Télam, el autor de la antología de poemas chinos Un país mental repasa su nuevo libro La Voluntad

“En la poesía no busco el aire de la época sino la intensidad.”

En La Voluntad, el poeta, traductor y editor Miguel Petrecca consigue componer un conjunto de poemas que sin deliberación alguna, por el solo ir y venir de las palabras y la circularidad del ritmo y la repetición de determinados temas y la tensión dramática con que los trabaja, instala cierta sensación de catástrofe inminente.
“Esa sensación, es cierto, en los últimos tiempos, formó parte del horizonte de expectativas de muchas personas”, dice el escritor en diálogo con Télam desde París, donde está estudiando.
El libro, publicado por el sello Bajo la Luna, es el fruto de la austeridad y pareciera, de la resta más que de la suma: pequeñas piezas sobre un fondo narrativo apenas esbozado.
Petrecca nació en Buenos Aires en 1979; es editor del sello Gog&Magog. Y publicó, entre otros libros, El gran furcio y El Maldonado. Además, preparó la antología de la poesía china Un país mental. 100 poemas chinos contemporáneos, resultado de un año de estadía y trabajo en ese país.

T : La idea de voluntad ¿se opone a la de deseo? ¿Algo de tu interés en la poesía china puede haberse filtrado en el título?
P : No creo que la voluntad y el deseo sean cosas opuestas, o no lo pensé así. En cuanto al título, me parece que no tiene nada que ver con la poesía china; por un lado, remite a uno de los poemas del libro, y aparece como tema, en forma explícita o no, en otros poemas. Por otro lado, cuando pensé en ponerle ese nombre no podía obviar que estaba repitiendo el nombre de un libro famoso, cuya lectura a comienzos de los 2000 me marcó bastante; me gusta la idea de repetición en general.

T : ¿Pensaste al conjunto como una serie de textos atravesados por la poesía o son piezas con cierta construcción narrativa?
P : No hay una idea de conjunto que anteceda a los poemas, pero sí me parece que hay una cohesión, que se fue dando de manera un poco espontánea, con temas y significantes que se repiten o se hacen eco en los diferentes poemas, como el tema del dar vueltas o de los círculos, el tema de los cuartos, el tema de la dificultad del sentido y también el de la poesía.

T : La sensación que queda, al menos después de una primera lectura, es de catástrofe inminente. ¿Algo de eso empujó a la escritura, algo que no necesariamente se corresponde con el orden de lo real?
P : Más que con algo del orden de lo real, tiene que ver, en primer lugar, con una manera de introducir una cierta tensión dramática en los poemas. En segundo lugar, ahora que lo pienso, es cierto que la idea de catástrofe inminente, de ciclos recurrentes que terminan en crisis, está muy arraigada dentro de nuestro inconsciente, y sobre todo en estos últimos años formó parte del horizonte de expectativas de muchas personas.

T : ¿Cómo trabajás tu poesía después de estudiar chino, de traducir chino?
P : El chino me dio, entre otras cosas, una mayor receptividad a la dimensión gráfica de la escritura. La consecuencia de esto, en el plano personal, es que me hice sensible a la fealdad de mi propia letra, y a la dificultad de cambiarla. Por otro lado, me aportó un mundo de referencias totalmente nuevo: una cantera de ciudades, tradiciones, biografías e imágenes totalmente diferentes de aquellas con las que venía trabajando. Comencé a estudiar chino para traducir poesía china pero, después, la pasión por el mundo chino se volvió de alguna manera autónoma con respecto a la de la poesía, de manera que en algún punto empezaron a competir. Eso me obligó a cambiar una idea un poco fundamentalista que yo tenía: que la diversificación de intereses era fatal, porque los diversos intereses se drenaban mutuamente energía. Ahora trato de pensar que los diversos intereses pueden enriquecerse mutuamente.

T : ¿En toda literatura late el aire de la época? ¿Cuál es el aire de esta época?
P : Está bueno que un texto tenga, sin proponérselo, marcas de contemporaneidad, algo del orden de lenguaje que indique que este texto sólo podría haberse escrito hoy y acá. Lo que creo que no está tan bueno, en cambio, es la obsesión por querer captar el aire o el espíritu de la época, o que la única vara con la que se mide la calidad de un poema sea la capacidad para captar el aire de la época. La verdad es que cuando leo un poema no busco el aire de la época, busco algo del orden de la intensidad o de la emoción.

Fuente: Télam

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